Capitulo XIV

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Odiaba estar de nuevo allí

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Odiaba estar de nuevo allí.

Ataviada en uno de sus mejores vestidos mientras quien sabe quien estaba hablando sobre aquella tarima. Pasó una mano por su rostro alejando un par de mechones que se colaban por su sombrero hacia su cara, miró a su madre quien parecía inquieta.

Todos a su alrededor parecían inquietos.

Su padre se había convertido en su sombra desde hacía unas horas cuando les sorprendieron a mitad de la madrugada con la supuesta captura del vampiro, pero ahora tenía miedo de lo que estaba pasando, aún no sabía dónde estaba Jem y eso le estaba preocupando.

El estupido corset que su madre le obligaba a usar le estaba lastimando la costilla, y tuvo que crear toda una mentira para explicarle a su madre por qué tenía las palmas de las manos rotas, el rostro con leves rasguños y su costilla púrpura, pero al final le creyó.

Estaban sentados a unos pocos pasos de la tarima por lo que odiaban ver por completo a los supuestos cazadores quienes se veían más que felices. Los ojos oscuros de "Van Helsing" cayeron sobre ella y una media sonrisa llena de coquetería se instaló en aquellos labios, pero ella no le correspondió, simplemente rodó los ojos antes de que sus ojos cayeran en el otro sujeto.

—¡He visto males horrendos en este mundo pero nada como ellos! —«¿Ellos?»

El sujeto que supuestamente veía el mal encarnado con solo mirarte a los ojos, hizo un gesto con su mano hacia la tarima de la horca.

Sí.

Leyeron bien «Horca».

Como era Laroy Hill aquí las cosas se hacían bajo una ley distinta, y el vampiro iba a morir en la horca.

—¡Que pasen! —ella nunca tuvo suerte.

Se aseguró de eso a los dieciocho y ahora se maldecía.

Todo sus músculos se tensaron, sus ojos se llenaron de lágrimas y su cuerpo comenzó a temblar.

No, esto... no, no, no.

—Jem. —su voz sonó entrecortada mientras aquellos ojos chocolate caían sobre ella.

Jeremiah estaba en medio de sus padres, con el rostro rasguñado, su ropa estaba rasgada y un poco llena de sangre... su sangre.

Lo supo, él estaba herido.

Observó con horror como aquella soga se acomodaba en el pálido cuello de quién apenas había comenzado a llamar «prometido» enterró sus dedos en la piel descubierta del brazo de su padre, no escuchaba nada más de lo que aquel hombre se regocijaba.

Él no era el vampiro.

Él jamás mataría a nadie.

Él no había matado a esa supuesta mujer.

Lady CorbacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora