El reloj sonó en la habitación vacía, las velas y lámparas de gas estaban apagadas el cuarto hubiese estado en total oscuridad de no haber sido por la luz de luna colándose entre las cortinas alumbrando tenuemente el lugar. La puerta se abrió y entró Alan trayendo en brazos a Luciana recostandola con cuidado en la cama sentándose él al lado de esta mirándola dormir, nunca se cansaría de eso, le gustaba verla y admirar su belleza, acariciaba los lacios cabellos castaños de su amada luego su rostro bajando por su cuello, hombros, brazos, cintura, y para cuando se dió cuenta ya estaba tocándole las piernas. La mente del vampiro comenzó a viajar imaginando e ideando mil y un maneras de hacerle el amor en ese mismo instante mientras sus manos seguían tocando y acariciando aquel cuerpo femenino que le volvía loco, no obstante tuvo que parar sus lujuriosos pensamientos y mantenerse sosiego pues no quería interrumpir o molestar el descanso de su Luciana quien cayó rendida después de todo lo ocurrido. Alan se levantó la arropó bien con las mantas y le besó los labios, salió de la recámara cerrando la puerta tras de sí lo más silenciosamente posible alejándose por el pasillo reprimiendo sus ganas porque sino terminaría sucumbiendo ante el deseo y volver sobre sus pasos a hacerla suya.
Dos días más tarde, agotada todavía por los sucesos anteriores, la Leiva se levantó por ahí de las siete de la mañana. No quiso bajar al comedor pues a esas horas el castillo estaba tan silencioso y callado como cementerio bien entrada la madrugada, ademas no tenía humor de salir de su habitación, se colocó una bata de satén encima de la ligera camisola y llamó a Lorena pidiéndole muy amablemente que le trajeran el desayuno con alguna de las criadas agregando después que no se sentía bien y prefería tomar sus alimentos en su alcoba, la otra asintió obedeciendo la petición de su ama y se retiró.
Aquella suspiró en cuanto la puerta se cerró quedándose de nuevo sola, volvió a recostarse ya que comenzaba a sentir un muy leve dolor de cabeza.
*****
El carruaje se detuvo frente a las puertas del castillo, Alan bajó del vehículo frío e inexpresivo como siempre. Había estado fuera todo el día ocupado en asuntos importantes en la mansión Habsburgo perdiendo una jornada completa lejos de su esposa lo que él detestaba desde sus adentros, en la entrada se encontraba el mayordomo hablando con Lorena, sin embargo, no parecían tener una plática amena sino más bien el muchacho intentaba tranquilizarla porque a leguas se notaba la preocupación de la doncella. El otro pudo escuchar y leer la mente de la joven "¿como voy a decirle?" se preguntaba y repetía una y otra vez con inquietud, el mayordomo la abrazó y luego le plantó tremendo beso en los labios pero ellos al percatar la presencia de su amo de inmediato se separaron tratando de disimular lo mejor posible no obstante Alan no era estúpido y sabía que entre esos dos había algo pues ya muchas veces los sorprendió besándose o haciendo "otras cosas" pero él simplemente lo dejaba pasar.
—amo que bueno que llegó— habló Lorena haciendo una rápida reverencia —necesito decirle algo.
—¿qué ocurre?— inquirió aquel con desdén dirigiendo su inexpresiva mirada en torno a la muchacha y con eso tuvo ella motivo suficiente para bajar ligeramente la cabeza no queriendo verle —Lorena sea lo que sea dímelo ya— replicó el impaciente vampiro.
—es que... Su esposa no se a sentido bien, se negó a bajar al comedor y a estado encerrada en su habitación todo el día— dijo por fin la sirvienta devolviéndole la mirada al aristócrata.
—voy a verla.
Luciana yacía recostada en su cama aún sin arreglarse, la bandeja con el almuerzo permanecía intacta ya que casi no comió nada durante horas, solo bebió medio vaso de agua fresca, probó dos o tres trocitos de carne, y la sopa ya fría ni siquiera la tocó. Lo único que rompía el silencio en ese curto era la hermosa melodía de una cajita musical sobre el buró —regalo de Alan hace unos tres o cuatro meses antes— su cristalino sonido la religaba pero no conseguía quitarle aquella gran zozobra ni desasosiego.
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el alma del vampiro
Vampireella es una muchacha común y corriente, dulce, tierna de nobles sentimientos pero muy frágil el es el rey de los vampiros alguien frío, malvado y carente de cualquier tipo de sentimiento el está en busca de su alma gemela ella quiere una vida mejor...