Capítulo 64 la historia de Cecilia

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Nueva Orleans. 1795

Liam

La noche era fría y solitaria, caminaba errante por las escuetas calles sin tener un rumbo fijo a donde ir, el viento era frío y soplaba con fuerza haciendo ondear mi capa y alborotar mi cabello pero aún así seguí con mi caminata sin siquiera inmutarme por el intenso frío que amenazaba aquella noche sin luna. A lo lejos pude escuchar un llanto infantil y guiado por el sonido me dirigi hacia donde provenía, a media que me acercaba los llantos eran más audibles dolorosos y desesperantes, tales sollozos me dirigieron a uno de los barrios más pobres y miserables de Nueva Orleans. Ahí en aquella casa vieja y deteriorada yacía una pequeña niña de alrededor de cinco años desaliñada vestida con harapos llorando desconsoladamente sobre el cuerpo putrefacto de una mujer tendido en un mugriento colchón.

—mamá— lloraba la pequeña abrazando el cadáver de su madre quien había perecido por la terrible peste negra.

La niña alzó su rostro empapado en lágrimas he inmediatamente corrió hacia mi echándose a mis brazos en busca de consuelo.

—por favor ayúdeme, papá se a ido y no a regresado— sollozaba aferrándose a mi rogando ayuda.

Rodeé con mis brazos su delgado y frágil cuerpecito acariciando sus desordenados rizos, ella ocultó su carita en mi pecho al tiempo que sus sollozos idan disminuyendo, no obstante sus venas palpitaban muy tentadoramente comenzando una lucha interna entre el instinto y la razón, intenté apartar a la niña, alejarla de mi persona pero ella se resistía y cuando trataba de separarla se aferraba a mi cuerpo con más fuerza.

Y sucedió lo que no quería que sucediera.

El instinto venció a la razón y en cuestión de segundos mis colmillos yacían incrustados en el lateral de su cuello, el cuerpo de la pequeña se tensó sus manitas sujetaron fuertemente la tela de mi abrigo mientras emitía leves quejidos, sin embargo el razonamiento vino a mi, su pequeño cuerpo pálido y desnutrido cayó al mugroso suelo, la contemplé, la observé, observé su entorno para finalmente volver la mirada hacia ella. Hacia su cuello donde se apreciaban dos puntos rojos derramando finas líneas de sangre.

No podía dejarla aquí en esta posilga plagada de ratas y suciedad ni en este barrio infestado de enfermedades lleno de ladrones y rameras habitado por gente desgraciada y olvidada por Dios, además prácticamente ahora era huérfana su madre muerta y su padre probablemente la abandonó a su suerte, ella solita no podría defenderse contra el cruel mundo que la rodea y si permanecía en ese barrio quizá su futuro sería fatal.

La cargué en brazos llevándomela conmigo. Llevándola lejos de aquel sitio marginado.

*****

Cuidé de ella como si de mi propia hija se tratase, era increíble la inteligencia que poseía ya que en tan solo unas semanas logró leer y escribir y ejecutar sus primeras melodías en el piano, tenía criadas a su completa dispocisión las costureras le confeccionan hermosos vestidos con las más finas y costosas telas, pero lo que más adoraba era oírla reir mientras correteaba en el jardín, ella solía jugar con las hijas de las sirvientas aunque algunas ocasiones prefería encerrarse en su habitación a jugar con sus muñecas.

Lástima que mi niña haya cambiado tanto.

Sin embargo luego cinco años en los que la vida comenzaba a sonreírle mi niña enfermó de peste, ahora sus risas fueron sustituidas por llantos, ahora en vez de jugar y correr libremente por los jardines de la mansión se hallaba postrada en la cama sufriendo constantes fiebres altísimas que la hacían delidar, no impactaba cuántos médicos viniesen a revisarla ya que a fin de cuentas todos eran unos inútiles que solo recetaban remedios que lejos de ayudarle emperaba aún más. Ya no había nada que hacer, la enfermedad la estaba consumiendo.

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