CAPÍTULO 14

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Habían pasado algunas semanas desde que Ray y yo comenzamos a salir juntos.

Os contaré lo que pasó después de decirle que sí. Una ola de euforia se estableció en la sala y no sólo por él, las demás personas que estaban en la casa aguardaron a mi respuesta y se unieron a la celebración enseguida. O sea, que estuvieron espiando todo el rato en el que meditaba mi decisión.

Los siguientes en enterarse de la relación fueron mis padres, pues un día en el que Ray me acompañaba a casa, nos pillaron cuando le di un beso para despedirme de él.
No me hicieron ningún interrogatorio en ese momento porque sabía que ellos aguardaban el día en el que podrían hablar con Ray para descubrir hasta en qué momento del día se lavaba los dientes.

Desconocía si sus padres sabían lo que había entre nosotros, pero tampoco me preocupaba. Algún día se acabarían enterando. Si no lo sabían, claro.

El caso es que los dos estábamos en la habitación de Ray, tumbados en la cama mientras veíamos una película. Dentro de unas horas descubriría los resultados de las pruebas que hice hace casi más de un mes y estaba un poco nerviosa. No quería que lo que sucediera después de eso afectara a mi forma de ser o el cómo me comportaba con los demás, porque ya había hecho eso otras veces. Tenía que salir de esa crisálida de preocupaciones y dejar de atormentarme por el futuro.
Aún así, tampoco quería crear grandes expectativas. ¿Para qué? Si seguramente habré empeorado como sucedía las otras veces que me decían que había mejorado. Era seguir casi un mismo patrón.

Mejorar, ¿yo? Imposible. Siempre tenía una recaída que hacía que dijeran que había empeorado. Y después volvía a lo mismo.

Así que, como ya sabéis, estaba acurrucada en los brazos de Ray.

Antes de empezar a ver la película que estábamos viendo, él había planteado la posibilidad de disfrazarnos en carnaval, que justamente estaba a la vuelta de la esquina. Ray quería que los dos nos disfrazásemos en pareja, como eso que hacen en los libros y en las películas. Acepté su proposición, pero el tema estaba en el tema de los disfraces. ¿De quiénes nos íbamos a disfrazar? Desde luego dijimos algunas parejas que estuvieran relacionadas con la música, pero ninguna nos convenció del todo.

—¿Y si nos vestimos como los protagonistas de Grease? –preguntó Ray mientras pausaba la película.

—¿Has estado pensando más en los disfraces que viendo la película?

—Puede. Digo...

Reí y le di un pequeño golpe en el hombro. Él hizo como que le dolió un montón a pesar de que no le di con fuerza.

—Tendría que ponerme una peluca rubia o algo así.

—Te quedaría genial. Estoy seguro.

—Tú tendrías que echarte un huevo de gomina para imitar el pelo de John Travolta.

—Bueno, a veces hay que arriesgarse en la vida. Además, seguro que sería su hermano perdido si me disfrazo cómo él.

—Como tu físico es igual al suyo...

—¿Acaso lo dudas?

Los dos soltamos algunas carcajadas y después seguimos viendo la película.

Ambos nos otorgábamos seguridad al otro. Nada malo podía pasar cuando estábamos juntos. Ni el cáncer podía conmigo en estos momentos. Era invencible, y todo era por su compañía. Me había convertido en una persona más optimista –dentro de lo que cabe– gracias a él.

Después de la película, estuvimos escuchando algunas canciones mientras esperaba a que fuera la hora para ir al hospital. Cada uno ponía una canción y tenía que esperar a que el otro pusiera una canción para volver a tener su turno.
Así, una de las canciones que puse empezó a sonar por la habitación. Ray pensaba por un momento que era una canción infantil por su título pero, en cuanto escuchó la letra, podía ver en su cara como analizaba internamente cada frase de la canción.
Así estuvo los tres minutos y medio de la canción hasta que Dos Oruguitas terminó.
No dijo nada pero una sonrisa apareció en su cara, le había gustado.

Luego llegó el momento en el que tuve que despedirme de él. Los dos prometimos vernos al día siguiente en aquel parque alejado del bullicio que generaba la gente. Ese lugar que parece sacado de un cuento de hadas. Bueno, al menos para mi.

—Entonces, ¿te parece bien el plan para carnaval? –dijo Ray mientras se apoyaba en el umbral de la puerta de su casa.

—Por mi bien, aunque seguramente solo me haga rulos en el pelo. Este color rojo ketchup está destinado a destacar.

—Vas a ser una Sandy pelirroja estupenda –rió y besó mi frente con delicadeza.

—Y tú serás un Danny Zuko fantástico.

Planté un beso en sus labios antes de ir hacia mi coche. Seguramente mis padres me estaban esperando en el hospital, en alguna de las salas de espera que tanto odian. El tiempo allí se les hace eterno.

Quince minutos después estaba aparcando en el llenísimo parking que tenía asociado el hospital. Creáis o no, muchas personas pasan por aquí todos los días. Algunos van de urgencias, otros tienen alguna cita y otros van a cancelarlas. También están los que van a visitar a alguien que está ingresado o los que van a ver a un ser querido por última vez. Todo puede pasar en este edificio.

Entré por la entrada principal y saludé a Gin, la cual estaba hablando con un compañero suyo. Tras eso, atravesé tres grandes salas hasta llegas al lugar donde estaban mis padres, que estaban debatiéndose entre dormir o ir a por un café de la máquina que tenían al lado.
Me senté al lado de Lucas y los dos me saludaron, diciéndome tras eso que dentro de unos minutos sería nuestro turno. Asentí y empecé a mirar la punta de mis zapatos.

Otra vez aquí, en la misma sala de espera, esperando los mismos resultados de siempre. Podrían ser más caritativos y enviar un mail diciendo: «Sigue muriéndose. Nada nuevo». O algo así, pero que no nos hicieran venir para que luego nos soltaran el mismo rollo de siempre.

Una doctora, que ya conocía de otras reuniones que habíamos tenido con ella, apareció a los cinco minutos de haberme sentado en la silla en la que estaba. Mis padres se miraron el uno al otro y después a mi, como si buscasen mi aprobación para ir.
Para responderles, me levanté enseguida y fui la primera que tomó la iniciativa en seguir a Jane, que así indicaba que su nombre era ese por la pequeña tarjeta que tenía colgada de su bata. Los dos me imitaron y, en pocos segundos, ya estaban colocados a mi lado, andando nerviosamente.

¿Se puede andar nerviosamente? No lo sé, pero en ellos se veía claramente como los nervios les consumían. Yo también estaba igual, pero al menos lo sabía disimular.

La doctora se detuvo en la antepenúltima puerta del pasillo y la abrió, dejando ver a los otros dos doctores que solían "tratar" mi cáncer y que también solían dar los resultados de las radiografías.

Mis padres pasaron primero y se sentaron en los habituales sillas incómodas donde ponían sus traseros para no estar de pie. El asiento del medio siempre me lo dejaban a mi, un detallado por su parte.

Que se note el sarcasmo.

Tras dudar si debía entrar o no, tomé aire, lo detuve durante unos segundos, lo solté y entre en la sala, haciendo que el silencio que reinaba allí fuera interrumpido por el sonido de la puerta al cerrarse.



LEYENDAS #1 [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora