Capítulo 55 Santa Marina

334 24 4
                                    

Luciana

—lo hiciste maravilloso querida— dijo Alan una vez separando nuestros labios halagando mi actuación hecha hace unos instantes.

—cantas precioso Luciana, como un ángel— secundo una encantada Elena.

—herencia familiar— intervino Gabriel seguido de soltar una risita cómica resaltado el buen humor que lo caracteriza.

—¿tu también cantas Gabriel?— preguntó Elena dirigiendo su mirada hacia él.

—en ocasiones, Luciana y yo solíamos cantar juntos, ella cantaba y yo la acompañaba con la guitarra— Gabriel y yo solíamos componer canciones ambos hacíamos la letra y la melodia para finalmente yo cantarla y él tocaba la guitarra y algunas veces cantábamos a dueto.

Sin embargo me percaté de un par de miraditas entre Gabriel y Elena.

—¿me consede esta pieza?— propuso Gabriel dirigiéndose cordialmente a Elena, ella sonrió tomando la mano del gallardo joven y se dirigienron a la pista. Yo los miraba con una sonrisa al ver la química que había surgido entre ambos.

Alan me propuso exactamente lo mismo a lo que yo acepté gustosa entonces nos unimos al bello y romántico vals.

*****

Salí de mi habitación ataviada en un vestido color crema un par de guantes cortos un poco más arriba de las muñecas un collar plateado a juego con los aretes un maquillaje censillo y mi cabello peinado en una media coleta adornada por un listón.

Caminaba por el pasillo en dirección a la habitación de mi ahora señor marido, al entrar me acerqué a él dándole un fugas beso en los labios el cual fue correspondido por él extendiendo un poco más la duración.

—¿ya estás lista?— preguntó él entre susurros separando ligeramente nuestros labios.

—¿lista para que?— cuestioné confundida, Alan no respondió solamente besó mi frente y me tomó de la mano llevándome fuera de la habitación.

Al bajar al recibidor nos encontramos con el mayordomo quien al parecer esperaba a Alan, él se acercó a Alan para comunicarle que el carruaje que había pedido ya estaba listo a lo que el otro únicamente se limitó a asentir con un leve gesto de cabeza para después indicarle al mayordomo retirarse con un ademán, el fiel sirvierte asintió sin decir más nada he hizo una reverencia marchandose del lugar, Alan volvió a tomar mi mano y salimos del castillo, un carruaje aguardaba por nosotros, mi vampiro me ayudó a subir y entonces el coche inició su marcha.

—¿a dónde vamos?— pregunté al ver el camino de piedra que marcaba el límite del reino comenzando a adentrarnos en el oscuro bosque.

—a Santa Marina, un pequeño pueblo no muy lejos de Solonmia— Alan me comentó que ese sitio también pertenecía a Solonmia y que además él poseia una mansión allí la cuál era cuidada por el ama de llaves durante su ausencia, no obstante rara vez Alan visitaba esa mansión porque tenía que encargarse de los asuntos en el castillo.

Al llegar a Santa Marina quedé impresionada al ver lo hermoso del lugar, las calles empedradas y la antigua arquitectura colonial, sin embargo a pesar de ser ya de noche había mucho movimiento en las calles, carruajes yendo de aquí para allá personas por doquier y hasta pude escuchar musica provenir de un salón en donde se realizaba un baile.

Llegamos a la mansión la cuál se ubicaba a las afueras del pueblo, Alan bajó del carruaje y ese instante fue recibido por cinco niños tres niñas y dos varones de entre siete u ocho años aparentemente.

—¡¡amo amo, llegó llegó!!— vociferaban los pequeños alegremente corriendo hacia él.

Alan me ayudó a bajar del coche y los ojos de los niños se fijaron en mi mirándome con extrañeza.

—¿quién es ella?— preguntó una niña de cabello rizado rubio ojos verdes y tez pálida, tenía un vestido azul celeste un sombrero del mismo color que el vestido y unos zapatos de charol negros... Era tan preciosa, parecía una muñequita de porcelana.

—ella es Luciana, mi esposa— mencionó Alan y en el rostro de los infantes apareció una expresión de sorpresa.

Les regalé una linda sonrisa maternal ellos se miraron entre si y finalmente se acercaron a mi recibiendome
con el mismo entusiasmo.

—niños dejen de molestar al amo y a la señorita— en las puertas de la mansión yacia parada una mujer de tez pálida cabello recogido negro y un conservador vestido negro.

—bienvenido su majestad— la mujer se dirigió hacia Alan he hizo una reverencia.

—gracias Matilde... Te presento a mi esposa, Luciana Leiva de Iradier y Salaverri— decía Alan mientras sostenía mi mano.

—encantada, yo soy Matilde el ama de llaves y la que cuida la mansión mientras que el amo no está... — decía ella —Por favor pasen— nos indicó con la mano.

Alan tomó mi mano subimos unas cuantas escaleras y entramos a la mansión, el recibidor era amplio a la derecha se ubicaba un cómodo sofá y una mesita de madera junto a una chimenea de mármol, el caldelabro abarcaba casi la mayor parte del techo armado con incrustaciones de piedras preciosas iluminaba la estancia. Matilde se dirigió a nosotros mostrándonos el camino hacia nuestra habitación, subimos a la segunda planta recorrimos un largo pasillo iluminado por uno que otro velador hasta llegar a nuestra alcoba.

Una hermosa recámara amplia y espaciosa de paredes color marfil un gran ventanal el cual permitía salir al balcón junto a este un sofá color beige, la cama matrimonial perfectamente hecha con sábanas color vino y cabecera con cortinero, una mesita de noche con un velador encendido y a la derecha de la cama un tocador blanco con todo lo necesario para una mujer... Al parecer Alan había planeado todo esto con anticipación.

—que linda casa— dije sentándome en la cama.

—ahora también es tuya mi amor— me miró sonriendo al tiempo que dejaba su abrigo negro sobre una silla.

Desvíe la mirada ocultando mi leve sonrojar y pude escuchar como él comenzaba a reír a causa de mi expresión volví a mirarlo entonces él se acercó a mi y me besó durante un breve momento, al separamos Alan se levantó de la cama dirigiéndose hacia el clóset y sacó un camisón rosa para posteriormente darmelo, me levanté de la cama en dirección al cuarto de baño y me quité el vestido para luego ponerme el cómodo camisón de tela ligera y suave, al salir me dirigí nuevamente a la cama dispuesta a tener un merecido descanso.

Ya estando acostada Alan me rodeó con sus brazos y yo recosté mi cabeza en su pecho.

—buenas noches mi amor— me susurró al oído seguido de besar mi frente con delicadeza.

Dejé escapar un leve suspiro mientras cerraba los ojos hasta dormirme entre los brazos de mi amado vampiro.

el alma del vampiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora