Capítulo 06

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Con el corazón palpitante, Violette se había dirigido a la pequeña alacena para espiar a Gérard, que se disponía a pintar. Su paciencia se vio recompensada cuando vio a Odile entrando en el taller. Pocas veces había divisado a la moza, de apenas veinticinco años. Muy rubia, metida en carnes, con un rostro redondo de grandes ojos azules, nariz respingona y boca carnosa, Odile tenía un aspecto claramente marrano.

Violette se estremeció cuando vio a Gérard besándola con rapidez y diciéndole: —¡Vamos, manos a la obra!

La moza se desnudó sin más melindres, y lo hizo muy pronto pues sólo llevaba, bajo el vestido, unas medias y un liguero negro, que no se quitó. Turbada, Violette descubrió aquel cuerpo casi por completo desnudo. Su mirada se detuvo en los pequeños pechos en forma de pera, parecidos a los suyos aunque más altos y ligeramente caídos.

Sus ojos se fijaron rápidamente en la vulva redondeada, cubierta de espeso vello muy claro a través del que se dibujaba, visiblemente, la larga raja sexual.

«¡Es menos bonita que en los cuadros!», pensó Violette a la que, sin embargo, la visión comenzaba a caldear seriamente.

La muchacha se tendió en un pequeño sofá, adoptando una pose provocadora. De acuerdo con las instrucciones de Gérard, dobló una pierna posando un pie al borde del asiento y dejando abiertos los muslos. Una fuerte emoción se apoderó de Violette cuando la vio abrirse la vulva con dos dedos. Entre los pelos rubios y enmarañados apareció la rosada boca del coño.

Gérard había comenzado a pintar. Pero los gestos de Odile le parecían demasiado tímidos.

—¡No te contengas! —le aconsejó en tono firme—. ¡Acaríciate de verdad! Ya sabes, no me gusta el camelo. ¡Sólo realismo!

Obediente, la muchacha abrió un poco más sus labios mayores para insinuar un dedo en la raja.

Violette sintió que sus mejillas se ruborizaban al ver el índice que se metía entre unas carnes que adivinaba jugosas. Pero quedó pasmada, sobre todo, cuando Odile se metió otro dedo, más abajo, entre las rechonchas nalgas. Con el vientre atenazado por un indefinible deseo, metió una mano bajo sus faldas para llegar a la vulva, muy húmeda. Temiendo hacer algún ruido, contenía su deseo de acariciarse con excesiva energía.

Odile siguió cosquilleando sus orificios íntimos. Siguiendo las órdenes del pintor, adoptó una postura más obscena todavía: arrodillada en el sofá, con los muslos abiertos y la grupa levantada. Con una mano metida entre las piernas y la otra entre las nalgas, prosiguió con sus caricias.

—Gérard... Qué cosas hago... ¡Eres un maldito vicioso!

—¡Prosigue! ¡Algún día estarás muy contenta de poder aprovecharlo! —respondió superponiendo al primer esbozo otro que representaba la nueva posición, en un conjunto que ofrecía una escena de rara indecencia.

Violette sintió que aquellas palabras eran un verdadero aguijón, clavado en su alma y en su más íntima carne. A veces, ciertamente, había oído hablar de las historias de los pintores con sus modelos, pero no quería creer que aquella mujer fácil fuese la amante del hombre por el que experimentaba unos sentimientos tiernos e intensos a la vez.

Sin embargo, muy pronto tuvo que rendirse a la evidencia. Gérard había dejado los pinceles.

—¡Quédate así! —le dijo a Odile mientras se acercaba.

—¿Sabes?, estoy un poco... incómoda...

—Lo arreglaremos —respondió seguro de sí.

Dos Hijas NinfómanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora