Capítulo 14.

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El siguiente día Carolina consiguió levantarse pronto pero se sentía como se debía sentir la telaraña de la canción "Un elefante se balanceaba" cuando ya perdías la cuenta de cuántos elefantes había sobre la telaraña que, por otra parte, debía de ser la mar de resistente. La noche anterior se había releído Sinsajo prácticamente entero, desde las nueve cuando llegó hasta las cuatro de la mañana sin parar. Cuando terminó le dolían tanto los ojos que apenas podía cerrarlos, no sólo por haber forzado la vista durante tantas horas seguidas sino también porque había llorado más incluso que la primera vez que se lo leyó. Le gustaba llorar por los libros, era una excusa perfecta para llorar a la vez por sus problemas en realidad. Era otra forma de engañarse a sí misma; así ella podía seguir diciendo que estaba bien pero se descargaba a través de su llanto.

Esperaba poder continuar con su amistad con el muchacho después de verano a través del móvil y él había llegado a hablar sobre el poder ir a la capital para probar suerte donde vivía la chica. Eso tenía que irle bien pero una vez haber empezado a crecer en la Gran Manzana estaba claro que no tenía mucho por lo que volver a diario. Estaba claro que iban a cortar lazos en poco tiempo y que se acabó todo lo que tenía que ver con él.

La ducha de esa mañana duró más de lo normal, como siempre que se encontraba mal, su ducha fue tan larga que se extrañó de que su padre no subiera quejándose de que estaba haciendo una mancha en el salón por la humedad que se traspasaba. Mancha, que, luego, siempre que iba ella a comprobarla, se borraba mágicamente por un calor repentino que ella, casualmente, tampoco sentía. Ironías de la vida.

Se vistió con pesadez y se cepilló el pelo con lentitud. No quería salir de su cuarto. Quería volver a meterse en otro libro y luego en otro y en otro y en otro... hasta perder el juicio como lo perdió Don Quijote si hiciera falta. No quería tener que salir y volver a fingir una sonrisa, entonar su voz alegre, charlar con un ser al que detestaba a pesar de que llevara su misma sangre. No quería verse obligada a fingir el teatrillo de siempre. No quería verse obligada a vivir su vida, no esa mañana, no ese día.

Se sentía algo ridícula viéndose derrotada porque Guillermo fuera a salir de su vida. Pero era tan fácil todo con él. Se había acostumbrado a las sonrisas fáciles que le sacaba, a esa forma que tenía de hacer que todos los pensamientos, malos y buenos, desaparecieran de su cabeza con un sólo el roce accidental de sus manos, a echarle de menos sabiendo que le vería al día siguiente, a estar con él sin querer estar en ningún otro sitio, en ningún otro lugar. Se había acostumbrado a tantas cosas que le gustaban tanto... y ahora, de repente, le decían que tenía que volver a lo de antes en unos días que se iban a pasar más rápidos que lentos.

Se le ocurrió nada más levantarse de la cama que había algo de su vida en donde no necesitaba a Guillermo y por eso llevaba las botas de montar, sus pantalones de hípica y una camiseta vieja. Y por eso se estaba recogiendo el pelo en una coleta. Y por eso, y sólo por eso, iba a salir de su habitación esa mañana.

Nada más abrir la puerta se encontró con su padre que también salía de su habitación. Carolina puso los ojos en blanco y se mordió el labio, lo último que quería en esos momentos era discutir, que era lo único que hacían últimamente. Bueno, no, en realidad no. Lo que hacían era que la chica intentaba tener un par de comentarios amables que él malinterpretaba y tenía que morderse la lengua cien veces mientras él le decía un millón de sandeces que no tenían sentido alguno.

-Buenos días- le dijo amablemente esperando el gruñido de siempre.

-Buenos días- contestó su padre contento en su lugar y la abrazó.

Carolina no le devolvió el abrazo de lo confusa que estaba. Tuvo que reprimir un "¿Qué estás haciendo?" demasiado brusco o la arcada que le entró cuando la hinundó la nube de humo que siempre lo acompañabab a donde quiera que fuese.

La felicidad no tiene nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora