Capítulo 28: Dedushka

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La celda en la que retenían a Yuri había sido un camerino en sus orígenes. El fuego había dibujado en las paredes los contornos indefinidos de espejos y tocadores cuyo marco de bombillas había quedado reducido a una hilera de portalámparas vacíos. Habían retirado la alfombra que antes abrigaba el frío suelo de piedra y habían sacado la puerta de roble macizo de sus goznes y la habían relegado a un rincón para sustituirla por barras de hierro soldadas y una cerradura que se accionaba mediante un lector de identidad.







La rabia le había impedido descansar y se había pasado toda la noche, y buena parte del día siguiente, paseando arriba y abajo por la habitación, pateando las paredes y maldiciendo los barrotes. Tenía la sensación de que había transcurrido más de dos días -o incluso meses-, pero al estar encerrada en los pisos inferiores del teatro no tenía otro modo de saberlo que las dos comidas que le habían llevado. El "oficial" que se las suministraba no había querido contestar cuando le había preguntado cuánto tiempo iban a retenerla allí, ni cuando le había exigido que la llevara a ver a su abuelo de inmediato. El tipo se había limitado a sonreír burlonamente a través de los barrotes de una manera que a Yuri le habria encantado arrancarle esa sonrisa.





La chica había acabado desplomándose sobre el camastro desnudo, físicamente agotada. Con la mirada perdida en el techo. Odiándose a sí misma. Odiando a los hombres que la tenían prisionera. Odiando a Otabek. Le rechinaron los dientes y clavó las uñas en el colchón, desgastado y roto. 




«Alfa Volk Altin .»





Si volvía a verlo alguna vez, le arrancaría los ojos. Lo estrangularía hasta que los labios se le volvieran azules. Lo...






—¿Ya te has cansado?





Se incorporó de un salto. Uno de los hombres que la había llevado hasta la celda la observaba desde el otro lado de los barrotes. Rafael  o Troya, no sabía cuál delos dos.





—No tengo hambre -contestó ella, con sequedad. El hombre la miró con desprecio. Era como si todos hubieran aprendido a esbozar la misma sonrisita desdeñosa, como si lo llevaran en la sangre.






—No vengo a traerte comida -dijo, y pasó la muñeca por el escáner. A continuación, asió los barrotes y deslizó la puerta a un lado-. Voy a llevarte a vera tu querido Dedushka. 

Escarlta (II Parte Vicder)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora