Capítulo 7.

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"Camila" y "Arquitecta Jauregui", no "Lauren". El suegro . Los estereotipos, el Latte, el empuje de Natasha y el detonante que concretó todo.




Camila se despertó aquel domingo por la mañana con un poco de resaca después de haber recaído en beberse una botella de Smirnoff No. 57, pero qué hermoso era dormir diez horas seguidas: era perder el tiempo, el tiempo que valía la pena perder, porque era el tiempo en el que no veía a Lauren, a la hermosa Diva que se paseaba en Stilettos todo el día, la que le robaba la razón, la que le impedía pensar con coherencia cuando le clavaba la mirada en la suya. ¿Por qué Lauren, cuando le hablaba, sólo podía verla a los ojos? Era como si atravesara su alma, pues tenía tanta autoridad y seguridad concentrada en su mirada que terminaba por cruzar cualquier barrera que Camila le pusiera, pero Camila no podía hacerle lo mismo, pues Lauren sólo la miraba a los ojos cuando quería saber algo de ella, pero, cuando Camila quería saber algo de Lauren, era como si el verde tan claro de sus ojos se volviera turbio, como si fuera un mecanismo para distraer al oponente; a veces desviaba la mirada, o simplemente cambiaba de tema, aunque Camila nunca había logrado preguntarle algo personal directamente, pues, cuando Lauren sentía que la pregunta incómoda se avecinaba, manipulaba el ambiente de la conversación y la sacaba por una perfecta y calculada tangente. Y se levantó a eso de las tres de la tarde, con hambre de desayuno a la hora de un almuerzo tardío, pero, antes que cualquier cosa sucediera, entre bostezos y dedos en el cabello, Camila salió al sol otoñal, a su balcón, a fumar un cigarrillo, porque nada mejor que un cigarrillo para bajar de tono una maligna resaca. Camila fumaba su cigarrillo de una particular manera; lo ponía entre sus labios, flojo, apenas para detenerlo, y luego lo presionaba a medida que acercaba el encendedor, un mortal Zippo rojo, y ampliaba su cavidad bucal sin abrir la boca, creando un par de hoyuelos poco profundos en sus mejillas a medida que inhalaba la primera vez, y luego soltaba el cigarrillo de sus labios, tomándolo entre su dedo índice y medio de la mano derecha, entre la unión de las falanges medias y distales, y colocaba su pulgar en su pómulo derecho y su dedo anular y meñique sobre su tabique mientras exhalaba el humo por la nariz.

Y terminó su cigarrillo, que después de encenderlo era toda exhalación de humo por la boca, y rápida, nada de direccionar el humo hacia algún lado o jugar con él a hacer el “fantasmita” o a hacer aros, simplemente lo fumaba, como si fuera por rutina y no por placer, pues era costumbre, fumaba uno al día, dos como máximo porque el olor no le gustaba mucho, ese olor que no se quitaba con nada y, por lo mismo, siempre apagaba su cigarrillo muchísimo antes de que llegara cerca de sus dedos, o lo tomaba entre las puntas de su pulgar y su índice por si quería fumar tres inhalaciones más. Analizó su situación culinaria, qué tenía y qué quería, pues no había nada que diera para mucho: tenía jamón de york y provolone pero no tenía pan, tenía harina para empanar, pero no tenía carne de ningún tipo para empanar, y tenía patatas fritas. “Viva el TransFat”, y vació la botella de aceite en una olla mientras que, al jamón de york, le colocaba un rollo de provolone enmedio para luego enrollarlo, pasarlo por harina con paprika, luego por huevo, y luego por la harina para empanar, así por cuatro rollos, más con una coca cola de dos litros, que sabía que se la terminaría en menos de dos horas, y puso a freírlo todo, las patatas y los rollos improvisados, y, en cuestión de cinco minutos, Camila estaba ingiriendo una arterioesclerosis junto con una hipertensión, no se digan las úlceras estomacales.

Lo que le gustaba a Lauren de beber tanto era precisamente que dormía como una bebé, dormía por siete horas y, que ella supiera, no soñaba absolutamente nada, aunque la parte difícil era quitarse la resaca, pero para eso había remedio, que ella y Natasha, ya más repuesta de su lesión, relativamente bañadas, se dirigieron a la séptima y cuarenta y cuatro, al mejor lugar, en el que con sólo entrar, por el olor, la resaca se bajaba en un cincuenta por ciento, Bubba Gump Shrimp  Co. aquello era. Lauren siempre pedía un Forrest’s Seafood Feast, que no era nada más que camarones y pescado empanizado con patatas fritas, un poco de salsa tártara, que no la comía, tampoco la “ensalada” que goteaba mayonesa tibia, y Natasha variaba entre Mama’s Southern Fried Chicken y Steamed Crab Legs pero siempre con patatas fritas. Ambas acompañaban su comida con Strawberry Moscow Mules para que todo cayera en su lugar y por su propio peso, pues siempre disfrutaban de un Key Lime Pie, porque el postre era lo que engordaba, y por eso siempre ordenaban, tras haberse devorado el Key Lime Pie, un Ice Cream Caramel Spice Cake junto con un batido de Oreo, ese sí era compartido, sino explotaban. Y salían de aquel lugar, con las gafas de sol, ambas oversized, tomadas del brazo, que Natasha solía caminar a la derecha de Lauren, pues Lauren, al ser más alta que ella, la tomaba siempre, con su brazo derecho, por sus hombros, y ella la abrazaba, con su brazo izquierdo, por su cintura. Caminaban por Broadway hasta la treinta y tres, en donde tomaban línea recta hasta el Archstone de Kips Bay, un paseo justo para digerir la comida de más o menos treinta minutos. Lauren en sus ballerinas Lanvin de piel de pitón, y Natasha en el único par de zapatos que le quedaban de los de Lauren, unas ballerinas Fendi que Lauren, al estar distraída, las tomó en treinta y siete, no en treinta y ocho, que era lo que Lauren solía calzar de no ser en flip flops, que era treinta y nueve por cuestiones estéticas y de comodidad. Luego de dejar a Natasha en Kips Bay, en donde Phillip la esperaba, que había ido a dejarle sus botas y su ropa ya limpia, Lauren se dirigió hacia su apartamento que, a las seis y media de la tarde, con una brisa fría, no le pareció mala idea caminar hasta allí, una caminable distancia, más cuando le daba tiempo para cansarse pues, al haberse despertado tan tarde, seguramente le costaría dormirse, pero aquellos cuarenta y cinco minutos que le tomó en llegar, junto con tres cigarrillos y una botella de Power-C Vitamin Water, nada podían ser tan malos, menos porque nunca se cansaba de apreciar la Arquitectura preguerra entre aquellos edificios postguerra.

Antecedentes y Sucesiones. (CamrenAdap.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora