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DRACO SE ESTABA VISTIENDO CON LENTITUD, TOMÁNDOSE SU TIEMPO PARA QUE TODO QUEDARA PERFECTO. Se había puesto los pantalones oscuros y se estaba ajustando la elegante camisa de seda blanca. Un chaleco y una corbata negra esperaban sobre la cama. Y en un perchero, extendida para que no se ajara, esperaba la elegante túnica de terciopelo negro. Sabía que ese día debía impactar a los miembros del Wizengamot y gran parte de eso dependía de su apariencia fuerte y decidida, rayando en lo que su padre siempre había llamado una "segura frialdad". Aunque por dentro estés temblando, nadie tiene por qué enterarse de ese detalle, le había dicho siempre.

Y vaya que lo había entrenado toda su vida a suprimir sus emociones para lograr lo que quería. Justo ese día, tendría la mayor prueba de su vida y estaba consciente de que su destino dependía de lo que allí se decidiera. Pensó con ironía de que los giros más importantes de su vida habían estado marcados por imprevistos: confirmar el embarazo inesperado de Irene lo había lanzado a trazar su destino como espía de la Orden del Fénix y ahora, casi tres años después su futuro inmediato estaba por definirse luego de que una treta mal armada del Ministerio de Magia amenazara su tan ansiada estabilidad familiar. Y su libertad dependía de un grupo de magos y brujas que no le tenían gran estima a su linaje.

Unos años atrás habría sido impensable ver a un Malfoy en esta situación, pero su padre se había encargado de enlodar todo el prestigio familiar labrado durante siglos. Él también había contribuido a que eso pasara, aunque quisiera no podía negarlo, al sucumbir a las presiones de su padre y acceder a convertirse en mortífago, y si había seguido inmerso en aquella locura había sido por la seguridad de las dos mujeres de su vida.

Ahora cuando al fin había sentido que podía tocar el sueño de vivir en familia con Hermione, se le desvanecía como humo entre las manos. Y no quería separarse de su familia. No ahora que Voldemort había sido destruido. No ahora que la sociedad mágica se estaba reconstruyendo de los destrozos de la guerra. No ahora, después de todo lo que habían tenido que pasar con Hermione. No ahora, se repetía constantemente. Se sentó en la única silla que había allí y hundió su rostro en sus manos. Se frotó el rostro suavemente.

Tomó aire profundamente y se puso de pie. Alcanzó la túnica del perchero y se la puso acentuando la sensación de vacío que sentía en el estómago. Está harto de toda la situación y lo único que deseaba era poder salir de allí lo antes posible.

Sus manos temblaran ligeramente mientras abotonaba la elegante túnica. Negra y sobria como todo lo que vestía para las ocasiones importantes. La única vez que se decidió a vestir algo de color fue para su boda con Hermione. Su espalda se estremeció por lo helado. Tenía cerca a un dementor. Un breve recuerdo feliz y esa cosa se había acercado a él para continuar secándole el alma. Suspiró con cansancio. Se sentía agotado, física y sicológicamente.

Sus pálidas manos se miraban casi amarillentas por el mes que había pasado en la prisión. Un mes y casi había enloquecido dentro de Azkaban. Un mes había pasado desde ese día en que se había despedido de Hermione en la puerta del cuartel de aurores.

TRAZANDO EL DESTINO, dramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora