Capítulo 12 Parte "B"

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Sintiendo los mismos deseos, Archie, —quien había sido despojado de todo, y ahora se le veía vistiendo los harapos de uno de los malandros—, animaba a Susana.

Ella vomitaba sin poder parar a consecuencia de los nervios, el susto y del casi abuso corporal del que había sido rescatada por una joven llamada... ¡Sandra!; y que cubriéndola con las garras de su propio vestido, les ayudó: a conseguir un vehículo y a montarse en ello, advirtiéndosele a Archie... no hacer nada al respecto.

Pero la madre de Susana también asustada al verla llegar a casa en aquella desastrosa condición, había llamado a Robert Hathaway.

Él, de pie y junto a una cama, por tercera vez, les inducía a ir a levantar el acta, rechazando la histérica joven a hacerlo debido a represalias, mismas que Charlie anteriormente para sí, le había pronosticado.

Por su parte, Archie, el cual también ya había llegado a la mansión, indignadísimo pedía:

— Dorothy, ¿George estará por ahí?

Estaba hace apenas unos minutos. Ya se ha marchado, así como el señor Williams.

— ¡Demonios! — espetó furioso; luego, ordenaba: — ¡Que se comunique conmigo tan pronto le veas!

Está bien, joven Archivald.

Éste ya había cortado la línea; y conforme devolvía el auricular a su lugar, amenazaba:

— ¡Esta humillación tú la pagarás caro, Terruce!

... quien sin temerla porque no la debía, en Maryland...

Consiguientemente de haber conseguido un permiso para sacarla de la habitación, ya que le había visto más relajada, contestaba a la cuestión:

— ¿Qué relación hay entre tú y yo? —, la voz de Candy era totalmente segura.

En cambio, la del pobre actor que yacía sentado sobre una blanca banca sonaba titubeante:

— Bueno... eres mi... "prima" y a la vez... prometida.

— ¿Desde hace cuánto? —, la pecosa se entretenía "admirando" sus uñas.

— Bastante tiempo.

— ¿Y mis padres lo saben?

— ¡Por supuesto! Ellos —, queriendo decir "ellas", — dieron su consentimiento.

— Pero están muertos, ¿verdad?

Terry, quien estaba aprendiendo a no contradecirla, respondía:

— Sí —. Y las mentiras continuaron: — Murieron en...

— Lo recuerdo — prontamente hubo dicho ella, la que se cubrió de temor al exclamar: — ¡Fue terrible!

Debido a que la vio llevarse las manos al rostro, él le aconsejaba:

— No te angusties.

La mano de Terry, quien auguró un probable rechazo, se detuvo en el aire; más, sus palabras fluyeron alentadoramente:

— Aunque duele, ¡hace mucho tiempo que eso pasó!

— ¡Pero yo lo siento como si hubiese sucedido ayer!

— Lo sé.

Gracias a la tensión presentada, Terry, poniéndose de pie, preguntaba:

— ¿Quieres ir a acostarte un rato?

— No —; la pecosa, todavía luciendo pálida y que para nada le miraba a él, miró hacia cierto punto y diría: — quiero seguir disfrutando del aire —, lo inhaló entremezclando el aroma de: — las flores, los árboles y... —, apenada se escucharía al confesarse: — tu voz recitándome los poemas de ese libro que sostienes.

MELODÍA OLVIDADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora