Capítulo 24

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 D E regreso a El Techo Acogedor, Violette y Julie se detuvieron en la sala del café para comer un poco. El ambiente estaba muy animado e, incluso, bastante caliente. Violette se sentía turbada por los hombres que, de vez en cuando, lanzaban una mirada hacia Julie y ella. Por su parte miraba a todos los que, sin demasiados cumplidos, pasaban rápidamente la mano por los lomos o las nalgas de Mathilde. Aquellos gestos resultaban bastante groseros pero, sin embargo, le habría gustado ocupar el lugar de aquella mujer que imantaba el deseo de tantos varones.

Julie había advertido la emoción que ruborizaba el rostro de su amiga. Inclinándose hacia ella, le dijo en voz baja: —¿Y si subiéramos? He tenido una idea...

Aunque intrigada, Violette no le pidió explicaciones. Tras haber deseado las buenas noches a Ninon, subieron al primer piso.

Mientras, Gérard, oyendo ruido en la habitación de Rose, se había instalado ante el pequeño orificio que había practicado en la pared. El espectáculo que se le ofrecía era muy excitante.

Medio desnuda, Rose se hallaba en compañía de Irène y Julien. También ellos estaban por completo desnudos. Tendido en la cama, el joven estudiante lamía la vulva de Rose, agachada sobre él. Instalada entre sus piernas, Irène paseaba su lengua por la delgada y erecta polla. Gérard no sabía a dónde dirigir la mirada, si al sexo de Rose, muy abierto bajo la boca del muchacho, o a los labios de Irène que se movían con habilidad por la verga. Imaginando que ocupaba el lugar de Julien, se apoderó de él un fuerte deseo de darse gusto. Oprimió su tranca, que se hinchaba en los pantalones, aunque hizo esfuerzos para contenerse.

Considerando que había llegado el momento, Irène se incorporó para ajustar su carnosa vulva al glande. Una violenta sacudida recorrió su polla cuando Gérard vio la punta del sexo desapareciendo entre los abiertos labios, por entre el rubio vello.

—¡Contente —le dijo ella al muchacho— o la velada habrá terminado!

Julien hizo terribles esfuerzos para retrasar la llegada del esperma hasta la verga. Quería, a toda costa, estar a la altura de lo que la mujer le pedía. Con gran habilidad, ésta se limitaba a hacer ondear sus caderas, envolviendo sólo el glande con los bordes de su vagina.

Afortunadamente para él, Irène liberó su sexo diciéndole a Rose: —¡Ocupa mi lugar! ¡Y haz como yo! ¡Deja la polla al borde del conejo!

Ésta lo estaba esperando y se sentó sobre la verga, brillante de ambrosía. Julien sintió un placer que pocas veces había experimentado. Los labios mayores envolvieron su glande, colmado de sangre. Agachada tras ellos, Irène no permaneció inactiva. Metió, simultáneamente, un dedo en el ano de Rose y otro en el de Julien. Sus dos compañeros se arquearon ante aquella inesperada penetración.

Rose agitaba su pelvis, reteniéndose para no moverse con más violencia. A Julien, por su parte, le costaba refrenar la presión de la leche en su verga. Intentaba mantener la cabeza fría, dividido entre el deseo de aliviarse y el de hacer durar su intenso placer.

Entonces se abrió la puerta.

En efecto, Julie había comunicado a Violette su deseo de ver a Julien. Como no había nadie en su habitación, le propuso ir a la de su hermana.

Irène fue, primero, la única que vio entrar a las dos muchachas. Apreciaba las relaciones sáficas y su llegada no le desagradaba. Rose tembló de sorpresa cuando divisó, por su parte, a su hermana con la amiga. Haciendo un involuntario movimiento de la pelvis, liberó su vagina de la trepidante polla. Desconcertado, Julien perdió, un poco, la rigidez de su sexo.

A Julie la situación la excitó enseguida. Con el desparpajo, lleno de autoridad, que la caracterizaba, tomó la palabra: —¡Lamento haberos interrumpido! Tengo una idea que va a gustaros —añadió con traviesa sonrisa.

Dos Hijas NinfómanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora