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Corazón roto. La ruta de los perdidos III
Se siente cálido, como una caricia en la mejilla. Como el sol de verano contra su cara, es un calor agradable que le gusta bastante, en pequeños santuarios donde solo se escucha el sonido del agua corriendo por el río o las cañas de bambú que lo guían hasta los estanques de roca escaleras abajo.
Arboles grandes cuyas hojas bailan con la brisa. Las aves están calladas, ni el sonido de sus retoños es audible.
Caín nunca antes había visto ese lugar o al menos no lo recordaba.
Pudo ver al pequeño grupo formado afuera de un tembló, de rodillas, con las palmas de las manos juntas, como si estuvieran rezando. Se acerco para verlos mejor. Eran el y su hermano, acompañados de dos adultos.
- ¿Mamá? ¿Papá? - Supo que eran ellos. Su padre con el cabello color azul oscuro como la noche lo delataba y su madre con su hermosa piel morena y cabello blanco. Levanto la mano esperanzado, pero cuando intento tocarlos, solo los atravesó. Se veían tan reales, tan tangibles que por un momento olvido que solo se trataba de un recuerdo.
Los niños se levantaron y miraron a los adultos.
- Papá, ¿Por qué rezamos siempre este día? - Pregunto Kaneki.
- Así le mostramos a dios que seguimos creyendo en él, aun cuando no somos bienvenidos en el cielo - Aclaro el adulto -. ¿Saben por qué? -
