Capítulo 03

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—¡Me toca darte gusto! —le dijo Violette volviendo un poco en sí.

—No seas impaciente y déjame hacer.

Violette levantó las nalgas para ayudar a Rose a desnudarla por completo. Le quitó rápidamente las enaguas. Gérard sintió que su corazón palpitaba con más fuerza al divisar la hermosa vulva desnuda entre los muslos blancos.

Su sexo se había hinchado de nuevo enseguida. Se llevó una mano al vientre para deshacer el cinturón de su bata. Una bocanada de calor le subió a la cabeza cuando vio a la mayor ponerse de pie y tomar su vestido para quitárselo. Apenas podía creer que, muy cerca, las dos jóvenes hermanas iban a proseguir sus tunantadas, casi por completo desnudas. Rose llevaba unas medias blancas, sujetas por las ligas sobre sus fuertes muslos, y un hermoso corsé con ballenas que ponía de relieve sus anchas caderas al ceñirle el talle.

Gérard, que conocía ya el cuerpo de Rose, había clavado sus ojos, sobre todo, en la entrepierna de Violette. Sin turbación alguna, ésta había dejado sus muslos abiertos. El joven pintor contemplaba, fascinado, la delgada cicatriz rosada, apenas abierta bajo el vello rubio. Con un gesto lleno de gracia, la muchacha paseó sus dedos por la vulva, mientras Rose soltaba el cordón que cerraba su corsé. Desabrochada la prenda, sus pesados pechos de anchos pezones de un rojo oscuro, florecieron. Con una mano sujetando su miembro, Gérard sintió la tentación de acariciarse, pero esta vez prefirió contenerse el mayor tiempo posible. Sobre todo porque el espectáculo era cada vez más atractivo.

Violette cosquilleaba con la punta de su dedo el clítoris que se hinchaba, sintiendo sordas oleadas de voluptuosidad corriendo por su carne. Ante los ojos de Rose, hundió su índice en la húmeda vagina, hasta llegar a la membrana que la hacía virgen aún.

—¿Sabes...? —dijo tímidamente a su hermana.

—¿Qué? —le respondió ésta levantando las piernas para quitarse las medias.

—Me gustaría... realmente... ser como tú.

—Si estás hablando de tu desfloración, ¡no te preocupes! ¡No faltan hombres! De todos modos —añadió acabando de desnudarse—, primero hablaremos con mamá. Como ocurrió conmigo. Además, te quedan muchas cosas por aprender.

Rose, que era bastante desvergonzada, sentía un gran afecto por su madre, una verdadera amiga para ella. La admiraba por el valor que había demostrado en el difícil período de su infancia. Y en contacto con su madre había comprendido, también, que era menester utilizar a los hombres, sin confiar demasiado en ellos. Solía recordar lo que le había dicho una noche, poco después de que fuese desflorada por Charles.

—Aprenderás a aprovechar lo que tienen de bueno, pero, sobre todo, no te pongas nunca a los pies de un hombre diciéndole que estás enamorada de él: ¡acabaría por hacer que te arrastraras!

En aquel momento Rose no quería pensar en historias de hombres y de desfloración, ocupada como estaba por la turbadora visión de su joven hermana casi por completo desnuda. En efecto, Violette sólo llevaba encima el corpiño abierto sobre sus estremecidos pechos.

Gérard dio un respingo cuando vio a Rose arrodillándose en la cama, gualdrapeada sobre Violette. No podía soñar en una escena más deliciosa que aquélla salvo que, naturalmente, sólo era un discreto espectador.

—¡Tu conejito es realmente adorable! Me reprocho no haberlo degustado antes. Ahora vamos a compensarlo. Nos haremos monerías, así también tú podrás darme gusto.

Violette estaba demasiado excitada para pensar en lo que su hermana decía. Prefería, sencillamente, abandonarse al placer que hacía vibrar todo su cuerpo.

Dos Hijas NinfómanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora