Capítulo 1.

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Merari se encontraba acostada sobre su cama, frustrada, mirando el techo de su habitación luego de pasar más de dos horas tratando de arreglar sus maletas sin éxito alguno.

Maldita tortura.

Entonces se levantó lentamente, decidida a intentarlo una vez más y puso un poco de música con la esperanza de sentirse mejor, pero el ruido que ahora se mezclaba con el de su mente era mil veces peor; comenzó a sentirse aturdida, con unas insoportables ganas de echarse a llorar en el suelo porque nada estaba saliendo como quería.

—¡Maldita sea! —masculló tensa.

Elena alcanzó a escuchar a su hija mayor desde el pasillo, por lo que se acercó a la habitación para saber qué estaba pasando y sí podía ayudarla en algo, aunque últimamente no era sencillo lidiar con Merari. Estaba tensa, muy estresada por su viaje, lo cual entendía perfectamente.

—¿Puedo pasar? —Merari la miró y luego asintió con el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre, cariño?

—Nada. —respondió.

—Merari, por favor. Conmigo no tienes que fingir que tienes todo bajo control.

Merari suspiró profundamente antes de dejarse caer de espaldas sobre su cama. Eso no era del todo cierto. Elena había influido de manera considerable en ese defecto que tenía de «autoexplotación» disfrazado de «autosuficiencia». Sin embargo, no podía negar que tenía razón al decir que no podía seguir fingiendo que todo estaba bien, aunque tampoco podía hablar de algo que no entendía, así que solo talló sus ojos embarrando sus lágrimas en su rostro y respondió:

—No estoy fingiendo nada, .

—Evadirlo no te servirá de nada.

Merari puso los ojos en blanco.

—Nada me está saliendo bien —confesó en contra de su voluntad. Su madre podía llegar a ser un tanto testaruda y algo le decía que no se iría de ahí, hasta obtener una respuesta—. Hace horas que debí haber terminado de arreglar mi maleta, pero todo lo que he hecho es desordenar mi habitación a lo grande.

—¿No crees que te estás apresurando demasiado? —Elena entró a la habitación y tomó asiento al borde de la cama—. Aún falta una semana para que te vayas.

Merari suspiró fastidiada, cubriendo su rostro con ambas manos. Elena por otro lado, se acostó junto a ella y extendió sus brazos para ofrecerle un cálido abrazo.

—¿Crees que hago lo correcto, ?

—¿Ahora pides mi opinión?

—Solo responde, por favor.

—Creo que estas haciendo algo muy bueno para ti, cariño. Algo increíble.

—¿No crees que es egoísta?

—Merari, dime qué está pasando.

Merari apartó la mirada y guardó silencio unos segundos, pensando seriamente en la situación; realmente quería irse a Nueva York, liberarse de todas las ataduras que tenía en Cuernavaca y tomar las riendas de su vida para demostrarse a sí misma que podía hacerlo, pero estaba asustada de estar sola y tan lejos de casa, además, había algo de lo que no podía hablar en voz alta porque no quería que nadie se preocupara por ella, mucho menos su madre y que no tenía nada que ver con su viaje: Andrés.

—Puedes confiar en mí, cariño.

—Estoy muy asustada —pronunció despacio, con voz suave—. No sé qué demonios voy a hacer sola, en una ciudad que no conozco, aunque me emociona un poco descubrirlo.

—Es normal cariño, las cosas grandes nos dan miedo —comenzó a acariciar su cabello con ternura, porque sabía que eso la reconfortaba mucho que en ese momento, era lo que más necesitaba—, pero sabes que esto tendría que pasar algún día, aquí o en Nueva York.

—¿El qué?

—Que tendrías que salir al mundo a tomar el control de tu vida.

—¿Y si lo arruino todo?

—Esta siempre será tu casa, puedes volver a ella cuando quieras y empezar de nuevo.

—Claro, tan simple como eso.

—¿Qué voy a hacer contigo? A veces parece que olvidas por completo que todo lo que has logrado ha sido por cuenta propia, que lo has hecho tú sola con esa determinación, ambición, pasión y ganas que tienes de explorar el mundo —sonrió con orgullo, aunque dentro de Merari había cierta tristeza en saberlo así—. Todo estará bien, porque sea lo que sea que se interponga en tu camino lograrás superarlo, como siempre.

—Confías demasiado en mí.

—Me has dado razones para hacerlo.

—Gracias. —sonrió menos abrumada.

Elena le dio un pequeño abrazo, luego se levantó para continuar con sus deberes. Sin embargo antes de cruzar la puerta, miró a Merari fijamente y le dijo:

—Está bien ser un poco egoísta de vez en cuando —sonrió—. Al final del día es nuestra vida. Solo nuestra.

ᴇʟ ᴀᴍᴏʀ sᴏᴍᴏs ɴᴏsᴏᴛʀᴏsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora