R OSE aguardaba, sobre todo, una respuesta de Romuald. Dos días más tarde, sintió el corazón en un puño cuando encontró, metida por debajo de su puerta, una nota del hombre. Le decía que iría a verla aquella noche. No concretaba si iría solo o no.
Echó una nota bajo la puerta de Julien, invitándole a ir a su habitación hacia las diez, pues volvería bastante tarde de su trabajo. Pasó el resto del día en un estado de intensa excitación.
Tras su trabajo, Rose se detuvo en el café para saludar a su madre. Aquella noche había muchos clientes y Ninon, ayudada por Violette, cerraría tarde. En cuanto hubo llegado a su habitación, se desnudó a medias, quedándose sólo con unas ligeras enaguas y un corsé de ballenas que ponía de relieve su generoso pecho.
Sacó de un cajón las fotos que Lucie le había dado, demorándose en las que la provocaban especialmente. Minutos más tarde, llamaron a la puerta. Era Julien y le hizo entrar de inmediato.
De pie ante él, se encargó de desabrocharle la camisa acariciando su pecho, cuyos pezones se endurecieron. Luego hizo bajar sus dedos hasta el vientre. Magreó a través de la tela del pantalón la verga que crecía con rapidez.
—Te prometo una buena velada, pero tendrás que abandonarte.
El muchacho respondió con un tímido «sí». Hizo un movimiento de sorpresa al oír que llamaban a la puerta.
—No te preocupes —le dijo ella yendo a abrir.
Se estremeció al descubrir a Romuald con una de sus amantes, Irène. Era una mujer de unos treinta años, con un rostro redondeado y enmarcado por unos cortos cabellos rubios. Rose advirtió, sobre todo, su obscena mirada. Acostumbrada a ese tipo de juegos, no parecía intimidada en absoluto. Diríase, incluso, que la presencia de Julien la excitaba mucho. Por otra parte, en cuanto hubieron entrado, le dijo a Rose: —Si no te molesta, me gustaría ponerme cómoda.
Dicho y hecho, se quitó el vestido, bajo el que sólo llevaba unas pequeñas bragas de encaje, unas medias con ligas negras y un corsé que dejaba al descubierto la mitad de sus anchos pezones rosados. Con el mismo aplomo se sentó al borde de la cama y se pasó las manos por los pechos.
—Ven aquí —le dijo a Rose—, nos divertiremos un poco juntos. Romuald lo adora. ¡Y también él, sin duda alguna!
El hombre asintió con una sonrisita. Por lo que a Julien se refiere, estaba demasiado pasmado para poder decir nada. Rose se sintió de pronto terriblemente confusa, pues adivinaba que estaba perdiendo el control de la situación. Se acercó a la cama. Irène posó las manos bajo sus rodillas y las hizo resbalar lentamente a lo largo de las piernas, levantando al mismo tiempo la fina tela de las enaguas. Rose se arqueó cuando los dedos llegaron al borde de su vulva. Pero estaba ya demasiado enfebrecida para evitarlo.
Tras haber apretado el mullido sexo, Irène desabrochó las enaguas, que cayeron en la alfombra. Insinuó su pulgar en la vagina y el índice en el umbral del ano. Rose tembló por efecto de la impúdica caricia. Sobre todo porque nunca la habían acariciado con tanta habilidad. Se habría abandonado rápidamente si Irène hubiera proseguido. Pero la mujer detuvo sus caricias diciéndole a Rose que se arrodillara ante ella. Se quitó las braguitas y posó una mano en su nuca, pidiéndole que la lamiera.
Rose obedeció, metiendo su lengua entre los pelos rubios, algo cortados para que la lengua pudiera acceder a la roja muesca del sexo. Se sintió rápidamente embriagada por el fuerte olor de la húmeda vagina.
Irène se dirigió a Julien: —Acércate. ¡Me gustan los muchachos de tu tipo!
Él obedeció, algo molesto con la verga tensando ahora sus pantalones. Irène abrió enseguida la bragueta para liberar la trepidante polla. Paseó suavemente sus dedos del glande a los cojones. Julien se sintió terriblemente confundido, sobre todo, cuando ella le dijo: —¡Me parece que eres todavía virgen!
Ante su silencio, la mujer añadió: —No temas, no vas a lamentarlo. ¡Pero contente!
Como una mujer experimentada, había adivinado que el muchacho no tardaría en eyacular si seguía con sus caricias. Prefirió pues detenerse para no precipitar las cosas. Tanto más cuanto quería pasar a juegos de mayor enjundia.
