i. Bye House

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El sonido del fuego en la chimenea de la mansión Williams era lo que más se escuchaba.

Desde la muerte de la señora Williams, la casa está siempre oscura, el señor Williams nunca sale de su despacho o habitación, es todo con decirle que su hija no lo ve a la cara desde que tiene ocho años.

Rose Wyne, la mucama, ha estado ayudando al hombre, tratando de que salga de su "cueva" pero no logro nada.

El hombre solo salía al baño o a comer, pero estos meses tuvo comportamientos extraños, espiaba a su hija, parecía acosarla, y siempre escribía en un cuadernillo todo lo que ella hacía, si Nailea decía que le daba miedo era poco.

Una cabellera pelirroja, estaba sentada en el sillón beige de la espaciosa sala de estar, con la vista fija en el suelo y sus manos entrelazadas, pensando en que sería de los hermanos Pevensie, de los que recibe cartas cada semana, sin falta.

Narnia, cuanto extrañaba corretear con Lucy y Peter por todo el castillo, bailar con los Faunos, andar en caballo, navegar en los lagos junto a Edmund, leer en la gigantesca biblioteca junto a Susan, extrañaba todo de allí.

La última conversación que tuvo con Aslan la dejo pensando, el le habían dicho que encariñarse rápido con una persona no estaba del todo bien, y que no haga caso a lo que el futuro tenía preparado para ella.

No entendía el por que de esas palabras a las cuales no la dejo responder, desde ese día estuvo siendo más reservada consigo misma, a la única persona que le contaba todo era a Rose, a quien era imposible ocultarle algo.

La mujer había estado muy bien de salud para su edad, cada vez que Nailea hablaba sin querer de Narnia, ella parecía entender y conocer de lo que estaba hablando, cosa que la dejo desconcertada.

El padre de la chica nunca la dejo asistir a un colegio, siempre fue educada en casa, practicaba piano, violín, guitarra, todo dentro de su casa.

Solo tenía permitido salir hasta el jardín, que era más grande que un parque de niños, tenía arboles con manzanas y demás frutas, unos columpios que ella usaba cuando era pequeña, y lo que más adoraba, su casa del árbol.

Allí pasaba todas sus aventuras de niña, el lugar estaba repleto de pinturas creadas por ella, crayones, juguetes, almohadones y más.

Sintió unos pasos que la alejaron de sus pensamientos, para cuando giro la cabeza, vio al hombre que no esperaba ver.

— Nailea — saludo con las manos en su espalda, como cuando tramaba algo.

— padre — saludo ella sin expresiones.

El mayor avanzó unos pasos y se sentó a su lado, observando el fuego que su hija miraba anteriormente.

— ¿como has pasado los días en la casa de tu abuelo? — preguntó fríamente.

— como si te importara — bufó.

— Romina... — la regañó.

— bien, me fue bien, ¿feliz? — se cruzó de brazos — no se que quieres pero es mejor que te vayas, padre, quiero estar sola.

— no me voy a ir a ninguna parte — espetó.

— ¿que es lo que quieres?.

— saber como estabas — mintió.

— mientes — soltó con simpleza.

— ¿disculpa? — la miró.

— disculpado — se levantó — ya es tarde — miro el reloj en la pared, que marcaba las once de la noche — debería irme a dormir.

butterflies, edmund pevensie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora