CAPÍTULO 9

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Nathaniel escuchó a su madre comentar sobre las virtudes de Shantell, la mujer que quería para él como novia. Si fuera posible que se saltara el noviazgo y llegase directo al altar, Kristen Copeland no pondría reparos. Eso, seguro.

Su padre, Wade, no opinaba al respecto y se limitaba a sonreír o jugar con Fergus y Padox. Los pequeños eran hijos del único hermano de Nate, Hugh.

—Mamá, mi hermano no tiene ganas de pensar de nuevo en un matrimonio —comentó Hugh mientras miraba con adoración a su mujer, Domenique—. Tengo cuarenta años, y creo que llegaré a los sesenta sin ver a este granuja casándose.

Ningún miembro de su familia conocía los estragos emocionales detrás del accidente de Brittany. Tampoco Natasha. Por eso, Nate sentía que los golpes del pasado cada vez pesaban más sobre sus hombros. Como una loza.

—Mujeres no me faltan —intervino Nate girando el whisky en un vaso de cristalería cara.

—¡Nathaniel! —exclamó Kristen—. Esas no son palabras que le interesen saber a una madre.

—¿Pero si sobre el matrimonio? —preguntó Hugh riéndose.

—Cariño —intervino Wade, mientras mecía en brazos a su nieto menor. Padox tenía dos años y era muy travieso. Menos mal ahora dormía— deja de atormentar a Nate. Ya sentirá él lo que debe hacer.

—Gracias, papá —dijo Nate con una sonrisa.

—¿Y qué entonces con Shantell?

—Mamá —rio Hugh.

De figura redondeada y ojos celestes como los de su hijo menor, Kristen era una mujer muy guapa. Elegante y carente del esnobismo propio de su clase social. No había nacido en cuna de oro. Todo lo contrario. Vivió en casas de acogida, y hasta que tuvo la mayoría de edad intentó hacerse un espacio en el mundo. Logró estudiar en la universidad para ser profesora, y así conoció a Wade. Este era muy amigo del director de la escuela en la que Kristen enseñaba. Amor a primera vista. Llevaban treinta y ocho años juntos.

La nieve caía copiosamente en el exterior, mientras toda la familia Copeland estaba reunida frente a la chimenea. Había sido una cena muy entretenida por el cumpleaños de Fergus. Tenía ahora siete años.

—Nos gustaría que vinieras a pasar la Navidad, Nate. Siempre tienes las narices metidas en esa oficina tuya —comentó Kristen mirándolo con todo el cariño que sentía por su hijo—. Por favor, ven esta esta vez. Han pasado muchos años ya desde Brittany. Entiendo que vivas solo... que intentes recomponer las piezas del pasado, pero a mí me haces falta —le dio un codazo a Wade que empezaba a dormirse como su nieto— Wade, convéncelo.

Él detestaba escuchar ese tono de añoranza en la voz de su madre. No había mujer que respetara y admirara más que ella. Se había ganado a pulso cada cosa que poseía. Casarse con su padre no le impidió continuar trabajando. Nate jamás la había visto, hasta jubilarse como docente escolar, dejar de ir al trabajo a pesar de todo el dinero que tenía su padre.

—Hijo... ya sabes que odio que tu mamá se sienta triste.

Nate conocía ese tono de voz. Era el que decía "los quiero a ustedes, pero su madre es la mujer de mi vida y no permito que nada la entristezca".

—De acuerdo, mamá, vendré para las navidades, en lugar de hacerlo solo para pasar el nuevo año.

—Será estupendo —dijo con timidez su cuñada. Domenique tenía la misma edad de Hugh y era dueña de una pequeña, pero muy surtida, librería—. A los niños les gusta mucho verte, Nate. Agregaré una botita sobre la chimenea para ti.

MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora