CAPÍTULO 3

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¿Sabéis dónde estoy? Seguramente no, pero ya os podréis ir haciendo una idea del sitio en el que estoy ahora.
Me encuentro en otra de mis tantas queridas visitas al hospital para hacer revisiones o hablarme de los resultados de estas mismas. Siempre suelen ser un jarro de agua fría para mis padres pero básicamente se lo acaban esperando. Sinceramente no sé por qué venimos casi todos los meses. En mi opinión, solo haría falta decir que cada día me muero todavía más y ya está. Pero no, ellos siguen empeñados en que no soy la única que pierde minutos de su vida y que, de hecho, todos lo hacemos.
Eso es verdad, pero siempre me gusta decir que soy esa diferencia, de esas personas que se mueren todavía más rápido que las demás.

Mis padres y yo nos encontrábamos en una sala del hospital, esperando a que los médicos vinieran a hablarnos de los últimos resultados de las últimas pruebas. Para matar el tiempo, estaba escuchando música en mi teléfono y mis padres simplemente esperaban. De vez en cuando les miraba y sonreía, eran muy monos. Cada uno sujetaba la mano del otro y de vez en cuando la acariciaban. Pero lo dicho, no sé si siguen esperando que digan que su hija va a vivir más cuando saben que eso no es verdad.
Después de un rato, los médicos decidieron que ya nos habían hecho esperar demasiado y entraron en la sala. Eran las tres mismas personas de siempre,pues ellos sabían mejor que nadie lo que me pasaba e intentaban que el cáncer no acabase conmigo todavía.

—Muchas gracias por venir —dijo uno de los doctores.

—¿Cómo han ido las revisiones?¿Ha mejorado? —preguntó mi padre.

—Bueno —les dieron a ellos unos papeles con los resultados. Hace unas cuantas visitas les dejé claro que yo no necesitaba ver cómo mi cáncer se expandía, así que no me lo dieron—. El cáncer sigue igual que la última vez, pero el riesgo de que se expanda más de lo que ya hizo anteriormente sigue ahí y es un problema. Saben que es muy poco probable que ella mejore y que lo más seguro es que vuelva a empeorar. Aun así estamos buscando medicamentos o tratamientos que puedan ralentizar la expansión del cáncer o que incluso puedan curarla.

—Nada me va a curar el cáncer —mis padres y los doctores se me quedaron mirando. Seguro que se pensaban que no estaba escuchando porque llevaba los cascos puestos—. ¿Qué? Es la verdad.

—Anna, cariño. No digas eso. Seguro que hay algo que pueda ayudarte.

—¿Os recuerdo qué pasó la última vez por tener un tratamiento que supuestamente podía hacer que mejorase?

—Pero ahora es distinto —dijo uno de los doctores—. Cada día la medicina avanza más y más. El otro tratamiento superó todas las pruebas, solo que contigo no funcionó.

—Voy a salir un momento. Vuelvo enseguida.

—¿Te encuentras bien Anna? —dijo Lucas, el cual parecía preocupado.

—Sí, solo quiero salir a tomar el aire.

Me levanté de la silla y, acompañada de mi carrito, salí de la sala. Realmente no iba a tomar el aire. Simplemente no quería estar allí, escuchando como hablaban de algo que no iba a suceder. A lo mejor soy un poquito pesimista, pero a mi me gusta decir que soy realista y que no me creo falsas esperanzas. Es mejor que montarse una fantasía en la cabeza y que luego no ocurra.

Total, que como conocía el hospital como si fuera la palma de mi mano, empecé a vagar por los pasillos de este. Me gustaba estar en las zonas donde trataban a los niños, pues siempre que pasaba por allí había alguno que tenía curiosidad por mi catéter y me quedaba allí un rato a charlar. Sin embargo, otro de los lugares donde no me gusta estar mucho, pero aún así tengo que pasar la mayoría del tiempo cuando estoy aquí, es en urgencias. Suele haber mucha gente impacientada, que no sabe que le ha pasado a la persona por la que está ahí esperando y no le dan noticias de esta hasta unas horas más tarde. Justamente me encontraba en la sala de espera de urgencias, leyendo algunos chats que no había leído antes, cuando alguien se sentó a mi lado.

LEYENDAS #1 [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora