Los siguientes días, ambas hermanas no tuvieron ocasión de reanudar parecida velada. Rose tenía que levantarse pronto para ir a trabajar en los Halles. Por lo que a Violette se refiere, al margen de las horas pasadas en la tienda de costura, ayudaba a su madre en el café. Por lo demás eso la halagaba —¡y la madre se alegraba por su comercio!— pues su presencia atraía más clientes, que no dejaban de cumplimentarla por su belleza.
Su trabajo, bastante fatigoso, en una pescadería no había impedido a Rose volver a pensar en la iniciación sexual de su hermana.
Cierta noche en que Ninon había cerrado el café un poco antes que de costumbre, se reunió con su madre en la alcoba para hablarle de ello. Como las demás estancias del piso, la habitación había sido confortablemente dispuesta por el tío Arthur: una gran cama con marco de nogal estaba ante una amplia chimenea, sobre la que se habían colocado dos hermosos candelabros de cobre. En una mesilla de caoba había distintos papeles. Dos sillones forrados de satén rojo formaban, con una mesa baja de pies redondeados, un saloncito bastante íntimo. Las paredes estaban forradas de un cálido terciopelo rosado y de ellas colgaban grabados con escenas callejeras. Instalada ante su tocador cuando Rose había entrado, Ninon sólo llevaba un camisón que no ocultaba sus pesados pechos, algo caídos ya. Rose le habló, incluso, de su velada amorosa con Violette. A Ninon, aquello le molestó tanto menos cuanto no detestaba por su parte practicar, de vez en cuando, amores sáficos.
—Te comprendo, querida hija, pues yo misma he pensado en ello estos últimos tiempos —respondió mientras seguía peinando sus largos cabellos de un rubio ceniciento, que solía peinar en un grueso moño—. Ciertamente, como dicen, los hombres no faltan aquí. Pero, sobre todo para su primera experiencia, no quiero ver a tu hermana en brazos de un cualquiera. Mira, ve a buscarla. Me gustaría saber qué piensa de ello.
Tendida en su cama, Violette dio un respingo cuando Rose llamó a su puerta. A la luz de una gran vela, estaba leyendo una novelita de amor que le había prestado Julie, su compañera de trabajo. Estaba, justamente, soñando e imaginando cuál podría ser su primera aventura con un hombre.
—Ven conmigo. Ninon quiere hablarte.
—¿Ahora?
—Sí. Además, ya sabes que no es fácil que podamos vemos tranquilamente las tres.
Algo turbada y vestida apenas con su corta combinación, siguió a su hermana hasta la habitación de su madre. Ésta le expuso sin más tardanza las razones de la entrevista.
—No quiero, sobre todo, que te suceda lo que yo conocí —continuó—. Nos dejamos enredar y, poco tiempo después, nos encontramos en la acera, en manos de un chulo sin escrúpulos. ¡Tened amantes, de acuerdo, pero no macarras!
Violette se había sentado en un silloncito. Escuchaba a su madre sin atreverse a decir la menor palabra. Con Rose, Ninon dio un repaso a sus conocidos, comenzando por los que ocupaban el lugar.
—A Julien puedes despabilarlo tú, si te apetece —dijo Ninon a su primogénita—, ¡pero me parece bastante atontado!
Hablaron luego de sus clientes, en especial de Raymond y Lucien, que trabajaban en el matadero. Rose se sintió turbada pues aquellos dos hombres, muy viriles con su cuerpo macizo y sus brazos musculosos, le hacían cierto efecto desde algún tiempo atrás.
—Son buenos amantes —dijo simplemente Ninon—, pero no para una muchachita como nuestra Violette.
Gérard, el pintor, fue naturalmente objeto de la conversación. Pero ni la una ni la otra pensaban que fuese digno de semejante acontecimiento.
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Dos Hijas Ninfómanas
عاطفيةNinon, dueña de un café parisino, tiene una fantasía oculta que invade cada noche el calor de su alcoba: la belleza adolescente de sus hijas, Rose y Violette, despierta en ella un insoportable deseo sexual Ninfómania: Obsesión con pensamientos o com...