—Hija —dijo Shirley— ¿cómo te sientes? —preguntó con inquietud.
—Como si me hubiera pasado una aplanadora —repuso tratando de sonreír. Miró a su padre y sus dos hermanos. También estaban Chelsea y Kyle. Los miró a todos—: Espero que no estén tratando de ponerse protectores conmigo.
—Necesitas descansar. ¿Por qué no nos dijiste que alguien estaba acosándote? Pudo haberte matado —intervino Marshall con el tono controlado—. La familia está para protegerse mutuamente. Eres independiente, sí, pero, ¿qué te costaba habernos contado? ¿Desde cuándo has estado experimentando estas cosas?
—Marshall, después, ¿sí? —intervino Shirley. Tomó la mano de su hija—: Los oficiales que estuvieron en la escena del accidente nos dijeron que ya hubo otros incidentes relacionados contigo. Están afuera... quieren hablar contigo. Los médicos esperan que estés mejor, y serena.
—¿Encontraron al culpable? —preguntó Savannah. No podía decir que era Scott, porque no tenía pruebas. Si el chiflado ese había contratado a alguien era muy difícil probar nada. Se sentía enferma de miedo y sobre todo impotente. Se pensaba mantener fiel a la reseña que hizo sobre los horrendos cuadros de Dielsen. Que se encargara el periódico de su seguridad de ahora en adelante. Estaba agotada de esa tensión y temor de sentirse perseguida. Agotada.
Shirley negó.
—Cielos...
—Hey, chica —expresó Chelsea, apretando la mano de Kyle para mantenerse con fuerza. Odiaba ver el rostro de su mejor amiga magullado, y saber que ella pudo haber hecho algo cuando se enteró de que estaban sucediéndole cosas ridículamente extrañas a Savannah—. Hay algo que debes saber. Hace un momento tomé tu teléfono y...
La puerta del cuarto de hospital se abrió de pronto.
—Buenas noches... o madrugada debería decir —dijo la inconfundible voz de Nathaniel. Su mirada fija en la mujer de cabellos castaños que yacía en la cama con sueros y raspones en el rostro y brazos. Apretó la mandíbula.
—Nate —dijo Marshall, sorprendiendo a Savannah, pero no a Shirley ni al joven Maurice. El padre de la periodista estrechó la mano del empresario con firmeza—. Te agradezco que visites a mi hija.
Shirley Raleigh se acercó al joven y le dio un abrazo cálido. Como si fueran amigos... como si ya se conocieran. Maurice, algo más tímido, le estrechó la mano y la apartó lo antes posible. Chelsea y Kyle fruncieron el ceño, pero también saludaron a Nathaniel.
—No podía ser de otro modo —replicó Nate.
—¿Alguien me puede decir lo que está ocurriendo? ¿Qué es esto? ¿Una broma de la familia feliz y el desconocido no tan desconocido? —preguntó Savannah con acidez desde la cama. Odiaba tener que estar ahí, como idiota, mientras quien quiera que estaba detrás de los envíos escabrosos y las notas crípticas, estaba fuera quizá intentando dar su golpe de gracia.
—Los dejamos solos para que conversen —dijo Shirley. Nadie protestó.
Uno a uno fueron abandonado la habitación. Cuando la puerta se cerró.
Nate avanzó hasta la cama y tomó entre sus dedos los de la atractiva mujer.
—Así que no solo era Mortensen.
—No sé qué quieres decir... así como tampoco sé qué haces aquí... o cómo conoces a mis padres... o cómo...
—Ya te he dicho que eres muy mala mentirosa —interrumpió—. Responderé solo a las preguntas más importantes. La primera. Cuando mi cita de esta noche no llegó, me inquieté pensando que quizá algo pudo ocurrir pero debido a la naturaleza del trabajo de la mujer con la que debía encontrarme pensé que quizá hubo un retraso. Cuando ese retraso llevaba un lapso de cuatro horas recibí una llamada, antes de que yo hubiera tomado medidas personales para avergüar si algo había ocurrido, con pocos detalles que me trajeron aquí. La segunda. La llamada fue de tu mejor amiga, Chelsea, quien me avisó lo que había ocurrido.
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MIENTRAS NO ESTABAS - (TERMINADA)
RomanceSavannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c...