Capítulo 18.

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El paisaje que observaba a través de la ventana del auto era espectacular; los árboles frpndosos y las montañas ligeramente cubiertas por la neblina —algo poco usual en Cuernavaca, en especial en esos meses—, el golpeteo suave del viento frío y todo lo que creaba esa aura tan tranquila a su alrededor.

El auto se detuvo en frente a la casa de su madre y Merari suspiró profundo antes de obligarse a bajar del auto y entrar. No sabía que estaba haciendo ahí, ni qué era lo que buscaba. Únicamente había huido de Nueva York, en busca de un lugar seguro, tan lejos de todo.

La casa estaba vacía, por lo que subió directamente a su antigua habitación. Todo seguía prácticamente igual; los libros ordenados, los posters, toda su colección de sus artistas favoritos en perfecto estado, las plantas llenas de vida —gracias a los cuidados de Frida—. Todo seguía prácticamente igual, excepto por ella. Se sentía tan lejana.

Entonces se acercó cuidadosamente a su escritorio, donde había pasado miles de noches enteras estudiando para lograr ingresar a NYU. Y tomó la lista que había hecho hace tiempo, esa que estaba junto a un collage de imágenes, lleno de altas expectativas de lo que sería su vida en Nueva York: los lugares que visitaria —cafeterías veganas, museos, parques, etcétera —, el trabajo que tendría, la maravillosa vida universitaria que deseaba llevar, con la esperanza de que su maestría iba a ser mejor de lo que fue su licenciatura. Todo lo que alguna vez había soñado, que no estaba ni cerca del infierno que realmente era ahora.

Merari sintió una fuerte opresión en el pecho al darse cuenta de ello y se limpió las lágrimas que comenzaron a rodar por sus mejillas. Luego, bajó al jardín y se acostó en el pasto para observar el cielo repleto de estrellas.

—¿Merari?

Su corazón dio un brinco al escuchar la voz de su madre, después se levantó y se quedó estática mirando fijamente a Elena, que parecía muy confundida.

—¡Mamá! —exclamó entre lágrimas.

Había tantos sentimientos albergados dentro de su pecho, que comenzaron a desbordarse: dolor, esperanza, odio, desesperación, amor y miedo. Todos al mismo tiempo. Todos tan abrumadores.

¿Cómo puede una chica de sólo veintidós años albergar tanto dentro de ella?

Merari se acercó inmediatamente a su madre, quien la recibió con los brazos abiertos y luego la estrujo suavemente entre ellos.

—Te extrañe mucho, cariño.

—Yo también te extrañe .

Elena comenzó a acariciar su cabello, mientras Merari sollozaba despacito. Sabía que su hija estaba pasando por algo, pero también que no diría nada.

—Tranquila. No tienes nada de qué preocuparte. Todo está bien. Respira —dijo Elena con voz suave, tratando de calmar a su hija—. Estas conmigo.

Esa noche, luego de una maravillosa cena familiar en donde Oliver estuvo abrazándola y haciéndole preguntas, mientras Frida le mostraba todos los cuadros y bordados que había hecho durante su ausencia. Merari se fue a dormir a su habitación, muy cansada.

Sin embargo, horas más tarde, volvió a tener pesadillas y despertó agitada. Así que fue a la habitación de su madre, jalo las cobijas con mucho cuidado y se acostó a su lado. En respuesta, Elena se dio la media vuelta para verla bien.

—¿Qué es lo que sucede, cariño?

—No puedo dormir.

—Ya somos dos.

—Platícame algo.

Elena dudó unos segundos, después soltó un suave suspiro y finalmente dijo:

—Me... voy a casar con Sebastián. —confesó con una sonrisa en el rostro, que era visible a pesar de la oscuridad.

ᴇʟ ᴀᴍᴏʀ sᴏᴍᴏs ɴᴏsᴏᴛʀᴏsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora