Capítulo 11

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 N INON acababa de cerrar su café. Había subido al segundo piso, pues tenía que decirle algo a Violette para el día siguiente. Llamó a la puerta de la habitación y se sorprendió, unos instantes, al no obtener respuesta. Casi inquieta, entreabrió la puerta, sorprendida de nuevo al no ver a nadie en la alcoba, apenas iluminada por la débil luz de una lámpara de petróleo.

Entró en la habitación y se dirigió a la alacena cuya puerta permanecía abierta. Oyó unos grititos que no daban lugar a dudas. «De nuevo una de esas zorras que posan para Gérard», pensó entrando en la alacena. Su asombro aumentó al reconocer la voz de Julie: —Luego me empichará usted pero, de momento, métale el jugo en la boca.

Tras haber descubierto la abertura practicada en el tabique, Ninon pegó a ella un ojo. Fue un choque descubrir la escena: ¡Julie masturbándose con el consolador y Violette mamándosela a Gérard! Pero su irritación fue pronto barrida por una evidente turbación. El espectáculo de las dos muchachas la humedecía. Sobre todo el de Violette, cuyos distendidos labios resbalaban a lo largo del voluminoso sexo. «Ésa es mi hija», dijo metiéndose una mano bajo las faldas. Introdujo sus dedos en los calzones abiertos para alcanzar la húmeda vulva.

Con un dedo sumido en la jugosa muesca, se la cascó contemplando al trío. Tanto Julie como Gérard habían acelerado el ritmo de sus caderas. La joven gozó lanzando agudos lamentos. Se incorporó muy pronto para acariciar las repletas bolsas, que se bamboleaban bajo la polla que se agitaba entre los labios. El pintor eyaculó jadeando en la boca. Aunque un poco sorprendida, Violette bebió con placer toda aquella crema. Saboreó los chorros tibios y cremosos que se derramaban en su garganta.

Ninon llegó al orgasmo cuando él acababa de liberarse. Se sintió igualmente provocada al ver que Julie se agachaba para lamer, con golosa lengua, las últimas gotas que brotaban del entreabierto meato. Y más turbada todavía al oír a Violette expresando, con timidez, todo el placer que había sentido chupándole y, luego, recibiendo su esperma.

Gérard expresó su deseo de proseguir la partida. Julie le repuso sonriendo, pero en un tono firme: —Por esta noche ya está bien. ¡Bastará con que piense en nosotras mientras se duerme!

Vacilando unos instantes sobre lo que iba a hacer, Ninon decidió quedarse en la habitación de Violette. Se sentó en el único sillón para esperar a las dos muchachas.

Violette y Julie abandonaron los aposentos de Gérard. En el rellano, riéndose, se dijeron unas palabras.

—Vamos a divertimos mucho aún —dijo Julie paseando lascivamente sus dedos por el consolador.

Quedaron sin aliento cuando vieron a Ninon instalada en la alcoba. Ésta intentaba disimular su excitación adoptando un aspecto severo.

—¿Pero qué significa eso? —dijo señalando el consolador—. ¡Dámelo enseguida!

Más bien turbada, al revés de lo que solía ocurrir, Julie se acercó para entregar el olisbos cubierto aún por su melaza. Ninon tomó el consolador. En contacto con el tibio licor sobre el marfil, sintió que su sexo se crispaba. Pero no quería que pudieran adivinar nada.

Como si lo ignorara todo, les preguntó qué habían hecho. Violette se sentía incapaz de decir la menor palabra. Julie se atrevió a contar la escena. Mientras lo hacía, Ninon iba calentándose, estimulada por el recuerdo de lo que acababa de ver. Cuando Julie hubo terminado, Ninon les dijo sencillamente: —Vuestra conducta merece un castigo. Daos la vuelta y mostradme vuestras nalgas.

Las dos muchachas obedecieron, levantándose las faldas hasta los riñones. Habría sido difícil decir cuál de esas mujeres estaba, entonces, más turbada. Violette, avergonzada al exhibirse de este modo ante su madre, o Julie, que hallaba así un modo de satisfacer su temperamento exhibicionista, o la propia Ninon, excitada por la visión de aquellas nalgas firmes y muy bien torneadas. Tras haberse levantado, comenzó a golpear con la palma la grupa de Julie. Prosiguió zurrando a Violette, que gimió tanto por efectos del placer como por el ardor que los golpes provocaban.

Ninon se detuvo para meter los dedos entre los muslos, junto a las entreabiertas vulvas. Se sintió más provocada que nunca al notar la tibia humedad de los sexos.

—Sois unas marranitas —les dijo conteniéndose para no acariciarlas—. En cualquier caso —añadió dirigiéndose a Violette—, ya sabes lo que te dije: no quiero que te desfloren sin que yo lo sepa. Y tú, Julie, no la lleves con un cualquiera.

—Pero... Gérard no es un cualquiera —respondió Julie.

Algo desconcertada por la respuesta, Ninon dijo, sólo, «sí, sí». Se marchó poco después, frustrada al no haberse atrevido a ir más lejos en sus deseos. En cuanto hubo regresado a su habitación, se dio gusto imaginando las situaciones más obscenas. Sólo cuando hubo apagado la lámpara advirtió que había olvidado el consolador.

En la habitación de Violette, las dos adolescentes se habían desnudado para meterse en la cama. Se durmieron, abrazadas la una a la otra, tras haberse acariciado con ternura. 

Dos Hijas NinfómanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora