Capítulo 23: Conferencia

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—Desaparece. -Vicder pronunció la palabra despacio, con sumo cuidado. Con una súplica susurrante en la última y suave sílaba- Desaparece, Rampion, desaparece. Desaparece, Rampion. Desaparece... Desvanécete... No existes... No pueden verte... 





Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre su camastro, en la oscuridad, visualizando la nave que la rodeaba. Las paredes de acero, el motor, los tornillos y las soldaduras que mantenían todas sus partes unidas, el ordenador central, el grueso cristal de la cabina de mando, la rampa de la zona de carga, la plataforma de acoplamiento bajo sus pies. Y luego imaginó que era invisible. Que se abría paso entre radares, y que los radares permanecían mudos. Que se fundía en negro ante el ojo atento de los satélites. Que danzaba grácilmente entre las demás naves que congestionaban el sistema solar. Sin llamar la atención. Sin existir. 







Sintió un hormigueo en la columna vertebral, que se inició en la base del cuello y fue extendiéndose hasta la rabadilla. Empezó a desprender calor, un calor que saturaba sus músculos y articulaciones, rezumaba por sus dedos y regresaba a las rodillas. Recirculando.




Soltó el aire que retenía en sus pulmones, relajó los músculos y volvió a entonar el cántico.








—Desaparece, Rampion. Rampion, desaparece. Desaparece.






—¿Funciona Ma Petite?





Abrió los ojos de golpe. En la oscuridad, lo único que vio fueron los brillantes puntitos de las estrellas al otro lado de la ventana. Estaban en la cara dela Tierra que quedaba oculta al Sol, lo que dejaba la nave al amparo de las sombras y la inmensidad del espacio. Al amparo de las sombras. Oculta. Invisible.






—Buena pregunta -dijo Vicder, desviando su atención al techo, lo que, aunque sabía que era absurdo, había acabado convirtiéndose en costumbre-. 






Christopher no era un punto en el techo, ni siquiera los altavoces que proyectaban su alegre voz. Era todos los cables de ordenador, chips y sistemas de aquella nave. Lo era todo salvo el acero y los tornillos que la mantenían unida. Resultaba un poco desconcertante.

Escarlta (II Parte Vicder)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora