Capítulo 19

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 Durante todo el día siguiente Violette estuvo muy excitada por lo que había vivido la víspera. Se sentía sobre todo muy celosa pues había sabido, por una confidencia de Rose, que Gérard había desflorado a Clarisse. Mientras trabajaba, no lejos de Julie, Thérèse pasó por el taller. La mujer intentó mantener un aire indiferente, pero la mirada que dirigió a Julie era inequívoca. Poco después, Julie le murmuró al oído: —Te aseguro que pronto vamos a divertirnos con esa zorra. Por el modo como me miraba, he tenido la impresión de que sus ojos se corrían.

Julie no le habló más de sus intenciones. Propuso a Violette ir a su casa, pero ésta le dijo que debía regresar para ayudar a su madre. De hecho, tenía otros planes en la cabeza.

Al caer la tarde, en cuanto entró en su habitación, Violette se dirigió a la alacena que daba al taller de Gérard. Se sintió, a la vez, decepcionada y feliz viendo al joven pintor en compañía de Odile. Sin duda habría preferido poder mirarles solos en su taller; en cambio, la presencia de la joven prometía una sesión excitante.

Odile, en efecto, se había desnudado casi por completo. Sólo llevaba encima unas medias y un liguero negro. Y, sobre todo, se había colocado de rodillas, dando la espalda a Gérard, en el sofá. Entre sus abiertos muslos se exhibía, impúdicamente, la carnosa vulva bajo el claro vello. Aquella postura animal turbó enseguida a Violette, que se metió una mano bajo las faldas. Casi imitó a la mujer, que se había metido, también, un dedo en el coño para acariciárselo.

Los más confusos deseos invadieron el ánimo de Violette. Oyó a Gérard que decía a su modelo: —Me dan ganas de porculizarte. Pero me contendré un poco, puesto que estoy inspirado.

Aquellas palabras incitaron sus sentidos, caldeados ya. Sintió de pronto deseos de ocupar el lugar de aquella moza. Sin pensarlo realmente, regresó a la habitación y se quitó con gestos febriles las enaguas y los calzones. Desnuda bajo la falda, se abrió el corpiño hasta más abajo de los pechos. Movida por un incontrolado impulso, salió de la habitación para llamar a la puerta de Gérard. Su corazón palpitaba temiendo que su madre o su hermana la vieran. Afortunadamente el pintor abrió con rapidez. Sorprendido por unos instantes, aunque provocado por aquella presencia, la hizo entrar enseguida.

—¡Quiero ver su taller! —le dijo con el rostro púrpura de emoción.

Al ver a Violette, Odile se sintió a la vez turbada y desconfiada. Incitada, pues no desdeñaba los amores sáficos; pero celosa, temiendo verse suplantada por aquella muchacha más joven que ella. Esfumado su pudor, Violette se abrió un poco más el corpiño antes de levantarse las faldas añadiendo: —Tengo ganas de posar como ella.

Gérard se sintió muy excitado al descubrir el sexo, bien visible bajo el escaso vello.

De hecho, Violette deseaba algo muy distinto que no se atrevía a decir. Pero él lo había adivinado, tanto más fácilmente cuanto sentía el mismo deseo. Sin embargo, prefirió contenerse un poco, para aprovechar la excitante presencia de las dos muchachas. Se acercó a Violette. Ella se estremeció de los pies a la cabeza cuando le desabrochó la falda para quitársela. Luego, dijo a las muchachas que se instalaran gualdrapeadas en el sofá, Violette sobre Odile.

—Daos placer, voy a hacer unos esbozos.

Violette pegó su boca a la vulva de Odile, que hizo lo mismo con la suya. Mordisqueaba el sexo que exhalaba un fuerte aroma marino. Su compañera le había metido la lengua en la vagina, de la que brotaba una melaza abundante ya.

Gérard tuvo muy pronto dificultades para mantener la sangre fría y ejecutar los esbozos. Sobre todo porque la visión de la levantada grupa era muy provocadora. Dejó el carboncillo y tomó un frasco de aceite, acercándose por detrás a Violette. Ésta comprendió lo que quería cuando sintió un aceitoso dedo entreabriendo sus nalgas para alcanzar el ano.

Se arqueó gimiendo cuando el índice penetró el estrecho y cálido anillo.

Sin embargo, no dijo nada pues era lo que estaba esperando. El muchacho hizo penetrar lentamente el dedo en el prieto recto. A Violette le hacía daño, pero su dolor desaparecía ante el placer que Odile le prodigaba. Ésta hacía resbalar su lengua a lo largo de la muesca, mientas chupaba el clítoris que había aumentado de volumen.

Los esfínteres se distendieron bajo la presión del dedo. Sintiendo que la vaina anal se abría un poco más, Gérard sacó delicadamente su dedo. Sabía que era el instante crucial y que no debía arriesgarse a enojar a la muchacha.

Tras abrirse la bragueta, sacó la tensa verga y la colocó enseguida contra el entreabierto ano. El capullo de carne, casi malva, era agitado por unas contracciones debidas a la emoción que se había apoderado de Violette a la espera de la penetración.

Sujetando a la muchacha por las caderas, con gesto decidido, hundió su glande en el recto. Violette jadeó profundamente sintiendo la dura punta que le abría las carnes. Creyó perder la cabeza cuando él comenzó a penetrar aquel culo, afortunadamente dilatado. Ignoraba ya si era el dolor o el placer lo que prevalecía en ella. Pronto alentó al muchacho suspirando: —¡Oh, sí! ¡Qué gusto! Más a fondo aún... hasta las cachas...

Ciertamente, Gérard no necesitaba aquellas exhortaciones. Su polla penetró pronto por completo en la ardiente carne. Violette sentía, con delicia, los hinchados cojones chocando contra sus tensas nalgas. Creyó que iba a desmayarse cuando Gérard inició un movimiento de pistón en su vaina.

Hábilmente lamida por Odile, gozó de pronto soltando unos grititos. Sus esfínteres se contrajeron con violencia sobre la verga, más endurecida que nunca. Sin poder resistirlo, Gérard soltó una copiosa descarga. Tenía la impresión de que el ano aspiraba su sexo hasta los testículos para vaciarle de la última gota de leche.

Odile gozó ruidosamente mientras él acababa de aliviarse. Aturdida por lo que acababa de vivir, Violette se había tendido boca abajo sobre Odile. Gérard sacó su sexo, duro todavía, del abierto ano para meterlo ante la boca de su modelo. Dócil, ella abrió los labios y absorbió la verga olorosa y reluciente de esperma. Embriagada por los mezclados aromas de su amante y de Violette, ya sólo pensaba en aquel sexo que volvía a empalmar con rapidez. Mamó ávidamente el glande del que brotaron algunas gotas.

Gérard adivinó que no tardaría en gozar por segunda vez. Pero aquella tarde no deseaba correrse en la boca de su amante habitual. Tenía algo mejor que hacer en la entrepierna de Violette que se exhibía, impúdica, muy cerca de su polla.

—Lámeme los cojones —le dijo a Odile sacando la verga de su boca.

Al mismo tiempo, agarró a Violette por las caderas para subir un poco sus nalgas. Cuando ajustó su glande en el borde de los labios mayores, la muchacha no pudo evitar decirle: —¡No entre demasiado! ¡Soy todavía virgen!

Gérard estaba entonces tan excitado que, sin esas palabras, le habría costado mucho contenerse. Saber que era todavía doncella le calentó más aún. La punta de su picha estaba deliciosamente envuelta por los mullidos labios mayores. La hizo girar lentamente, conteniéndose para no penetrar más.

Dominada otra vez por los celos, Odile se había resignado, sin embargo, a lamerle los cojones. Gérard tomó la verga entre sus dedos para masturbarse, con el glande apuntando todavía en el sexo de Violette. Le habría gustado poder hundirse más en aquella vagina tierna y prieta. Tuvo voluntad bastante para no hacerlo. Se limitó a hacer resbalar sus dedos por el tallo palpitante. Minutos más tarde, eyaculó en el umbral de la jugosa muesca. Sus últimos chorros regaron el felpudo ya húmedo.

Violette no había gozado, pero sintió un intenso calor que recorrió todo su cuerpo y, en especial, su vientre. Tras haber vuelto en sí, se dio cuenta de que debía regresar a su habitación. Se vistió rápidamente para abandonar el taller.

Algo celosa aún y sin ganas ya de posar, Odile se marchó poco después. En un reflejo de venganza femenina, muy común, se detuvo en la sala del café que Ninon se disponía a cerrar. Sin entrar en detalles, le hizo comprender que su hija menor mantenía relaciones íntimas con Gérard. En tono más bien pérfido, afirmó que Violette tenía ganas de convertirse en modelo para él.

Profundamente turbada por aquellas palabras, Ninon se prometió ver a Violette sin más tardanza. 

Dos Hijas NinfómanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora