20.

676 117 9
                                    

Cuando llegué a casa en la tarde supe que todo estaba mal. Yo había llamado ayer para avisar que estaría con mamá, no quise hablar con papá dos, así que llamé a papá uno directamente a su celular. Y ahora papá dos estaba realmente cabreado por eso, podía olerlo en el aire.

―¡Ya llegué! ―grité y dejé la puerta cerrarse.

Nadie me contestó. Eran las tres, supuse que papá uno estaría en el trabajo, pero sabía que papá dos estaba en casa, porque vi su auto en la entrada. Caminé hacia la sala, adyacente a la puerta de entrada: no había nadie. Entonces escuché una musiquita venir del piso de arriba. Una musiquita de batalla como la de Call Of Duty.

Subí y me dirigí directamente hacia la habitación de juego de mi padre Ian. Normalmente, él y George peleaban porque a papá uno no le gustaban las molestas canciones de sus video juegos, y porque a papá dos no le gustaba su armario lleno de las camisas de fútbol «de mal gusto» de papá uno. Entonces habían hecho algo al respecto. Papá dos tenía una habitación de juegos al final del pasillo y papá uno tenía un armario para él solo en la habitación contigua a la mía.

Vaya manera de arreglarlo todo.

―Eso es. Muere, muere, muere. Toma eso. ¿Eh? ¿Qué te parece?

Entré en la habitación cautelosamente y lo vi realmente concentrado en apretar los botones del mando a distancia de la Xbox. Como todos los sábados libres en la vida de mi padre, él lo dedicaba a recordar su pasado nerd. Puse los ojos en blanco y sonreí mientras lo miraba disparándoles a sus enemigos.

―¿Papi? ―me dirigí a él, hablando muy fuerte para llamar su atención. Él siguió apretando botones sin inmutarse.

―Oh, miren quien llegó ―soltó sin voltearse a verme. Estaba claro que sí me había escuchado―. ¿Qué no estabas en algún estacionamiento de alguna gasolinera intercambiando microbios con John Travolta versión moreno? ―insinuó, escuchándose tan cabreado como yo intuía que estaba.

Resoplé, ahora yo también cabreada por su actitud sarcástica.

―¡Oye, papá, eso es muy cruel de tu parte, sabes que no soy así! ¡No soy una cualquiera! ―le grité con mis lágrimas a punto de salir.

Él le puso pausa al juego y dejó caer el mando.

―Lo sé, bebé, no estoy diciendo que lo seas. ―Se levantó del puff y se giró a verme―. Lamento eso... es que estoy furioso

―me confesó bajando su cabeza. Sus risos pelirrojos caían sobre su cara y él se escondía detrás de ellos, luciendo apenado.

―¿Por qué?

―Porque... eres mi niña. Yo pensé que así sería para siempre.

―Suspiró―. Pero ahora parece que ese rebelde sin causa quiere llevarte lejos de mí... y estoy aterrado de que quieras ir con él.

Su mirada afligida me rompió el alma. Me acerqué y lo abracé, rodeando su torso con mis brazos.

―No iré a ninguna parte, papi. Yo te amo, jamás me alejaré de ti. Seré una malcriada niñita de papi hasta el día en que me muera ―le juré y su camiseta roja empezó a mojarse con mis lágrimas.

Mi intención jamás fue lastimar a papá, pero sin duda lo había hecho, porque él se unió a mi llanto.

―En realidad quisiera que fuera así. ―Besó mi frente.

―Es así.

Y nos quedamos abrazándonos por un largo tiempo, hasta que él me invitó a jugar videojuegos. No le expliqué lo de Carter, supuse que él no quería saber nada de eso, por mucho que sí quisiera.

Trevor Bennett estaba a mi lado, revisando mi tarea con sus anteojos puestos. Era frío y prejuicioso, un hombre inteligente de los que te dan ganas de retorcerle el cuello: el maestro de matemáticas.

―Bien... ―dijo finalmente soltando la hoja. Lo miré expectante.

―¿Eso es un «está bien»?

―Eso es un «ya terminé» ―aclaró él. Rodé los ojos.

―Y mi veredicto final es...

Resoplé. Solo era una estúpida tarea de matemáticas.

―Sobresaliente ―dijo al fin. Me alegré de recibir tal nota. Justamente de Trevor Bennett, el hombre que reprueba a medio instituto y es feliz de verlos en la escuela de verano.

―¿En serio? ―inquirí yo, aún impresionada. Él asintió muy tranquilamente.

―Ajá. Creo que te esforzaste. Mereces un sobresaliente. Casi salté sobre mis pies al escuchar eso.

―Pero no te lo daré.

Toda mi alegría se fue al caño.

―¿Por qué? ―pregunté.

―Lo entregaste una semana tarde, querida June. ―Me miró a través de sus lentes con una sonrisa de suficiencia. No podía creer lo cínico que estaba siendo.

―Bien.

El profesor Bennett se inclinó sobre su escritorio para poner mi nueve en la hoja de mi tarea. Yo sólo esperaba con paciencia.

De pronto la puerta se abrió y, por primera vez en el día, sentí que podía respirar tranquila al ver a Carter cruzar el aula hacia donde yo estaba. No lo había visto en todo el santo día, y estaba realmente preocupada por qué hubiera hecho después de haber dejado mi casa.

Pero él no se veía tan feliz de verme. Sólo me examinó con la mirada como por dos microsegundos para luego apartarla en un frío gesto que me hizo fruncir el ceño y volver a enojarme otra vez.

El profesor Bennett levantó su mirada.

―West, lo estaba esperando ―le dijo.

Él se limitó a asentir y luego me miró. Yo aparté la mirada displicentemente. Él hizo una clase de gesto con su boca, como dando a entender que no le importaba como lo había tratado y yo puse mis ojos en blanco.

―Vaya... ―habló el profesor Bennett―. Debí haber traído mi suéter, de repente la temperatura aquí bajó.

Oí como Carter bufó. Yo resoplé irritada.

―Mal por ustedes. Será mejor que arreglen lo que sea que esté pasando aquí porque trabajarán juntos.

Giré mi cara como un búho y miré al profesor. Oh, en el hoyo.

Plan Ignorar a la existencia de Carter: FALLIDO.

―Oh, genial, tendré que comprar bálsamo labial ―murmuró

él.

Lo apuñalé en mis pensamientos.

Yo en realidad tuve que ser Osama Bin Laden en mi otra vida.

TEDDY (vol. I, II y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora