-¡Despierta dormilona! ¡Buenos días!
-¡AAAAHHHHH!
Empezar las mañanas después de una noche de pesadillas horribles nunca es plato de buen gusto pero si encima entran en tu habitación y saltan en tu cama mientras te gritan pues, obviamente, te alteras un poquito.
-¡¿Se puede saber que coño pasa contigo?!-chilló Carolina sentándose con rapidez en la cama y cruzando las piernas.
Paula ya estaba tirada en el suelo riendo sin parar y acabó contagiándole la risa a su amiga quien le tiró un cojín para que parara.
-¡Ay!- se quejó la otra-. Vale, vale, me lo merezco. Si me lo hubieras hecho tú ya te habría arrancado los ojos.
-Eres una psicópata, ¿lo sabías?
-Algo había oído- dijo su amiga jugueteando con un mechón rubio de su cabello.
Después le lanzó una sonrisa divertida y se volvió a subir a su cama, esta vez para abrir la ventana y dejar que entrara el aire frío.
-¿Qué haces? ¡Cierra! ¿qué hora es?- preguntó la morena tapándose más con el edredón.
-Las nueve y media pasadas. Ve a ducharte.
-¿Qué? ¡No! Yo quiero dormir...- comentó y por si no quedaba muy claro, volvió a tumbarse refugiándose entre las sábanas.
Pero de repente las sábanas volaron hasta el suelo y por mucho que se encogía haciendo la bolita y cerraba muy fuerte los ojos no conseguía mantener el calor de la misma forma que con las mantas.
Cuando volvió a abrir los ojos su amiga la miraba divertida, apoyada en la pared.
-Paula... ¿qué quieres de mi?- refunfuñó.
-Que te des una ducha. Corre. Yo te hago la cama.
Finalmente Carolina cedió y se levantó estirándose y dando un largo bostezo pegándoselo a su nuevo despertador.
-¡Puta! Sabes que no me gusta bostezar.
-Ah, ¿no?- bostezo- ¿verdad que da mucha rabia...- bostezo-...cuando te obligan a hacer algo...-bostezo-...que no quieres?
Paula se reía entre bostezos y aprovecho que la morena pasaba a su lado para darle un puñetazo en el hombro.
-Eres cruel.
-Aprendí de la mejor- la elogió guiñándole un ojo mientras recorría la habitación. Al llegar a la puerta se giró y añadió-: Por cierto, te he echado de menos.
La rubia sonrió arrugadando la nariz. Un gesto que hacía sin querer desde pequeñita cuando se emocionaba.
Así era su relación; un conjunto de bromas estúpidas que les sacaban sonrisas. No eran mejores amigas, de hecho, sólo hablaban en aquella época, pero había confianza.
Rápidamente Carolina se metió en la ducha. A pesar de que solía estar mucho tiempo bajo los chorros (era el mayor placer del mundo) esta vez solo se entretuvo un momento para dejar que el agua la despejara del todo.
Se puso una toalla y se fue a cambiar a su habitación. Estaba segura de que no había llegado a estar diez minutos en el baño pero a su amiga le había dado tiempo a hacer la cama y a sacarle la ropa para ponerse.
La miró sorprendida pero ella estaba toqueteando la caja de música, ausente.
Comenzó a vestirse. Otra cosa no, pero Paula tenía buen gusto. Había escogido una camiseta de tirantes amarilla con la cara de un minion dibujada, combinando con unos shorts azules oscuros y unas vans amarillas.
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La felicidad no tiene nombre.
RomansPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.