Capítulo 30

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De los gestos románticos y del tamaño de las agallas de Camila Cabello


Sabato EDT (GMT-4)


La decadencia era mucha. Repitan conmigo: la decadencia era mucha. La decadencia era tanta que, en lugar de bajar por Madison, caminaron a lo largo de Park Avenue hasta 62nd St., en donde esperaron a por el semáforo en verde para cruzar en dirección a Lexington.

Camila se dejaba llevar por Lauren porque el cansancio era demasiado y quizás, a lo mejor, su brújula ya no funcionaba: no sabía por qué iban por donde iban, ni por qué iban en dirección opuesta a la que quedaba su cama. Pero el cansancio, así como la decadencia, era de tal magnitud que los dedos entrelazados eran un requerimiento sine qua non para no oponer resistencia ni emitir queja alguna.

Pasaron a un costado del consulado general de Bulgaria, en donde un hombre histérico insultaba a otros dos por estar arrancando el ficus de la acera, alegando el catastrófico futuro a causa del calentamiento global y el efecto invernadero, y, por tanto, la enorme responsabilidad del ficus frente al fenómeno. Ellos hicieron una pausa para increparlo, en su actitud más neoyorquina jamás, por no saber que, de acuerdo con la approved species list que emitía el Departamento de Parques y Recreación de la Ciudad de Nueva York, el maldito ficus benjamina no figuraba en ella por algo tan sencillo como que, primero, no era endémico, por lo que el clima no era propicio para los objetivos utilitarios y prácticos de la especie; y segundo, porque las raíces del maldito árbol jodían las aceras. ¿Acaso le gustaría pagar reparaciones con sus impuestos? Ellos dos, de parte de Tree Services, habían sido enviados en la misión de arrancarlo antes de que ocasionara daños mayores, y, en su lugar, plantar un styphnolobium japonicum que llegaría en unas cuantas horas, cuando terminaran de preparar la zona.

-People are so fucking intense... -suspiró Camila.

-Just another day in this beautiful city -rio Lauren, asintiendo-. A decir verdad, lo que más me impresiona es el hecho de que hubiera un ficus.

-Lo, acabamos de salir de un imperio donde el sadomasoquismo no tiene límites -resopló-, y lo que más te impresiona es un árbol.

-Pues, sí -asintió con una sonrisa-, porque lo que espero de esta ciudad es un deterioro de lo supuestamente moral, no algo tan fuera de contexto y tan inútil como un ficus; sería como ver un pez montando una bicicleta.

Camila rio, pues la referencia, además de transportarla a aquel indignante y nefasto enojo del que había padecido en Mýkonos hacía lo que parecía ser demasiado tiempo, le pareció que la mujer que había acuñado la frase estaría orgullosa de ella. Iba pensando en ello cuando, de pronto, Lauren la detuvo frente al reluciente escaparate que parecía haber sido sacado del más estereotípico nosocomio.

-Tú siempre me llevas a unos lugares que... -dijo, mirando el extraño letrero que, no sabiendo si era producto de su maldita mente putrefacta, parecía que las gotas blancas eran otra cosa y no helado de vainilla.

-¿Y es que alguna vez te he decepcionado? -la miró de reojo para luego mirar el letrero.

-No, nunca -disintió.

-Ese logotipo tiene problemas -resopló.

-Demasiados -estuvo de acuerdo.

Cuando bajaron la mirada se encontraron con un sonriente muchacho que las invitaba a sentarse a una de las mesitas que tenían disponibles para los clientes que preferían comerse un helado con calma.

Lauren le preguntó al par de ojos marrones lo que prefería, si comer allí o comer luego de que caminaran las dos avenidas que las separaban del 680. La rubia escogió la última opción, pues la cercanía con su cama era demasiada como para no querer aspirar a llegar a ella con la mayor inmediatez posible.

Antecedentes y Sucesiones. (CamrenAdap.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora