Al regresar a su habitación, Violette se había desnudado enseguida, aturdida aún por lo que acababa de vivir. Desnuda en su cama, dejó colgando sus piernas, abiertas de par en par. Con los ojos entornados, recordó las cálidas jornadas que acababa de vivir.
Paseó una mano por su vulva, húmeda todavía del esperma de Gérard. Hizo resbalar lentamente su índice a lo largo de la jugosa muesca. Los labios se contraían sobre aquel dedo, como para aspirarlo más aún. Sabía que debía ser prudente —y no arriesgarse a que la preñaran—, pero su deseo de sentir un sexo masculino en su vientre se hacía cada día más intenso y no quería seguir doncella mucho tiempo más.
La yema de su dedo se había detenido en el clítoris y comenzó a cosquillearlo con pequeños y vivos movimientos. Recordando el momento en que Gérard la había sodomizado, encogió las piernas y metió su mano izquierda entre sus tensas nalgas. Le habría gustado tanto sentir ahora su sexo en la vagina.
Sin pensarlo realmente, entreabrió su ojete con el torpe dedo mayor, que se hundió rápidamente en el dilatado ano. Su vientre se agitaba al compás del dedo que acariciaba el clítoris. Tan excitada estaba que no advirtió que la puerta de su habitación se abría.
Era Ninon, impaciente por hablar con su hija. Los más turbados sentimientos ocupaban el ánimo de la madre cuando entró en la habitación. Pensaba sermonear a su hija, pues no quería verla arrastrada a ciertas orgías; además, quería encargarse personalmente de su desfloración, como había hecho con Rose. Al mismo tiempo, la invadía sobre todo el deseo de ver y tocar a su hija menor.
A punto de gozar, Violette suspiraba moviendo las caderas. Sorprendida, advirtió de pronto que había alguien en su habitación. Interrumpió sus caricias y se incorporó, terriblemente confusa al descubrir a su madre. Ésta lamentó que se hubiera detenido.
Presa de un impulso más violento que cualquier pensamiento razonable, se acercó a la cama para sentarse junto a Violette. Incapaz de pronunciar la menor palabra, la muchacha posó una mano en su sexo, como para ocultarlo, en un gesto de inútil pudor.
Ninon puso una mano sobre la suya, invitándola a reanudar sus caricias. Violette comenzó con timidez, dirigida por los dedos de su madre. Sus manos se mezclaban junto al entreabierto coño. Nada dijo cuándo Ninon metió un dedo en el forzado anillo de su culo. Se abandonó, incluso, por completo, cuando su madre comenzó a masturbarla. Instintivamente, posó sus palmas en los pechos ya tensos. Excitada por los hábiles dedos, no necesitó mucho tiempo para llegar al orgasmo. Volvió en sí lentamente, mientras Ninon paseaba con ternura una mano por los pequeños pechos, duros e hinchados.
La sorpresa le hizo dar un respingo cuando oyó a Ninon diciendo:
—Comprendo que te atraiga Gérard, pero no quiero que te dejes arrastrar a no sé qué aventuras, sobre todo con una perdida como la tal Odile.
Violette comprendió que Ninon había visto, sin duda, lo que había ocurrido. Resignada, se puso a cuatro patas sobre el lecho, como su madre le ordenaba. Ésta sacó de debajo de sus faldas unos zurriagos de finas tiras de cuero.
—Dentro de unos días nos encargaremos de tu desfloración. ¡De momento mereces un castigo!
Violette gimió sordamente cuando los zurriagos azotaron sus nalgas. Ninon castigó con pequeños y secos golpes la ofrecida grupa. Violette agitaba las caderas bajo el dolor que abrasaba su piel. En un impulso de orgullo, se mordió los labios para no quejarse. Ninon, de hecho, no pensaba en absoluto que estaba castigando a su hija; se sentía, sobre todo, terriblemente caldeada por el espectáculo de aquel cuerpo grácil que se removía ante sus ojos.
Sin querer herir a su hija, Ninon prefirió detenerse. Fatigada por la flagelación, Violette se tendió en la cama con las piernas abiertas aún. Ninon tembló de deseo al distinguir la vulva entreabierta y reluciente de melaza, alojada entre los muslos. Pero contuvo su deseo de acariciarla, diciéndole sólo a Violette: —Te prometo que pronto dejarás de ser virgen. De momento, acuéstate.
