Casi al amanecer, los policías que la habían ayudado desde que empezaron las amenazas, le dijeron a Savannah que la persona que estaba detrás de todas esas cartas, llamadas anónimas y formas de intimidación, además del accidente de la noche anterior, era Alice Moriarty. La mujer había confesado con la esperanza de recuperar a Connor, este último fue el responsable de llevarla a la delegación de policía en donde tomaron las declaraciones pertinentes.
Aunque Savannah se sentía aliviada, no dejaba de chocarle el hecho de que la misma mujer que había arruinado su vida años atrás, hubiera intentado hacerlo de nuevo tanto años después... por Connor. El oficial MacDaniels le dio todas las explicaciones posibles y también le preguntó si ella estaba de acuerdo en dejar pasar a Connor, pues él se encontraba a la espera de hablar con ella. Savannah le respondió al oficial que no... que no estaba preparada para verlo.
A pesar de la rabia que la invadía por lo estúpido de las motivaciones de Alice para creer que podía ser un obstáculo en su camino de recuperar a Connor, también sintió pena. ¿Cómo podía una mujer llegar a esas instancias por un hombre? ¿Cómo era posible llegar a ese nivel de dependencia emocional... y obsesión?
Pudo haber muerto y sus clases de defensa personal ni siquiera le hubieran servido, pensó con ironía.
Giró la cabeza para contemplar al hombre que dormía en el incómodo sofá cama que tenía la habitación. El reloj marcaba las siete de la mañana, y ella apenas había logrado dormir largo y tendido. A pesar de que la cabeza todavía le dolía un poco, aquella dolencia no tenía nada que ver con su asombro de que Nate hubiera dormido a su lado en lugar de alguien de su familia.
Lo vio abrir los ojos perezosamente. Era un hombre impresionante en todos los sentidos. No lo tenía por alguien que pudiera interesarse demasiado por otras personas... pero su opinión de Nate mejoraba cada ocasión. Terminaba sorprendiéndola haciendo lo contrario a lo que ella hubiera esperado.
—¿Cómo amaneciste? —le preguntó, cuando él clavó sus brillantes ojos celestes en ella.
—Debería preguntarte eso a ti —replicó con la voz aún profunda por el sueño. Se estiró un poco, antes de rotar el cuello de un lado a otro y levantarse. Se acercó a la cama y tomó la mano de Savannah entre las suyas—. Aunque quizá sea el momento adecuado para indagar en tus motivaciones para haberme ocultado que alguien estaba tratando de hacerte daño.
Ella resopló.
—Y yo creía que las personas al despertar tenían la mente congestionada.
Nate enarcó una ceja. Ella sabía que tarde o temprano, aunque ahora notaba que "temprano" se apegaba a las expectativas de Nathaniel cuando de obtener respuestas se trataba, él indagaría. Lo había dejado claro cuando se retiró el oficial MacDaniels. No era del tipo de hombres que olvidaba algo. Claro que no.
—Espero una respuesta.
—Amanecí muy bien —expresó evasiva.
—Eso me complace —replicó—. Ahora, contesta la pregunta.
Savannah soltó un suspiro de resignación. Nate se acomodó a su lado, en el borde del colchón, procurando no incomodarla.
—La policía estaba encargándose... así que no vi necesidad. Además, tú y yo no tenemos ese tipo de relación. Aunque te agradezco que te estés tomando la molestia de estar aquí —dijo con un tono suave, sin embargo la forma en que la expresión del rostro masculino se oscureció le dio a entender que acababa de adentrarse en aguas profundas—. Yo...
—Entiendo —cortó.
Él se apartó. Era evidente que ella estaba confundida y el timing no era el más adecuado. Sin embargo, no pudo evitar que el rechazo implícito de Savannah a la posibilidad de confiarle lo que había estado sucediendo, le escociera. Las mujeres que conocía habrían acudido a él sin dudarlo, aprovechando sus recursos para poner en marcha una sistemática caza de brujas hasta dar con el o la culpable de dichas amenazas. Pero una vez más, Savannah era distinta a todas ellas; algo que lo ponía en desventaja al no poder descrifrarla tan claramente como le gustaría.
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MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)
RomanceSavannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c...