El lago reflejaba la imagen del escenario que flotaba sobre él, a pocos metros de la orilla. El telonero cantaba mientras el cielo se iba tiñendo de gris. Los expectantes sonreían sentados en la orilla, esperando a que llegase la estrella que realmente esperaban bajo un cielo plagado de ellas. Murmullos de gente nervioso rellenaban el silencio que había entre una canción y otra.
El grupo había conseguido colarse entre la gente para estar entre los primeros aunque ninguno de ellos estaba lo suficientemente loco como para meterse en el lago para estar un poco más cerca del Melendi que estaba a punto de salir para dar el concierto de sus vidas. Era de noche, el agua estaba fría, el aire estaba frío. Los chicos y Paula llevaban su sudadera puesta, calentitos, mientras que Carolina se abrazaba el cuerpo temblando de frío.
-¿Seguro que no quieres mi sudadera?- le ofreció por enésima vez Guillermo. Ella negó con la cabeza tratando de controlar el castañeteo de sus dientes que iba en aumento-. Si te estás helando de frío.
-Mentira. Será que tú tienes calor- le evadió ella frotándose los brazos con fuerza.
El muchacho sofocó una carcajada mientras empezaba a quitársela a la vez que ponía los ojos en blanco. El resto del grupo escuchaba las canciones de la telonera y hacían bromas por delante. No habían conseguido estar en una sola fila lo más cercana posible al escenario y habían tenido que conformarse con dividirse. Probablemente podrían haberlo intentado con más efusividad y lo habrían acabado consiguiendo pero a todos les parecía bien esa distribución.
-Sí, y tú frío- le tiró la sudadera a la cara y a ella la envolvió el aroma a Guillermo. Olía a colonia de Calvin Clain y a chocolate. A bosque después de una tormenta y, a la vez, a terraza en la orilla del mar-. Póntela.
Carolina se la quitó de encima y miró a su amigo que dibujaba media sonrisa en su rostro. Se mordió el labio para ocultar una sonrisa mientras bajaba la cabeza. Ya no tenía frío. Las mejillas le ardían. Pero, aunque estuviera a punto de caer en una hipotermia, no se habría puesto el abrigo de su amigo. Estiró la mano con la sudadera en la mano para que lo cogiera y levantó una ceja a modo de amenaza.
-¿Se puede saber por qué odias mi ropa?- preguntó el chico frustrado mientras la cogía y volvía a ponérsela.
-No odio tu ropa- le dijo Carolina aguantándose la risa. Y era verdad. Le encantaba la ropa de su amigo, y le encantaría ponérsela y llevarla cada minuto del día, quería sentir constantemente su olor encima de ella, como si estuviera todo el rato abrazándola. Y precisamente por eso no podía ponerse su ropa.
El cubata que le habían preparado los chicos le empezaba a hacer efecto, empezaba a llegar ese maravilloso sentimiento de desinibición mientras el ardor del vodka le bajaba por la garganta era realmente reparador. Sabía que tenía más fases, que dentro de tres o cuatro cubatas igual de cargados iba a perder el control, pero bebió otro trago.
-¿Y por qué no te la pones?
-Porque lo mejor de tener novio es que te preste sus chaquetas- le dijo tras un momento. Luego le miró a los ojos diciendo "Es lo que hay" mientras él le aguantaba la mirada un momento para luego bajarla negando con la cabeza tras un suspiró. Carolina quiso colgarse de su brazo y borrarle ese ceño fruncido a besos. Quiso hacerle bailar con ella hasta que le dolieran las piernas y que luego, aún así, la llevara en brazos. Quiso abrazarle y dejarse envolver de nuevo por su olor. Quiso vivir en ese abrazo constante. Pero no pudo hacer nada de eso. No por las estúpidas reglas que cada vez le daban más igual. Ni por su miedo a enamorarse que cada vez lo veía más distante. Sino porque el telonero se había despedido y los primeros acordes de "Tocado y hundido" empezaban a llenar la explanada.