En cuanto estuvo a solas, Violette se acostó de espaldas. Pero el contacto de su piel dolorida con las sábanas escocía tanto que se puso de nuevo boca abajo. Se durmió imaginando a un hombre —Gérard— que la poseía en esa postura.
Al salir de la habitación, Ninon se hallaba en un estado de intensa excitación. Aquella sesión de zurriago la había irritado especialmente. Necesitaba gozar lo antes posible y no tenía ganas de hacérselo sola. Sin embargo, ¿qué hombre podía encontrar, en su casa, a aquellas horas? Romuald le gustaba, pero le había visto subir con una amante. Gérard no le atraía en absoluto y, además, iba a ofrecerle sin duda la doncellez de Violette, ¡y eso bastaba!
Sin pensarlo realmente, fue a llamar a la puerta de Julien. Apenas vestido con una bata, el muchacho demostró su sorpresa al descubrir a la patrona en el umbral de su habitación. Por mucho que hubiera hecho ya el amor con ella, luego pensó que aquello sin duda no se repetiría. Quedó pues pasmado al verla allí, a tan avanzadas horas.
Tras cerrar la puerta, Ninon se agachó ante él.
—Tengo ganas de gozar —le susurró abriéndole la bata.
El joven estudiante no podía desear nada mejor que aquella mujer que se le ofrecía por segunda vez. Ninon embocó la fina verga que se había hinchado, rápidamente, en el bajo vientre. Los lengüetazos en el glande y los labios que ciñeron el tallo le hicieron empalmar más aún. Ninon no quería mamársela hasta el goce. Sólo tenía un deseo: sentirla llenando su vagina húmeda y ardiente.
Tras haber liberado su boca, se puso a cuatro patas en la alfombra arremangándose las faldas hasta los riñones. Sus muslos abiertos y su grupa levantada le daban el aspecto de una perra en celo. Sobre todo porque no llevaba nada bajo las faldas.
—¡Jódeme, aprisa! —le dijo suspirando y meneando lascivamente el culo.
Julien no tenía necesidad alguna de aquella invitación. Se arrodilló tras ella tomando el sexo en una mano. Le hubiera gustado contemplar un poco la carnosa vulva, cuya raja era muy visible bajo los pelos rubios, pero su deseo de penetrar aquel coño acogedor era demasiado fuerte para que fuera capaz de esperar.
Con un brusco empujón de caderas, envainó la polla en la empapada vagina. En cuanto hubo hundido por completo la verga en el sexo, pudo comprobar de nuevo toda la habilidad de Ninon. Ésta, en efecto, contraía sus músculos íntimos, como si hubiera querido aspirar aquella polla en sus entrañas. Julien tenía, literalmente, la impresión de que la untuosa vagina mamaba de su picha como la boca de una experimentada mamona. Se limitaba a hacer pequeños movimientos de vaivén. Tanto más cuanto Ninon hacía ondear sus caderas, lo que avivó rápidamente su excitación. Jadeaba lanzando gemidos de placer.
—¡Vamos, dame tu leche! ¡A fondo! —suspiró antes de que la arrastrara el orgasmo.
Los violentos espasmos de la vagina provocaron su goce. Con las manos agarradas a las anchas caderas, Julien soltó largos chorros. Con la matriz regada por aquel potente flujo, Ninon gozó por segunda vez. Tras haber obtenido lo que deseaba, liberó enseguida su empapada vagina de aquel sexo que seguía tenso. Unas gotas de esperma brotaron de la pequeña boca abierta del glande.
—No se lo digas a nadie —le dijo levantándose.
Julien quedó algo desconcertado cuando se encontró solo de nuevo en la habitación. Estimulado todavía por el placer que acababa de gozar, se tendió en la cama para masturbarse. Eyaculó al cabo de unos minutos, regando sus dedos con chorros menos abundantes.
Al llegar a su habitación, Ninon hizo lo mismo, a su modo. Tendida sobre el cobertor de su cama, se acarició el clítoris mientras cosquilleaba las duras puntas de sus pechos. Se complacía sintiendo que el esperma brotaba de su abierta raja. No necesitó mucho tiempo para gozar y conocer, finalmente, el apaciguamiento de sus sentidos.
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Dos Hijas Ninfómanas
RomanceNinon, dueña de un café parisino, tiene una fantasía oculta que invade cada noche el calor de su alcoba: la belleza adolescente de sus hijas, Rose y Violette, despierta en ella un insoportable deseo sexual Ninfómania: Obsesión con pensamientos o com...