Capítulo 13 Parte "B"

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A pesar de que George había extendido una disculpa a los directivos, y les solicitaba le hicieran llegar sus respectivos reportes, al salir también del área para ir al auto que Albert había abordado, el señor Legan solicitó a los banqueros restantes se quedaran unos minutos para pasar precisamente un reporte, enterando a los superiores: el comportamiento irresponsable del Joven Andrew, el cual, afuera y al sentir cerca a su secretario con éste se excusaría:

— Lo siento; pero este asunto de Candy me tiene muy preocupado.

— Sin embargo, deberás controlarte porque podía afectar en demasía los negocios.

— Lo sé; y de verdad, lo lamento.

— Está bien — dijo George, y al chofer dio la orden de emprender marcha.

Más, antes de que se tomara rumbo a la mansión, el guapo y mortificado rubio cambió indicación.

— Dirígete a Lakewood

... haciendo saltar a Johnson sobre su asiento al mismo tiempo que exclamaba con consternación:

— ¡Pero, Williams, mañana tienes que estar temprano en las oficinas! ¡Hay una pila de pendientes esperando por ti!

— ¡Por favor, George, compréndeme! —, su voz se alteraría: — ¡Necesito por lo menos esta noche para poder tranquilizarme! Ya que si no lo hago, ¡te juro que me volveré loco! y así mucho menos podré con los asuntos que la familia me encomendó.

Notando la desesperación que su rostro y ojos reflejaron, aunada la manera en que los cabellos se halaban, el fiel amigo sí lo comprendió y lo apoyaría:

— Está bien —. Y se optaría: — Entonces, únicamente hazlo tú —, para que él: — Yo me quedo para reemplazarte y avanzar en lo que pueda. Además, todavía tengo el pendiente con el joven Archie.

— ¡Gracias, George! — Albert extendió su mano al secretario que aconsejaba:

— Sólo cuídate, esperando verte mañana por la tarde ¿verdad?

— ¡Por supuesto!

— Bien — dijo Johnson, y el chofer oiría: — Detén el auto.

Habiéndose ejecutado la orden, George descendió; y antes de emprender sus pasos, al vehículo se miró retomar su marcha para perderse en la agonía del día y dar así paso, al nacimiento de una nueva noche.

. . .

Sobre el umbral de un gran ventanal, su persona estaba apoyada, teniendo fija su mirada en la estrella que en el cielo más brillaba; pero casi enseguida, una envidiosa y rápida fugaz que enfrente de la admirada pasó, le robó toda su atención, recordándose que cuando niño se le había dicho que al ver aparecer a las de este tipo en el firmamento, debía pedir veloz y fervorosamente un deseo.

Sonriendo porque así mismo lo había hecho, su padre lo encontró. Y Richard no le hizo comentario alguno sobre eso, sino:

— Bonita noche, ¿no?

Sin haberse sobresaltado, Terry irguió su espalda, la cabeza giró hacia su padre para contestarle:

— Sí.

Pero Richard quien ya observaba al negro cielo, le parecería:

— Creo que tendremos lluvia de estrellas.

Con su dedo índice apuntó arriba, siguiendo su hijo la dirección y percatándose del cruce de otra estrella fugaz. Y luego:

— ¡Otra! —, después: — ¡Otra más! —, o apuntándose: — ¡Allá!

MELODÍA OLVIDADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora