U NOS días después de esa cálida escena, cierta noche, Ninon fue a ver a Violette en su habitación. Su hija, que se disponía a meterse en la cama, sólo iba vestida con un fino camisón. Ninon se sintió rápidamente conmovida al ver los pequeños pechos que tendían la tela y, sobre todo, la mata castaña del sexo que se adivinaba bajo el algodón. Pero se esforzó por disimular su conmoción, pues la visita tenía un objetivo concreto.
Le anunció, en efecto, a su hija menor que creía llegada la hora de su desfloración. Violette se estremeció al saber la noticia. Le impresionó, sobre todo, que su madre dijera: —Y estoy de acuerdo en que sea Gérard, si lo deseas.
Violette se lanzó al cuello de su madre besándola para agradecérselo. Sin pensar en lo que hacía, Ninon arrastró a su hija hacia la cama. Tendida sobre el cobertor, Violette se abandonó cuando su madre le levantó el camisón descubriendo sus piernas. La prenda pronto estuvo arremangada hasta el ombligo.
—Quiero mirar por última vez ese coñito de doncella —le dijo Ninon posando una mano en la vulva húmeda y palpitante.
Violette, instintivamente, hizo sobresalir su vientre, como respondiendo a la caricia del dedo que se insinuaba entre sus labios mayores. Su respiración se hizo entrecortada. Un largo temblor recorrió su cuerpo cuando el dedo llegó al clítoris, ya erecto y fuera del fino capuchón. Mientras cosquilleaba el pequeño capullo, Ninon insinuó dos dedos en la vagina tibia y húmeda. Con los ojos cerrados, Violette imaginó que la poseía el sexo de Gérard. El placer recorrió enseguida todo su cuerpo. Agitaba las caderas cada vez con mayor nerviosismo. También Ninon, por su parte, estaba terriblemente excitada. En especial cuando, con la punta de los dedos, rozaba la fina membrana del himen. Aceleró el ritmo de sus dedos. Arrastrada por un violento orgasmo, Violette gimió moviéndose en todas direcciones.
De regreso en su habitación, Ninon se masturbó nerviosamente para apaciguar sus caldeados sentidos. A Violette, por su parte, le costó conciliar el sueño.
Tres días después, Ninon cerró su café un poco antes que de costumbre, hacia las nueve. La víspera, había avisado a Gérard que, también él, tuvo dificultades para dormirse aquella noche. Ciertamente, había tenido ya el placer de desvirgar a Clarisse, la sobrina de Ninon, pero su deseo le llevaba, ante todo, hacia Violette.
Ésta estaba en su habitación con Julie. Ninon había autorizado, en efecto, a su joven amiga a asistir a la velada. «Tal vez la haga participar, incluso, de un modo u otro», se había dicho Ninon, a quien el desparpajo de la muchacha turbaba realmente.
Ninon llamó a la puerta de Gérard para avisarle. El pintor no podía permanecer tranquilo. Vestía, sencillamente, una camisa clara y unos anchos pantalones oscuros.
Cuando entró en la habitación de Violette, se sintió de pronto tan intimidado como en su primera cita de amor. La situación, es cierto, no era banal. He aquí que, tras haberle ofrecido la doncellez de su sobrina, Ninon le entregaba ahora la de su propia hija.
Violette se estremeció, también, al divisar a Gérard. Afortunadamente la distrajo Julie, que se encargó de desnudarla.
—Prepara un poco su sexo —le dijo Ninon.
Julie se sentía satisfecha de poder participar en la desfloración de su amiga. Violette se había tendido en la cama, de través. Acuclillada entre sus piernas, Julie comenzó a lamerle la vulva mientras le acariciaba los pechos. Gérard estaba tanto más excitado cuanto Ninon le acariciaba la verga, tensa bajo la ropa. Tras haber abierto la raja con la lengua, Julie se levantó anunciando: —¡Está lista!
Durante varios días, Ninon había vacilado sobre el modo de actuar: si utilizando un consolador o solicitando la contribución de un hombre. Pero no sólo no quería oponerse al deseo de su hija sino que, más aún, pensaba que Violette tendría muchas otras oportunidades de utilizar un consolador.
Invitó pues a Gérard a desflorar a Violette, invitando también a Julie a permanecer junto a su amiga. El pintor se sintió más turbado que nunca al arrodillarse entre las piernas de aquella muchacha virgen aún. Y además temía que, en su emoción, el goce prevaleciera demasiado pronto. Sobre todo porque Ninon le había puesto en guardia al respecto: —No quiero verle gozar en su vagina, téngalo en cuenta —le había dicho la víspera.
El placer de Violette se mezclaba con otras preocupaciones y, en primer lugar, la de que le doliera. Pero se sentía más tranquila desde que Julie le había dicho que no se preocupara. Se estremeció al sentir la dura verga rozando su vulva. Delicadamente, Gérard insinuó el glande en la raja húmeda y entreabierta. Un violento temblor recorrió su cuerpo cuando el hombre hizo penetrar cada vez más su rígido sexo.
Sin limitarse a mirar la escena, Julie acariciaba con una mano los pechos de su amiga y, con la otra, su clítoris. Vivos espasmos agitaron el vientre de Violette cuando la punta del sexo llegó a su himen. Con grandes precauciones, Gérard hizo girar su polla en la vagina, con lentos movimientos.
Dominada por el goce, Violette movía sus caderas, lanzando su vientre hacia delante, como para que la penetraran más profundamente.
Gérard introdujo el sexo con un brusco movimiento de cadera. Violette soltó un breve gemido ante el dolor que desgarraba su vagina. Pero aquel rápido sufrimiento dio paso al placer que contraía sus mucosas. Gérard, que había comenzado a dar pistonazos en el prieto sexo, adivinó que no podría contenerse mucho tiempo. Esperando que Violette gozara gracias a los dedos de Julie, detuvo los vaivenes de su verga. En cuanto la muchacha acabó de gozar, sacó su sexo. Julie lo empuñó enseguida para masturbarle con finos y hábiles dedos. Espesos chorros cremosos brotaron de pronto, regando el pubis de Violette. Sus últimas gotas cayeron junto a la abierta vulva, de la que manaba un hilillo de sangre.
Ninon dio las gracias a Gérard, diciéndole que podía retirarse. Salió, apesadumbrado, de la habitación, casi decepcionado de que la sesión hubiera terminado. Tras un rápido aseo del sexo de Violette, Ninon llevó a las dos muchachas a cenar a un restaurante que estaba frente a los Halles. Violette parecía sonámbula tras aquella velada en la que se había convertido en mujer. Terminada la cena, Julie subió a su habitación para pasar con ella la noche. Ninon sabía que era necesaria una compensación, tras lo que Violette acababa de vivir. Las dos muchachas —o, mejor, mujeres ya— se lamieron, en 69, sobre la cama, hasta llegar al orgasmo. Violette reveló a su amiga el deseo que sentía de ver otra vez a Gérard, para hacer realmente el amor con él.
—No te preocupes —le respondió Julie—, ahora podremos divertirnos mucho con los hombres. ¡Y con las chicas!
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Dos Hijas Ninfómanas
RomanceNinon, dueña de un café parisino, tiene una fantasía oculta que invade cada noche el calor de su alcoba: la belleza adolescente de sus hijas, Rose y Violette, despierta en ella un insoportable deseo sexual Ninfómania: Obsesión con pensamientos o com...