R OSE había sabido, escuchando distintas indiscreciones en el café, las relaciones de Mathilde con los carniceros. Su orgullo femenino se sentía herido por el hecho de que aquellos hombres tan viriles no hubieran manifestado, hasta ahora, el menor deseo por ella.
Se sentía celosa, sobre todo, por una confidencia que le había hecho su madre. En efecto, Ninon le había dicho que Romuald, uno de sus inquilinos, le gustaba. Pensaba también en Julien, el joven estudiante que ocupaba una habitación del primer piso. Sus deseos, algo vagos, cristalizaron en la siguiente ocasión. Lucie, una moza muy despierta que trabajaba con ella en los Halles, le tendió cierto día un paquetito diciéndole: —Ábrelo en tu habitación.
Rose le pidió explicaciones, pero Lucie permaneció silenciosa, añadiendo sólo que prefería darle una sorpresa. Por la noche, en su alcoba, deshizo impaciente el nudo que cerraba el paquete. Lanzó un breve «¡oh!» al descubrir su contenido: una serie de fotos a cuál más guarra. Mostraban mujeres de abundantes formas haciendo el amor entre sí o con compañeros masculinos. Se practicaban las posiciones esenciales. Se sintió turbada, sobre todo, por unos clichés que mostraban a una de ellas en compañía de dos hombres. En una de las fotografías, uno de ellos le hacía una felación al segundo, en el otro cliché, era sodomizado mientras la mujer se la mamaba.
Sus sentidos se caldearon a medida que iba mirando las fotos. Le era imposible apartar la mirada de aquellas imágenes terriblemente provocadoras. Sin poder aguantarlo más, se desabrochó la falda e hizo, también, que los calzones cayeran a sus pies. Tendida en la cama, Rose puso una mano sobre su carnosa vulva. Apretó unos instantes antes de meterse un dedo, por entre los abundantes pelos, hasta la vagina húmeda. Puso al descubierto el clítoris tenso por el roce con la yema de su dedo mayor.
Con una foto en la otra mano, se masturbó con gestos febriles. Las más impúdicas imágenes cruzaron su espíritu. Su pelvis era agitada por unas convulsiones cada vez más vivas. El orgasmo la dominó rápidamente, sacudiendo su cuerpo con violentos temblores. Algo más tarde, apaciguado su goce, volvió a pensar tranquilamente en lo que iba a hacer. Sus deseos fueron tomando forma poco a poco. «Me encargaré de ello mañana mismo», pensó antes de dormirse.
A la mañana siguiente, echó una notita por debajo de la puerta de Romuald, en el tercer piso. Le invitaba a reunirse con ella en su habitación, una noche en la que estuviera. Había osado, incluso, añadir como posdata: «Si estuviera usted con una amiga, tráigala». Rose sabía, de todos modos, que cuando pasaba allí la noche lo hacía siempre con una amante.
Algo más tarde, se sintió preocupada por su gesto, preguntándose cómo iba a reaccionar cuando él entrara en su habitación con una mujer. No tenía, sin embargo, la intención de retroceder. Muy al contrario, en su espíritu se había formado otro deseo. Tenía ganas de divertirse un poco con los hombres, tal vez para burlarse de quienes la marcaban con cierta indiferencia.
Fue a echar otra notita bajo la puerta de Julien, diciéndole que acudiera aquella misma noche. El joven estudiante solía mirarla con ojos brillantes y no dudaba ni un solo instante que él rechazaría esa intervención.
En efecto, hacia las nueve de la noche, cuando hacía poco tiempo que había regresado, oyó que llamaban discretamente a su puerta. Allí estaba Julien, con aire bastante tímido. Era un joven de cabellos rubios que le caían sobre los hombros, rodeando un rostro de rasgos finos, casi femeninos. Alto y delgado, iba muy bien vestido con unos anchos pantalones negros y una camisa de algodón blanco.
Rose le hizo entrar en su habitación. Estaba bastante excitada. De hecho, menos por la idea de que, tal vez, haría el amor con él que por pensar que le tocaría dirigir las operaciones.
Comenzó incitándole al abrirse el corpiño, descubriendo a medias los generosos pechos, de grandes pezones rojos. Muy intimidado, el muchacho apenas podía creer lo que le estaba sucediendo. Aquella muchacha, tan distante por lo general, estaba allí, ante él, acariciando su firme pecho. Se estremeció cuando ella le tomó de la mano para invitarle a tenderse en su lecho. Rose se aproximó.
Una increíble turbación se apoderó de él cuando ella le dijo, en un tono ingenuo: —¿Todavía eres virgen?
El muchacho vaciló unos momentos antes de responder, tímidamente, «sí». Excitada por esta idea, se agachó ante él. Se abrió el corpiño desnudando unos pechos de pezones rojos y sobresalientes. Luego se levantó las faldas bajo las que iba desnuda. Julien se sintió febril al descubrir la carne abierta de la hinchada vulva bajo el vello castaño. Su sexo hinchaba el tejido de sus pantalones. Rose, que lo había advertido enseguida, posó una mano encima oprimiendo ligeramente. Se sintió orgullosa viendo el efecto que producía en el muchacho.
Acentuó la provocación paseando un dedo por su raja rosa y reluciente. Pero se había hecho una idea y no quería forzar las cosas.
—Esta noche sólo te permito mirar —le dijo. Y añadió enseguida—: enséñame la polla.
Aunque molesto, obedeció y se desabrochó la bragueta para sacar la tensa verga. Más bien delgada, era sin embargo de apreciable longitud. La visión de la abierta vagina daba a Julien el instintivo deseo de meter allí su tranca agitada por convulsiones nerviosas. Como si hubiera adivinado su deseo, Rose se adelantó para colocar su muesca contra el glande rosado y puntiagudo. Había aprendido a conocer a los hombres, sobre todo con los consejos de su madre. Y sabía que, con un nuevo amante, no había que precipitar las cosas sino, muy al contrario, saber permitir que la desearan.
Tomó el tallo palpitante y cálido entre el pulgar y el índice, tiró de la piel del prepucio hacia los cojones para descapullar por completo el glande que colocó en su mullida raja. Ante aquel contacto, nuevo para él, de un sexo femenino, un violento espasmo recorrió a Julien. Rose estimuló su placer cosquilleándose el clítoris con la punta de la polla.
A Julien le habría gustado poder hundirse más aún en la pulposa vagina, pero Rose contenía con los dedos los movimientos del sexo. Tras haber liberado su vulva, masturbó la polla mientras se acariciaba.
—¡Qué gusto! —le dijo Julien que tenía ganas de vaciarse en su vientre.
Pero el placer ascendía, inexorable, en él, al ritmo de la leche en su verga. Eyaculó de pronto, suspirando y soltando espesos chorros que cayeron en su vientre y en los dedos de Rose. Ella gozó mientras él acababa de aliviarse con chorros menos copiosos.
Rose se llevó los dedos a la boca para lamer el esperma que los cubría. El sabor, bastante dulce, de la simiente le gustó, pero no tenía ganas de tragársela toda. Colocó los dedos en su vulva y la cubrió con el resto de la leche. Adelantándose, le dijo a Julien: —¡Lámeme!
Levantando la cabeza, el muchacho obedeció sin decir nada. Aunque algo asqueado por el fuerte olor del húmedo sexo, le excitaba mucho la visión de los labios mayores que se abrían sobre la rosada muesca. Su lengua penetraba tanto como podía y lamió el jugoso surco mordisqueando los labios cálidos y carnosos.
Rose le dio algunos consejos para que estimulara su clítoris, que salía de su capuchón. Pasado ya el momento de asco, como el que experimentan algunos hombres en su primer cunilingus, a Julien le invadió un intenso placer mientras chupaba la vulva que se ofrecía a su boca. Su verga estaba de nuevo dura. Pasando una mano por detrás, Rose la masturbó. Sintió por unos momentos el deseo de tener aquella polla metida en la ardiente vagina. Pero, pese a su excitación, consiguió contenerse, prefiriendo seguir la idea que tenía en la cabeza.
Julien la lamía cada vez más nervioso. Rose agitaba su vientre contra su rostro. Gozó con pequeños gemidos cuando él eyaculó, soltando unas salvas menos abundantes que la primera vez.
Tras haberse levantado, le dijo sencillamente: —Vendrás a verme muy pronto. Te dejaré una nota.
Julien se vistió en silencio. Lo que acababa de vivir era tan intenso y sorprendente que era incapaz de decir una palabra.
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Dos Hijas Ninfómanas
RomansaNinon, dueña de un café parisino, tiene una fantasía oculta que invade cada noche el calor de su alcoba: la belleza adolescente de sus hijas, Rose y Violette, despierta en ella un insoportable deseo sexual Ninfómania: Obsesión con pensamientos o com...