Romuald, que se sentía muy inclinado a ser espectador de semejantes espectáculos, apreciaba esta escena de un modo especial. Había sacado su verga y se la acariciaba lentamente, esperando la decisión de su amante.
Ésta le dijo que se acercara a ellos y se dirigió, de nuevo, a Julien: —¿También eres virgen con los hombres?
Más avergonzado que nunca, el muchacho respondió en voz baja con un tímido «sí». Irène tomó una de sus manos y la puso sobre el tenso sexo de su amante. Julien se sintió terriblemente conmocionado ante el contacto, absolutamente nuevo para él, de aquella carne tibia y dura, parecida a la suya. Irène acompañó con sus dedos los gestos de masturbación.
Julien experimentaba extraños sentimientos. Habría querido rechazar aquellas caricias, pero no sólo sentía cierto placer sino que los dedos de Irène, en su propio sexo, le estimulaban terriblemente.
Nada dijo tampoco cuando Irène le ordenó arrodillarse en la alfombra. Siguiendo siempre las órdenes de Irène, Romuald se instaló frente a él en el sillón bajo mientras Rose se tendía entre las piernas de Julien.
Un violento estremecimiento recorrió su cuerpo cuando sintió que la boca de la muchacha envolvía su verga. ¡Y no estaba al cabo de sus emociones! Agachada junto a él, Irène posó una mano en su cabeza obligándole a inclinar su rostro hacia el sexo de Romuald. Como un sonámbulo, absorbió el glande entre sus labios. La boca de Rose, rodeando su polla, le daba tal placer que apenas advertía lo que estaba haciendo.
Mientras, Irène no permanecía inactiva. Magreaba con una mano las bolsas del muchacho y, con la otra, acariciaba la vulva de Rose. Incapaz de contenerse por más tiempo, Julien se derramó en su garganta. El goce fue tan intenso que olvidó casi, durante unos instantes, la verga metida en su boca.
Romuald, aunque apreciaba de vez en cuando ese tipo de placeres, se había contenido, pues quería gozar primero de Rose. Ése era también el deseo de Irène, que le dijo que se instalara tras ella para encoñarla. Así lo hizo inmediatamente, mientras ella se tendía en la alfombra en lugar de Julien.
Siguiendo sus órdenes, el muchacho se arrodilló entre sus piernas abiertas. Su verga estaba de nuevo empalmada ante el espectáculo de la vulva muy abierta bajo el rubio vello. Irène atrapó aquel pijo y se lo metió enseguida en la vagina. Dejando que el muchacho le diera de pistonazos, lamía ella los cojones de su amante, que martilleaba el sexo de Rose. Ésta había olvidado por completo sus resoluciones referentes a esta cita. Agitaba sus caderas al ritmo del pene que araba su coño húmedo y ardiente.
Tampoco Julien pensaba en nada que no fuese el sexo de Irène que envolvía, deliciosamente, su tensa polla. Dejando de lamer las bolsas de Romuald, la mujer le estimuló diciendo frases obscenas: —¡Vamos! ¡Métela a fondo y dame tu zumo de virgen! Electrizado por estas palabras, Julien descargó de pronto, jadeante. Irène gozó mientras las últimas salvas de esperma azotaban sus mucosas. Rose la siguió casi de inmediato y las contracciones de su coño provocaron la eyaculación de Romuald.
Los cuatro permanecieron unos minutos en la misma posición, saboreando el apaciguado placer que sigue al goce.
Tras haber sacado la polla del empapado sexo de Rose, Romuald se incorporó diciendo: —Irène, vístete. Raoul y sus amigos nos esperan. Ambos se arreglaron rápidamente. Algo turbado todavía, Julien se había sentado en el sillón. Antes de salir de la habitación, Irène le dijo a Rose: —¡Tengo ganas de volver a verte, con Julien!
El muchacho se separó de Rose poco después. De buena gana hubiera hecho, otra vez, el amor con ella, pero estaba cansada por su jornada de trabajo.
![](https://img.wattpad.com/cover/271403571-288-k118535.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Dos Hijas Ninfómanas
RomanceNinon, dueña de un café parisino, tiene una fantasía oculta que invade cada noche el calor de su alcoba: la belleza adolescente de sus hijas, Rose y Violette, despierta en ella un insoportable deseo sexual Ninfómania: Obsesión con pensamientos o com...