Gritó. Gritó muy alto. Gritó antes de mirar al escenario. Gritó antes de que él saliera al escenario. Gritó antes que nada. Antes que nadie. No sabía muy bien porque gritaba. Sólo sabía que ese grito le había gustado y que pensaba repetirlo. Como ya estaba haciendo. La voz del cantante empezó a sonar y la multitud se le unió en la canción, solo que un poco más desafinados.
Carolina especialmente no cantaba, gritaba. Sólo gritaba la letra de todas las canciones que se sabía de memoria. Pasaron una, dos, tres, cuatro canciones y la garganta cada vez le picaba más. A la mañana siguiente iba a estar afónica pero sólo le pedía a sus pobres cuerdas vocales que aguantaran hasta que acabara el concierto. Que luego callaría para siempre.
Empezó a sonar "Posdata", su canción favorita y el corazón empezó a latirle con mucha fuerza en el pecho. Pensó que en cualquier momento le iba a dar un fallo cardíaco pero no le importó. Levantó los brazos y se puso a dar saltos mientras gritaba incomprensiblemente, junto con los primeros acordes. La sonrisa le llegaba a los ojos cuyas comisuras se arrugaban y las mejillas empezaban a dolerle pero no pensaba dejar de sonreír. Le gustaba hacerlo. Le gustaba tener razones para hacerlo.
-Solamente tengo una fotografía para recordar lo que fue nuestro amor...- empezaba Melendi mientras la multitud gritaba eufórica.
Llevaba lloviendo ya un rato y probablemente ninguno se habría dado cuenta si el cantante no lo hubiera dicho al terminar una de las canciones, dándoles las gracias por seguir allí a pesar del agua. Por estar siempre a pesar de todo. No sabía que eran ellos los que tenían que agradecerle todo.
Carolina tenía ya el pelo mojado, cuyos cabellos le golpeaban en la cara cada vez que movía la cabeza bruscamente al ritmo de la música. La camiseta empapada dejaba transparentar el sujetador negro que llevaba puesto. Los pantalones se le pegaban a las piernas y pesaban tres veces más de lo normal. Pero nada de eso importaba ya. Se habría metido en el lago de cabeza sólo por poder repetir aquella noche.
Alguien le agarró por la cintura y la barbilla de Guillermo se apoyó en su cabeza. Ella colocó sus manos sobre las del muchacho y cerró los ojos, feliz por estar allí. Feliz porque él estuviera allí. Feliz por tenerle. Feliz por todo. Aquella noche se la debía a él. Aquella sonrisa imborrable. Aquellos latidos fuertes de su corazón. Aquellas pequeñas descargas eléctricas que le recorrían todo el cuerpo desde el punto en el que él la tocaba.
Se giró y bailó agarrada a su cuello. Él sonreía. Ella sonreía. Ambos se contagiaban la sonrisa en una mueca eternamente feliz. Carolina clavó la vista en los ojos de su amigo que le devolvía la mirada de cariño. Luego, la bajó hasta su labios y se mordió el suyo inferior con deseo. Giró la cabeza y se puso de puntillas. Quería besarle. Iba a besarle. Recordó como se habían besado el día del picnic. Ese beso sin nombre. Y recordó también las ganas que había reprimido de repetirlo desde el mismo instante en que se separaron sus labios. Hambrienta de besos. Hambrienta de él.
Juntó su frente con la de él antes de besarle, llamándole con los ojos llenos de ternura. Pero cuando los cerró y entreabrió la boca para recibir Ese Beso que tanto deseaba una mano se interpuso en su camino y la hizo retroceder. Era la de Guillermo que acto seguido la besó en la frente. Se acercó a su oído para hablarle.
-Un beso bajo la lluvia, con una canción romántica sonando de fondo no es precisamente un beso de amigos, ¿no crees?- le dijo. No fue necesario que le gritara, podría haberle susurrado esas palabras que de todas formas habría seguido siendo un chillido para ella. La voz más fuerte entre todas las que les rodeaban.
Se separó de él mirando a sus pies mientras veía como todo su mundo se venía abajo.
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La felicidad no tiene nombre.
RomancePasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.