Daniel había explicado, durante una charla abierta a todos los empleados, que existía la posibilidad de salvar al diario si se vendía un porcentajes de las acciones, pero que era un asunto que se consideraría en próximas semanas. Ni Meggie ni Savannah habían estado en la primera lista de despidos. Aliviada, Savannah abandonó la redacción alrededor de las cinco de la tarde. Se caía de sueño, pero no podía fallarle a Chelsea.
Llegó a su departamento ubicado en los alrededores de la West Jefferson Street. Una zona bastante céntrica. Su habitación estaba al final del corredor a la derecha. Había tres cuartos y dos baños completos, más uno de visitas. Era un sitio amplísimo, y lo consiguió a un precio fabuloso. La dueña quería mudarse pronto a otro sitio y rentar el departamento lo antes posible, así que Savannah llegó en el momento preciso.
Se secó el cabello como mejor pudo. Se aplicó una base tenue, sombra de ojos, delineador negro, blush y un labial rojo. Rebuscó entre sus cajones hasta que dio con las leggins azules que se había comprado para ese día. Llevaba un vestido corto rojo y botas de tacón de aguja del mismo tono. Buscó el abrigo azul y luego salió prácticamente corriendo para buscar un taxi. Esa noche no iba a conducir.
Ubicado en River Road, unas de las calles cercanas al río Ohio, el restaurante italiano Bambino era un emblema histórico de la ciudad. No era fácil conseguir sitio debido a la alta demanda que tenía, así que Savannah tuvo que ingeniárselas para reservar una mesa con tan poco tiempo de anticipación.
—¡Llegaste al fin! —exclamó Chelsea al ver a su mejor amiga.
Chispeante y de ojos azules, la rubia veterinaria conservaba una vena optimista que Savannah no compartía. Eran amigas inseparables desde la primaria.
—Haciendo malabares fue posible —dijo sonriendo.
—Qué alegría que lograras escapar de la redacción tan pronto.
La periodista rio.
—Feliz cumpleaños —dijo abrazando a Chelsea para luego entregarle una cajita envuelta que contenía un bonito juego de pendientes y un colgante—. Veo que han llegado todos —comentó mirando a los padres de su amiga, el hermano menor de esta, Becker, y tres amigas bastante allegadas a la cumpleañera—. Ojalá no se me hayan terminado los aperitivos que son mis preferidos en este sitio.
—Claro, que no. Puedes sentarte conmigo —comentó Becker. Tenía dieciocho años y había declarado su amor por la mejor amiga de su hermana. Todos se rieron y Becker se sonrojó—. O no...
Savannah se acercó, le dio un abrazo que hizo reír a todos, y luego se sentó junto a Chelsea. Le gustaba la familia Whitehall. Después de que Chelsea empezabara la universidad, Wagner Whitehall consiguió una gran oferta laboral en Alabama. Se mudaron todos, excepto la mejor amiga de Savannah.
El vino iba y venía. También los platos principales que hicieron las delicias de todos. La comida era de primera. El calor de la chimenea del fondo de la estancia irradiaba cada pequeño espacio. Fuera la temperatura había bajado a los cinco grados Celcius. Casi al finalizar la velada, apareció el mesero con una tarta de cumpleaños. Todos le cantaron a Chelsea el Cumpleaños Feliz, y la rubia pidió un deseo, como era tradición, antes de apagar las velas por su veintiocho cumpleaños.
Dos horas más tarde, con la cuenta pagada, y las sonrisas en el rostro, empezaron a salir del restaurante. Chelsea tenía planes con Savannah y el resto de las chicas. Irían a un sitio cerca del área de Mockingbird Valley al bar llamado "El encanto de Hades", que tenía fama de servir los mejores cocteles. Y con ese nombre, ¿cómo negarse a probarlos?
—¿Señoritas, qué les sirvo? —preguntó el barman. Tenía una mirada pecaminosa y una sonrisa pícara.
Peggy, una de las compañeras y amigas de trabajo de Chelsea, replicó:
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MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)
RomanceSavannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c...