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HARRY CAMINABA DURANTE UNA MADRUGADA DE INSOMNIO, EN LA SEMIOSCURIDAD, hacia la cocina de Grimmauld Place, cuando su pie pisó de lleno un Barney plástico de Irene que había quedado tirado en el pasillo y cuyo pitido le hizo dar un brinco tal que casi le pega al techo del caserón.

"¡Mierda!", masculló más por los gritos de la mamá de Sirius, que desde su cuadro comenzó a decir improperios detrás de las cortinas, que por el juguete mismo. Dio un suspiro cansado. Hacía muchos meses que Harry necesitaba que la guerra terminara, había trabajado hombro con hombro con Dumbledore, siguiendo todas sus instrucciones para ir debilitando a Voldemort poco a poco y sin que éste se percatara de la pérdida de sus horrocruxes y de su debilidad corporal en general, pero iban demasiado lento para su gusto.

Habían pasado más de dos años envueltos en una guerra que parecía de momento haber menguado, pero no se confiaba. Sabía que Voldemort iba detrás de sus huesos y mientras el mago oscuro estuviera con vida, siempre lo tendría como una amenaza sobre su nuca y él quería llevar una vida normal. Eso lo había sentido con más fuerza desde que Hermione e Irene vivían con él en Grimmauld Place. La niña había llenado de una energía diferente esa casa, habitualmente utilizada como cuartel general de la Orden del Fénix.

Desde que lo habían retomado a mediados del séptimo año de Harry, su noviazgo con Ginny permanecía oculto para la mayoría de la sociedad mágica, para seguridad de la pelirroja. Hacía mucho que había dejado de ser un noviazgo de manitas sudadas y quizás era por el ambiente de guerra, pero los Weasley lo toleraban y los protegían a ambos de miradas indiscretas. Se miraban con frecuencia, pero ya deseaban tener un grado de intimidad mayor del que tenían en ese momento. Querían por lo menos vivir juntos, pero entonces sí que todos pusieron el grito en el cielo en cuanto manifestaron sus planes, alegando que iba contra la seguridad ambos. Casarse estaba fuera de discusión hasta que la guerra terminara. Incluso, Ron y Luna ya estaban comprometidos, pero estaban retrasando su boda, como una muestra de solidaridad con sus mejores amigos.

Y desde que Irene entrara en su casa, en Harry se había incrementado su deseo de establecerse y formar su propia familia. Llenar ese viejo caserón de pequeños pelirrojos con ojos verdes, o pelinegros con ojos color chocolate, que dejaran el lugar patas arriba, inundando de juguetes todos sus rincones y lo más importante, que la llenaran de risas infantiles.

Deseaba tanto tener sus hijos, como desesperadamente había añorado a sus padres en Privet Drive, cuando se iba por las noches a dormir en el pequeño espacio del rellano de la escalera con el estómago y el corazón igual de vacíos. Todo eso pasaba por su mente, cuando Hermione abrió la puerta de su habitación y asomó la cabeza.

"Harry, lo lamento mucho", se disculpó recogiendo el juguete del piso. Tenía toda la pinta de quien ha estado despierta toda la noche.

"¿También estás con insomnio?", le preguntó frotándose los ojos con cansancio.

TRAZANDO EL DESTINO, dramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora