Cuando las paredes de acero del elevador se abrieron en su piso, Savannah suspiró. Caminó los breves paso que la llevaban hasta la puerta de su departamento y miró con incredulidad.
—¿Qué...?
La sonrisa perversa y de intenciones nada dulces asomaron a los labios de Nate. Llevaba un traje gris, camisa blanca sin corbata y con dos botones desabrochados. Estaba apostado en el marco de la puerta de Savannah, con los brazos cruzados.
—Vaya, señorita periodista, ¿trabajando hasta tarde?
«La cereza del pastel para su día... al menos esta era deliciosa.»
—Pensé que no vendrías hasta mañana.
Él se acercó, le quitó las llaves de la mano y se las guardó en el bolsillo.
—Terminé bastante pronto lo que tenía que atender y no existía ninguna razón para quedarme a pasar la noche en otra ciudad.
—¿No? —preguntó en un susurro.
Nate hizo una negación con la cabeza, sin dejar de sonreír. El deseo de volver a tener a Savannah piel con piel lo llevó a trabajar más rápido de lo normal y cambiar su vuelo para poder regresar a la ciudad lo antes posible.
—El guardia de seguridad me dijo que estabas fuera, así que decidí esperarte. Llegué aquí hace unos cinco minutos. —Se encogió de hombros—. Después de todo, sí había una razón para querer regresar pronto a Louisville.
Savannah se pasó la lengua por los labios, humedeciéndoselos. Un brillo fiero relampagueó en la mirada de Nate.
—¿Y cuál sería esa?
—Si hasta ahora no lo has adivinado, entonces creo que tengo un gran problema de comunicación. Ven aquí.
Ella no dudó. No le gustaba obedecer órdenes de nadie, sin embargo, la promesa que existía detrás de las palabras de Nate era indudablemente placentera. ¿Quién se negaba al placer?
Los labios de Nate recorrieron los de Savannah, tentándola y convenciéndola de que le permita tomar más de su boca. Con un gemido ella entreabrió sus labios para darle completo acceso a ellos, dejándose arrastrar a aquel beso, apoyando las manos sobre la pechera de la chaqueta. Podía sentir la fiereza de su deseo y era consciente de la fuerza que emanaba del cuerpo de Nathaniel.
Sentía la suavidad de sus labios y el aroma de su cuerpo. Una mezcla deliciosa de calidez y feminidad. La necesidad de tocarla no tenía contención. Desde que se subió en el avión no hizo otra cosa en pensar en el momento de volver a verla. Y estaba dándose un festín con su boca.
—Nate... —susurró.
Él no le hizo caso durante un largo rato en que sus manos empezaron a desabrochar el abrigo grueso y luego pasaron a deslizarse sobre la tela de algodón de la blusa negra que llevaba Savannah. Le acarició los pechos sobre la tela, los apretó con hambre y sintió los pezones erectos contra sus pulgares. La escuchó gemir. Y él dejó escapar un quejido de aprobación cuando la mano de Savannah tomó su miembro sobre el pantalón. Estaba duro. Más que listo para ella. La deseaba.
—Nate... estamos en el pasillo...
Poco a poco él entró en razón. Suavizó el beso, pero no apartó sus manos, la siguió acariciando y besándole la nuca. Le entregó las llaves para que abriera la puerta, y una vez dentro cerró tras de sí.
Lanzó la bolsa, el abrigo, las llaves por doquier, al tiempo que él la giraba para apoyarla contra la pared del pasillo —apenas se contenía y lo cierto es que por Savannah estaba perfecto— y le desbotonaba con rapidez la blusa.
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MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)
RomanceSavannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c...