El último juicio fue el peor de todos. Con diferencia. Pero tanto por el juicio, en el que se acabó decidiendo todo su futuro, como por el viaje hasta casa también.
Nadie deberíaver llorar a una madre. Carolina no recordaba haber presenciado nada más doloroso.
Durante su declaración, la mujer no pudo evitar echarse a llorar. Se le escapaban las lágrimas. Se le escapaban de verdad. Intentaba guardarlas, no quería montar el numerito para quedarse con la custodia. Le dolía de verdad ver como la mejor parte de su vida se le escapaba de las manos.
En el viaje su madre le pidió disculpas y le explicó por enésima vez que no era culpa suya. Que eran las circunstancias peroque ni su padre ni ella la culpaban de la separación. Que iban a seguir queriéndola muchísimo. Que no iba a notar el cambio.
Mentira.
Todo mentira.
Casi habían llegado y la niña no había abierto la boca. Sólo pensaba en la escena del juzgado. No dejaba de darle vueltas a lo mismo. ¿Por qué su madre había llorado? Finalmente preguntó para comprobar si su teoría era verdad.
-¿Duele?
-¿El qué, cariño?
-Querer tanto a alguien.
Las manos de la mujer temblaron sin querer y Carolina supo quehabía acertado al ver a su madre bajando la vista y cerrando los ojos. Se acostumbraría a ese gesto involuntario de su madre cada vez que intentaba controlar el llanto.
-Si...- confesó en un susurro apenas audible-. Si, duele mucho.
La escena se repetía una y otra vez en la cabeza de Carolina. Recordaba aquellas palabras cada día; en cada abrazo, en cada palabra amable, en cada gesto, en cada sonrisa, en cada mirada, en cada beso.
Era su manera de mantener cerrada cada cajita de música que compartía con todos sus conocidos. Seguía sumergida en un absoluto silencio imperturbable que, irónicamente, cada vez era más ensordecedor.
Y también pensaba en aquella escena tan lejana y a la vez tan presente en su día a día mientras pedaleaba hasta la hípica el domingo nada más terminar de comer.
No tardó mucho en llegar y se vio obligada a salir al mundo exterior de nuevo en lugar de seguir centrándose en momentos pasados. Se vio obligada a continuar con su vida por mucho que no quisiera. Se vio obligada a sonreír sin ganas.
Esa mañana su padre, simplemente, no le había hablado. Sin embargo, si que había hablado con su madre. La había llamado a las tres de la mañana por primera vez en meses para contarle que su hija se había "escapado".
La mujer se había pasado la noche en vela intentando contactar con su hija que no quería ni mirar su teléfono pensando que era su padre.
Se sentía culpable por haberle hecho eso a la única persona a la se permitía querer y enfadada con la otra única persona a la que había querido y que le había decepcionado.
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La felicidad no tiene nombre.
RomansaPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.