25.

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Fruncí el ceño. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no, idiota?

―Estás molesta, lo entiendo ―me dijo―. No debí haber jugado con tus sentimientos. ―Parpadeó y sus ojos se enfocaron en mis labios―. Y sé que va a sonar muy raro viniendo de alguien tan posesivo como yo... ―Cada vello de mi cuerpo se erizó―. Pero quiero que salgas con Sommers ―susurró tan cerca de mis labios que casi los rozaba con los suyos. Me estiré un poco hacia adelante tratando de alcanzarlos, pero él retrocedió su cabeza sin alejar su cuerpo de mí.

Yo estaba rindiéndome aquí, estaba perdiendo todo lo que pudiera perderse. Era simplemente degradante. Pero en mi mente no importaba, porque la droga que producía su aroma estaba corriendo por mis venas, y no había un plan de rehabilitación para eso.

Sus dedos pasearon por mi espalda, enviándome corrientes eléctricas a la columna de nuevo. Llegó a mi cabello y lo acarició. Se quedó mirando un mechón por unos segundos mientras lo retorcía entre sus dedos. Estaba torturándome.

―Eres tan... mmm... diferente, Teddy.

Suspiré, sintiéndome apresada, placenteramente apresada. Me sentía tan bien entre sus brazos, que juraría que podía quedarme ahí para toda la vida.

―¿Por qué quieres que salga con él? ―pregunté con la boca seca de nuevo.

―Porque quiero que te des una oportunidad para analizarlo bien ―susurró―. Sé que... tenemos esto. ―Puso sus ojos en blanco―. Sea lo que sea, pero lo tenemos.

Sonreí.

―Aun así, sabes que no soy bueno para ti y quisiste alejarte.

Este chico parecía saberlo todo de mí. ¿Cómo era que yo no podía leerlo tan bien con él a mí? Yo era un maldito libro abierto en sus manos, mientras que él era para mí un expediente secreto del Vaticano.

―Te extrañé ―me dijo.

―Carter...

―¡June! Traje tus galletas ―la voz de una de las que yo suponía eran hermanas de Carter interrumpió el momento, abriendo la puerta con toda libertad. Él se alejó de mí con una sonrisa pícara―. ¿Interrumpo algo? ―canturreó con la misma mirada pícara que me había dado hace unos segundos Carter.

―De hecho...

―Tú tranquila ―solté yo. Sabía que él era tan descarado y cínico que era capaz de decir algo que me expondría como una ninfómana.

―Bien, traje las galletas. ―Ella alzó la bandeja con las deliciosas galletas reposando en ella. La habitación se inundó con ese delicioso olor. Era tan... jodidamente dulce y sabroso. Como Carter.

―Gracias. ―Sonreí.

―De nada. ―Ella caminó hasta el escritorio de Carter y las depositó allí. Se giró hacia nosotros con una sonrisa y juntó sus manos con emoción.

―Por cierto, mi nombre es Bree. Es un placer por fin conocer a una chica que es amiga de Carter. ―Suspiró―. Él no tiene muchos amigos, y cuando nos habló de ti en la cena no pudimos evitar sentirnos tan emocionadas. ―Ella me miró con un brillo de ilusión en los ojos.

Miré a Carter y él sólo se limitó a meter las manos en sus bolsillos y bajar la cabeza. Creo que fue la primera vez que lo vi sonrojarse.

Ella miró a Carter y caminó hasta él.

―Eres un tontito ―apretó su mejilla y salió por la puerta sin decir más.

Lo miré con una sonrisa de burla, parecida a la que él ponía la mayoría del tiempo.

―No te burles ―me dijo.

―¿Son tus hermanas? ―pregunté con una risa tonta.

―Sí. ―Se sentó en su cama.

Me moví cerca del escritorio y tomé una galleta. Estaba calentita. Le di un mordisco moderado. Era la galleta más jodidamente sabrosa que había probado en toda mi vida. De pronto, cada problema, pareció desaparecer. Miré a Carter allí sentado, con los brazos cruzados y la mirada perdida en la alfombra color beige. Salté a su lado en esa pequeña cama.

«Dulce, sabroso y caliente... grrr.» Y yo no me refería a la galleta.

―Mmm... está rica ―susurré.

Él levantó su mirada sin descruzar los brazos y levantó una ceja mientras posaba su ferviente mirada café en mí. «Grrr... quiero morderte.» Algo no andaba bien con esa galleta. Él murmuró algo que no entendí, porque me sumí de nuevo en el sabor de esa increíblemente sabrosa y gustosa galleta.

GALLETA ORGASMICA.

Miré a Carter de nuevo.

CARTER ORGASMICO. CHICO MALO ORGASMICO. TEDDY MALA. OH LA LA.

La galleta me estaba causando una clase de efecto hormonal excesivo, así como cuando estás embarazada, o te emborrachas, o Christian Grey te ata a la cama con una corbata*. Algo así.

―¿Quieres comenzar? ―preguntó él, tomando el cuaderno que descansaba al lado de sus manos.

Yo se lo quité y lo lancé lejos de allí.

―No seas aburrido. ―Esbocé una sonrisa―. ¡Nerd! ―lo acusé.

Él me miró y carcajeó.

―Mira quién habla. ―Me empujó con su hombro, alejándome un poco. Yo reí como una tonta. Estas chicas y sus galletas de no cumpleaños parecían haberme drogado.

―Mmm... ―imité el gesto que había hecho cuando preguntó por mí apodo y tomé sus manos. El ambiente se había vuelto tenso de un momento a otro. Él estaba tenso.

Pasé mi dedo trazando una línea a través del cuero de sus guantes. Yo definitivamente quería saber qué pasaba allí. Quería descubrir lo que él era, quería descubrir lo que fue para poder predecir que será.





Sombras de Grey por E.L. James. Lo dice por una escena del primer libro donde Anastasia (la protagonista) es atada a la cama con una corbata gris (objeto significativo en la trilogía).


En el estéreo de su habitación comenzó a sonar Californication de los Red Hot Chili Peppers. Amaba esa canción y no pude evitar sonreír cuando la oí comenzar.

―Quiero saber, Carter ―le dije mientras me movía al ritmo de la canción―, quiero saber tu historia.

TEDDY (vol. I, II y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora