Capitulo 70 una linda historia que contar

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Elena

La habitación se cernía en oscuridad, salvo por la lámpara encendida del buró y los tenues rayos de luz externos que se filtraban al ras de las cortinas cubriendo el ventanal, mi cabeza descansaba sobre el pecho desnudo de Gabriel sus brazos rodeaban mi cintura envolviéndome en un abrazo cálido y protector llenándome de su esencia amorosa.

Un furtivo beso en la mejilla me hizo mirarlo.

—podría permanecer así para siempre— su voz rompió el acogedor silencio yacente a nuestro alrededor.

Solté una risita silenciosa, apenas audible.

—si, yo también Gabriel, yo también— murmuré aproximándome aún más a su persona deshaciendo por completo la distancia que nos separaba. Las sábanas nos cubrían proporcionándole ese calor maternal a nuestros fríos y pálidos cuerpos, una de sus manos comenzó a acariciar mi cabello escondí mi rostro en su pecho sonriéndome a mi misma recordando lo previamente sucedido entre ambos.

La noche llegó y por fin podíamos salir de la residencia y pasear libremente por las calles.

La luna se reflejaba en las cristalinas aguas los grillos nos acompañaban con su canto, afortunadamente estábamos solos en medio del enorme lago, sin miradas externas ni personas indeseables, fastidiosas, únicamente él y yo en nuestro íntimo momento. Una agradable velada que me hacia evocar los más bellos momentos ya fuesen sucesos verídicos o simples fantasías mías, me sentía tranquila y en paz, por primera vez en mucho muchísimo tiempo me sentía en calma. Alegre conmigo misma.

Suspiré relajada mientras la fresca brisa movía mi cabello, deseando que esa velada no terminara nunca.

—¿en que piensas?— preguntó mirándome a los ojos percatándose de mi ausencia, Gabriel remaba formándose pequeñas olas distorsionando el pálido reflejo del astro luminoso que se levantaba sobre nosotros.

—en nada... En que es una noche preciosa— dije con serenidad poniendo mis manos en mi falda mientras el bote se mecía suavemente.

—¿solo eso, o hay algo más?.

—si, hay algo más... O más bien, alguien— sonreí maliciosamente al decir lo último.

Gabriel hizo una mueca de desconcierto.

—¿a su?, ¿y quien es, si se puede saber?— inquirió haciéndose el celoso a lo que yo volví a reír.

—quizá...— pausé y desvíe la mirada fingiendo estar pensativa —en alguien fuerte honorable y admirable, poseedor de una mirada calma y unos ardientes ojos llenos de pasión— me acerqué a su persona atraída por el imán de su precios energía, era su alma que enviaba señales a mi cuerpo porque este exigía, seguía pidiendo ese aroma de él, que me invitaba al acecho.

El barco se tambaleó un poco Gabriel me sujetó de la cintura protegiéndome de una posible caída al lago, ambos reímos por ello, nuestras risas fueron cesando hasta quedar nuevamente sumidos en el silencio. Nos miramos sin hablar pues ambos sabíamos que nuestro diálogo se leía a través de los ojos del otro. Habíamos aprendido o más bien creado esa peculiar manera de comunicarnos desde aquella hermosa velada en el jardín del castillo.

*****

Como todo lo que comenzaba tenía que terminar así mismo lo era nuestra estadía en ese sitio tan maravilloso, no deseaba marcharme, quería quedarme y que este cuento de hadas se prolongara por más tiempo, o mejor, que no terminara nunca. Permanecí parada junto a la puerta viendo en silencio a los criados sacar el equipaje, suspiré melancólica, una mano se posó en mi hombro y al voltear vi a Gabriel quien me sonrió confortándome. Yo devolví el gesto.

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