Capítulo 25.

12.5K 151 127
                                    

De las faltas graves y de lo inoportuno

Reconocía la precariedad de las circunstancias. Siendo lo que era, y sabiendo lo que sabía, le parecía cínico, casi hipócrita, saberse acostado casi directamente sobre el suelo y entre sábanas que carecían de conteo de hebras o de algo tan importante como la procedencia del algodón.

Se volcó sobre su costado derecho para encontrarse con la sorpresa de una menuda y frágil espalda que había buscado el borde de la cama como si no quisiera invadirle su espacio personal. Colocó su mano sobre aquel huesudo hombro como si quisiera confirmar que era real y no sólo el producto de las cuatro cervezas que había bebido la noche anterior. Media copa.

Sonrió en cuanto sintió la suavidad de su piel, y, con una ligera exhalación nasal de satisfacción, le plantó un beso casi cariñoso. Ella apenas se movió entre un suspiro que le informaba que por favor la dejara seguir durmiendo.

En cuanto escuchó que la panadería del otro lado de la calle abría, porque era imposible ignorar el estrepitoso ruido que hacía la persiana metálica cuando estaba siendo enrollada, supo que era hora de ponerse de pie.

Con el cuidado de no hacer más ruido del que ya empezaba a inundar Brooklyn, se arrojó a la ducha para ser asustado con una ráfaga de agua fría que, si tenía suerte, se calentaría antes de que terminara de asearse. Al salir se cercioró de que la barba no pareciera la de un orgulloso púber; descuidada y careciente de uniformidad, se cepilló los dientes, y salió en búsqueda de ropa que estuviera a la altura de algo tan casual como la entrega de un portafolio fuera de los horarios de oficina.

Se tomó el tiempo para escribir una nota para la mujer que dejaba en su pseudofutón, porque no huía de ella, y, con el cuidado de no tropezarse con el tiradero de ropa, cerró la puerta tras él para encaminarse a la estación del metro.

Hizo una breve escala en la panadería para comprar su desayuno, algo propio de los días hábiles; un café y un bagel de huevo, tocino y queso, y, en lugar de caminar hacia la estación de Atlantic Avenue, caminó en dirección a Dekalb Avenue para tomar la línea Q.

Se sentó junto a una señorita de ajustadas y delgadas trenzas que se recogían en un abundante moño en la cima de su cabeza. Llevaba gafas oscuras a pesar de no haber luz solar, y hacía malabares entre un enorme café de Starbucks y la última edición de Ebony Magazine.

Él, por todo lo contrario, se enfocó en devorar sus sagrados alimentos mientras escuchaba el episodio semanal de "Wait Wait... Don't Tell Me".

- Buenos días -le sonrió a través de la pantalla.

- Buenos días, Alessandro -lo saludó con la mágica y recta sonrisa que lograba embrutecerlo en menos de un segundo-. ¿Qué haces despierto tan temprano? -arqueó ligeramente su ceja izquierda como si lo cínico de la incredulidad la delatara.

- Hoy comienzo a poner el piso -dijo, agachándose brevemente para recoger sus New Balance del suelo.

- ¿Tú solo? -lo agujeró con la intensa mirada celeste, pues en ninguna parte de la frase anterior escuchó un plural. Él asintió-. Te pregunto porque Camila me dijo, el miércoles que hablé con ella, que te iba a ayudar con eso.

Alessandro Volterra, mejor conocido como "Alec" entre las personas que le tenían cariño confianzudo, quiso, en ese momento, estrellar su cabeza contra la pared más cercana.

Pasaba que el plan había sido ese, el que Sinu planteaba, pero él, por abusar de la misericordia, había terminado perdiendo.

Había notado cómo la Licenciada Cabello se había visto consumida en el proyecto de la Old Post Office desde el momento en el que lo había tomado sin siquiera pensar en las consecuencias emocionales y físicas.

Antecedentes y Sucesiones. (CamrenAdap.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora