Capítulo 26: Alevosía

7 2 1
                                    

La puerta se cerró tras ellos con un golpe sordo. 



Yuri se encontró de pronto en el inmenso vestíbulo de la ópera, a oscuras salvo por el débil y parpadeante resplandor de unas velas más allá de la arcada. 





El silencio, el polvo y las grietas del suelo de mármol llenaban el vestíbulo. A Yuri empezó a picarle la garganta, pero trató de contener el ataque de tos al tiempo que avanzaba hacia la luz.





 Sus pasos retumbaron de manera sorprendente en el edificio solitario y abandonado cuando pasó entre dos columnas gigantescas.




Ahogó un grito. 





La luz procedía de una de las dos estatuas que flanqueaban una escalinata majestuosa.




 Representaban a dos mujeres vestidas con túnicas ondulantes sobre un pedestal, que sostenían en alto varios candelabros. Decenas de velas parpadeaban, bañando el vestíbulo de una luz tétrica y anaranjada. A la escalinata, esculpida en mármol rojo y blanco, le faltaban varios tramos de balaustrada, y la estatua que montaba guardia al otro lado había perdido la cabeza y el brazo que una vez sostuvo sus propios candelabros. 







Yuri metió el pie en un charco, retrocedió y bajó la vista hasta la losa de mármol resquebrajada antes de levantarla hacia el techo. Ante ella se alzaban tres galerías, y en medio, donde apenas llegaba la luz, el techo abovedado estaba decorado con frescos y coronado por una clara boya cuadrada. Daba la impresión de que hacía tiempo que la ventana no tenía cristal. 





Yuri se rodeó con los brazos y se volvió hacia Otabek, que permanecía entre las columnas.





—Puede que estén durmiendo -dijo la chica, fingiendo despreocupación-. 






Otabek se apartó de las sombras y se acercó sigilosamente a la escalinata. Estaba tan tenso como las estatuas que los observaban. Yuri se volvió hacia las balaustradas de las galerías que quedaban por encima de sus cabezas, pero no vio nada, ninguna señal de vida. No había basura. No olía a comida. No se oía el rumor de conversaciones o telerredes. Incluso los ruidos de la calle habían quedado aislados al otro lado de las puertas monumentales. Apretó los dientes, sintiendo que la rabia se apoderaba de ella ante la exasperante sensación de estar atrapada como un ratón a punto de ser cazado. 

Escarlta (II Parte Vicder)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora