Cuatro años más tarde...
—¿Alguien en casa? —preguntó Nate dejando su maletín de cuero sobre uno de los sofás. Sabía que iban a recibirlo dos personas que ocupaban todo su corazón. Y no se trataba solo de su preciosa esposa, la mujer por la cual era capaz de todo.
—¡Papaaá! —gritó una vocecita femenina, un par de piecitos corriendo sobre el suelo elegante, para encontrarse con él.
De cabellos ensortijados y rubios, grandes ojos castaños como su madre, Molly Copeland, era la debilidad de su padre. Era muy lista y juguetona.
—Ah, mi princesa —dijo Nate tomando a su hija de tres años en brazos. La beso en las mejillas y dio vueltas con ella haciéndola reír—. ¿Te has portado bien con tu mamá? —preguntó dejándola en el suelo, y acuclillándose para acariciarle con ternura las mejillas regordetas.
—Sí, sí, sí. Mamá está con la tía Jen.
Nate sonrió. Su prima Jennifer, ahora una asidua visitante desde que le habían dado el pase diplomático de regreso a Estados Unidos, estaba encantada con Savannah, pero principalmente con Molly. La consentía por demás, al igual que los padres de Nate, y al ser la única niña entre los nietos, era muy mimada.
Nate se incorporó en toda su estatura al entrar en la sala en la que se hallaba Savannah y Jennifer. Le hizo cosquillas en la pancita a Molly, y ella lo miró con fervor, porque para la pequeñaja su padre era el héroe de su día a día.
En esta ocasión, Nathaniel llevaba un elegante traje gris marengo a medida, sin corbata, tres botones desabrochados en la camisa y una barba de dos días. Savannah lo miró extasiada. No se cansaba de él. Para su corazón no existía nadie más... por el resto de su vida, tal como habían hecho los votos matrimoniales en la preciosa ceremonia tiempo atrás.
—Primito, debo decirte que haber contratado a Savannah para mi proyecto ha sido la mejor decisión —expresó. Nate la ignoró después de hacer un breve saludo, en cuanto su campo visual se enfocó por completo en la mujer de cabellos castaños y boca sensual que había logrado aportarle luz a su alma y robarle el corazón—. La revista diplomática es un éxito gracias a las entrevistas tan buenas de tu esposa...—continuó Jennifer, pero al cabo de un rato se detuvo—: Hey, ¡gracias por la atención prestada! —exclamó con burla al darse cuenta de que los dueños de casa tenían toda la intención de ignorarla.
—¡Papá! —exclamó Molly apartando la conexión de las miradas de sus padres—. Quiero helado. Por favor...
El verano estaba resultando muy caluroso, y un helado era el dulce preferido de la niña, daba igual la estación del año.
Desde que se casó con Savannah, Nate dejó de considerar la Navidad como una época aciaga y dolorosa. De hecho, se convirtió en una fiesta llena momentos en donde la unión de la familia era el protagonista. Tanto él como su esposa se permitieron amar de nuevo, sin barreras, y así tener una vida —aunque con las discusiones habituales de un matrimonio— placentera.
La casa de Nate había sido por completo renovada. No quedaba huella de su pasado. Toda la decoración era a gusto de Savannah, y con algunos toques masculinos. Disfrutaban de sus diferencias, porque al fin y al cabo eran las que conseguían darles ese toque especial que convertía a cada ser humano en algo único; juntos eran la mezcla idónea. ¿Peleas? Ufff, por supuesto que las tenían. Sin embargo, las reconciliaciones eran una brisa de sensualidad y romance. Ambos habían desarrollado una profunda adicción a la magia que creaban entre las sábanas.
—Ahorita no, princesa —le respondió Nate a Molly—, luego de que hayas cenado. —Luego sonrió a su esposa—: Mi vida, ¿cómo estuvo tu día?
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MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)
RomanceSavannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c...