Capítulo 22.

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Ya empezaba a oscurecer a las ocho de la tarde. La luz empezaba a ser más tenue formando una atmósfera idílica, romántica, casi mágica. Los rosas, naranjas y amarillos se mezclaban alcanzando a la hierba y a la tierra, a las flores y a los árboles, a los caballos y a las personas que allí estaban disfrutando del paisaje para multiplicar su belleza. Para Carolina el atardecer era la mejor parte del día. Era cuando todo se tranquilizaba en una inquietante armonía con la que se despedían del día. Pero aquella tarde no quería despedirse. No quería irse a casa, cenar, meterse en su cama y prepararse para dormir. Porque en esos momentos no se le ocurría ningún sueño que pudiera mejorar lo que en esos momentos vivía. Se sentía como flotando en una nube y eso que ya había pasado una hora desde que se había despedido de Guillermo que se había vuelto al Pudad pronto para no tener que conducir de noche. Aún después de despedirse ella había ido a buscar a su amiga y tras ayudarla con un par de cosas con los niños habían ido a practicar un poco con sus caballos en la pista mientras los acampados se duchaban, dejándole el trabajo al resto de la familia de Paula.

Llevaban poco más de media hora montando y de lo único que hablaban era de ejercicios que podrían hacer y de como mejorar sus posturas, corrigiéndose la una a la otra. Antes de empezar a montar le había hecho un pequeño resumen que había consistido en un: "Ha ido de miedo". Tal vez le había contestado así porque verdaderamente le daba miedo lo mucho que le había gustado el beso que se había dado con el muchacho, pero no le había explicado nada más. Ni que ya estaba enamorada de él, ni de lo que habían hablado, ni muchísimo menos que se habían besado.

Estaban haciendo un ejercicio de galope en el que cada una iba por un lado de la pista y tenían que ir cambiando de mano pasando al trote para luego volver a salir al galope. Resultaba verdaderamente agotador y excitante que les saliera bien así que sus respiraciones estaban acelaradas y sus sonrisas grabadas. Paula propuso saltar un poco a lo que su amiga aceptó asintiendo enérgicamente con la cabeza haciendo que su pelo negro se moviera con mucha vitalidad y sus ojos brillantes. Empezaron con unas cruzadas pequeñitas para luego pasar a hacer unos verticales un poco más altos y al final terminaron por tener que parar por la falta de visión a las casi nueve de la noche. Seguía habiendo algo de luz natural pero no la suficiente como para saltar vayas o obstáculos tan altos y complicados.

Carolina quitó la silla de montar de la sudorosa yegua y no pudo poner la cara de asco que solía poner siempre porque estaba demasiado feliz como para sentir otra cosa que no fuera alegría. Se llevó la silla junto con la cabezada de trabajo al box donde las guardaban pasando por al lado de Paula que tenía velocidad supersónica y ella ya había acado también con su caballo y le estaba desatando para llevarlo a su campo. La muchacha le guiñó un ojo a su amiga con expresión divertida antes de meterse en el cuartito, dejar la silla y volver junto a su caballo. Le dio un par de palmadas en el cuello a Midnight y un beso en la mejilla.

-Muy bien, preciosa, voy a por una zanahoria. Tú espérame aquí eh- le dijo reforzando su orden con movimientos acompasados de su dedos índice estirado, apuntando al cielo. Acto seguido empezó a desatarla.

-¿A dónde va a ir si la tienes atada, genio?- preguntó la rubia con burla mientras pasaba por su lado junto con Pegaso.

La chica lo pensó por un instante. Miró al animal como buscando una respuesta en él hasta que se encogió de hombros y salió corriendo por la zanahoria para dársela a Midnight. A la vuelta la yegua que ya estaba acostumbrada a recibir su premio tras una jornada de trabajo hacía ruidos con los que le pedía la chuchería ansiosa y andaba sin avanzar levantando las patas una y otra vez y girando la cabeza hacia su amiga que se acercaba a ella con una sonrisa. Le tendió la zanahoria y el animal la mordió con hambre.

-¿Qué? Te gusta, ¿verdad?- le susurró con dulzura mientras acariciaba la frente de su compañera peluda-. Si te portas todos los días como te has portado hoy de bien te daré un cargamento entero de zanahorias, manzanas, hierba y todas las cosas ricas que te podrías imaginar. Aunque yo que sé lo que tú debes de pensar si eres un caballo. Pero no te preocupes que ya nos vamos entendiendo. ¿Verdad que sí?

La felicidad no tiene nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora