CAPÍTULO 11

26 2 7
                                    

Solo tres palabras podían joderme el mes. Tres. Os juro que como las escuchase, aunque fuera por un segundo, me tiraba por la ventana y así moriría por otra cosa que no fuera el dichoso cáncer.

Es que, cuando todo parece ir bien... ¡BAM! El cáncer hace de las suyas. Por poner un ejemplo: quieres irte a la playa, pero, Andrés el que te amarga cada mes, entra en acción para que te retuerzas de dolor por la maldita regla.

Así que ya sabéis como debo de estar ahora mismo. Esperando a ver si me dicen esas tres puñeteras palabras mientras me desangro por lo que toca cada mes. ¡Sorpresa, soy mujer!

Cuando las vecinas de mi barrio se enteraron de que me había bajado por primera vez la regla, por obra y gracia de mi madre, dijeron cosas como: «Ya eres toda una mujercita Anna, a mi hija con tu edad todavía no le había bajado, es una cosa muy bonita niña, dolorosa, pero bonita».

¿Bonita? ¡¿BONITA?! Por culpa del maldito Andrés tengo ganas de extirparme los ovarios los 12 meses del año.

Vosotros diréis que qué me pasa, que por qué no busco algo para desestresarme y bajarme mi humor de perros o yo que sé. No vivo en vuestras cabezas.
El caso es que sí estaba haciendo algo para desestresarme.

Como todavía no había salido del hospital, porque no había recibido el alta, estaba en un pabellón que habían habilitado los enfermeros para que yo pudiera pintar. Qué detallazo, ¿no?
Así que podéis visualizar a una chica malhumorada lanzado cubos de pintura a un mural para desestresarse. El arte abstracto estaba presente en mi obra maestra. Vamos, eso creía.

Y aunque estaba súper centrada en lanzar pintura de aquí para allá, lo único que quería en ese momento era salir del hospital. ¿Por qué tenía que seguir ahí? ¡Prácticamente ya estaba bien, como una rosa!

Ah, bueno. Ya sé por qué seguía aquí. Mi numerito de mi desmayo para que un chiflado pudiera escapar de un guardia de seguridad hizo que los doctores decidieran que me quedase unos días más en observación.

Mato a Ray, lo juro. ¿Cómo se le ocurre hacer caso a Esteban? ¡¿Cómo?! Sus planes son demasiado enrevesados. ¡Casi le pillan una vez cuando se coló para verme!

Aún así, no sabéis como me alegré cuando escuche su silbido.
Había venido, a verme, a mí. A una persona que conocía de sólo unos meses. Y no quiso esperar a que me dieran el alta, quería verme a toda costa. Vamos, eso dio a entender.
El caso es que, pensando en esto, había dejado de lanzar pintura a samansalva y comencé a sonreír. Menudo idiota, de verdad.

¿Esto pasa cuando te gusta alguien? ¿Hasta las locuras más inimaginables te parecen bonitas o graciosas? ¿La risita tonta era un efecto colateral de esto?

Justo en ese momento, noté como alguien se posicionaba a mi lado. No tenía ni que girar la cabeza para saber quién era. Gin, la enfermera que solía estar pendiente de mi cuando estaba ingresada en el hospital, observaba toda la pintura esparcida que había en el lugar.

—¿Momento productivo?

—Demasiado.

—¿Qué es? –preguntó curiosa.

—Ni yo misma lo sé. He lanzado todo lo que tenía por ahí y así ha quedado.

—Eso me parecía a mí.

La observé durante unos segundos. Tenía el pelo recogido en un moño y sus manos reposaban sobre su uniforme lila. Sí, lila. Porque ella era un antisistema y prefería vestir ese color que el azul tan deprimente del uniforme del hospital.

—¿Tú que piensas qué es?

—¿Yo? –meditó durante poco tiempo su respuesta–. Como una especie de liberación.

LEYENDAS #1 [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora