Capítulo 10.

10K 179 99
                                    

El cumpleaños.


Había sido un día largo, un día de doce horas laborales, casi que de sol a sol y un poco más. Había empezado a las siete en punto, como siempre y, apenas a las nueve de la noche, se dignaba a regresar a su casa, a su adorada casa en donde la esperaba su adorada cama y su adorada futura esposa, que ya era oficial dado a que Natasha y Phillip ya sabían, pues no sé si ya lo dije pero habían tomado la decisión de que el mundo lo supiera hasta después de ellos por el momento por el que pasaban, pues no podían estar tan alegres cuando ellos estaban en un agujero del que no veían salida pronta, pero sí la vieron y, ahora, las familias sabían, hasta Margaret y Romeo, que habían tenido la delicadeza de mandarles una botella de champán del año en el que se habían casado para que celebraran un matrimonio con otro. Volterra sabía, no porque Camila o Lauren le hubieran dicho, sino porque Sinu se lo contó entre gritos histéricos de felicidad, que Volterra había tenido que sentarse y había ido a parar al hospital por un ataque de ansiedad severo. Aunque, claro, ambas se acercaron a él y le dijeron lo que planeaban, así como lo hicieron con los que eran únicamente del Estudio Volterra-Pensabene, perdón, Volterra-Jauregui, y Gaby y Moses habían sido los que más se habían alegrado, que no significaba que hubieran recibido rechazos. Cero secretos, y todo lo que tuviera que ver con besos, caricias y demás, ocurría a puerta cerrada o en la privacidad de sus vidas, no en los pasillos o en el ojo público laboral, pues comprendían que era una falta de respeto.

Las locuras suceden sin mayores avisos, así como ese día, que el Presidente de Trump Organization, o sea Donald Trump Sr., se había despertado con la idea más intempestiva e irracional de la historia: “Remodelemos y Reambientemos el Hotel”. El muy desgraciado había enviado un e-mail a las cuatro y cuarenta y nueve de la mañana, en el que les pedía su asistencia en su oficina a primera hora. Y llegaron los dos, como perros, con las lenguas por fuera por haber salido en literal carrera, que Lauren se había terminado de vestir y maquillar en el Taxi y no había desayunado. Así fue que Camila no pudo disfrutar de su Arquitecta, ni en casa ni en la oficina, pues Lauren estuvo todo el día escuchando las aberraciones que salían de aquella boca, que quería paredes aquí y allá, que derribaran paredes allí y acá, colores, texturas, ¡todo! Doce largas horas de estar escuchando aquello, que lo que se agradecía era la paga y la comida, pues eso sí tenía de bueno.

Lauren sólo respiró hondo y sonrió en cuanto el ascensor la dejó en el onceavo piso. Metió la mano a su bolso, lo sacudió y no escuchó sus llaves. “A la mierda”, enrolló sus ojos en frustración y lo inspeccionó detenidamente mientras se apoyaba con la rodilla de una pared para crear una superficie de apoyo. No estaban allí. Tocó los bolsillos de su pantalón azul marino, los bolsillos de su Blazer gris, el bolsillo de su camisa color crema, los bolsillos de su Trenchcoat beige, y no, simplemente las llaves no estaban. Seguramente las había dejado donde Trump. “A la mierda”. Respiró hondo nuevamente, sólo porque estaba a punto de correr en dirección a la pared para estrellarse y quedar simplemente inconsciente, pero, en vez de eso, sacó su iPhone del bolsillo delantero derecho de su pantalón y le envió un WhatsApp a Camila de “No tengo llaves, me abres, ¿por favor?” y sólo tuvo que esperar menos de diez segundos para que la puerta se abriera.

- Buenas noches, Arquitecta- levantó la ceja aquella rubia.

- Perdón, ¿nos conocemos?- bromeó, un tanto nerviosa, pues su rubia favorita vestía, homenajeando al cumpleaños pasado, un corset de cuero negro mate, garter que detenía sus medias en perfecta posición. Llevaba unos Giuseppe Zanotti de quince centímetros, que el empeine lo recorrían triángulos dorados para darle un poco de color al atuendo asesino.

- Soy tu regalo de cumpleaños- sonrió, acercándose a ella, que todavía estaba a un paso del interior del apartamento.

- Si mi prometida te ve, te juro que se pone celosa- sonrió mientras Camila la halaba hacia el interior de su hogar.

Antecedentes y Sucesiones. (CamrenAdap.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora