🐺🏹• Cuídame • Volkacio AU [Terminada]

ღ Capítulo 2 ღ

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Tras avanzar sin pausas, el peligris descubrió que se dirigían a lo que parecía ser el hogar de aquel arquero. Una pequeña choza de madera se posaba junto a un precioso lago de diminuto tamaño. Con sumo cuidado su cuerpo fue posado en el suelo sobre una manta. El rostro del moreno parecía más calmado, aquella agresividad se había esfumado, pero continuaba estando completamente serio. Viktor se encogió sobre sí mismo, completamente adolorido y asustado, ya nada parecía ser real.

—Necesito quitarte esto— interrumpió sus pensamientos aquel hombre, frunciendo el ceño al ver como Volkov se aferraba a sus destruidas ropas. —¿Qué haces? De todas maneras no te sirven estas prendas, están destruidas—

—¿Cómo te llamas?— inquirió Volkov, sintiéndose estúpido de tornar toda aquella situación a una más extraña todavía, sobretodo al encontrarse con la confundida mirada del contrario, quien rendido suspiró y dió respuesta a su pregunta.

—Horacio...ese es mi nombre—

Ante el silencio producido por ambos, el moreno comenzó a despojarle de sus rotas prendas superiores. Volkov sorprendido se dejó hacer, notando lo cuidadosas que aquellas manos eran sobre su lesionado cuerpo.

—Viktor...— su voz hizo detener la labor del contrario, quien aún envuelto en seriedad le quedó mirando —A-así me llamo— algo en su interior dio un vuelco al observar la pequeña sonrisa que el moreno le dirigió, aunque lucía más como una mueca, al ruso aquello le bastó.

Un ligero rubor cubrió las mejillas del ruso al notar que su lechoso torso se encontraba totalmente expuesto, mientras que el moreno se encontraba completamente tapado, vistiendo una capucha que escondía incluso su cabello y parte de su rostro.

—Ven aquí— murmuró recostándole. Acto seguido, Volkov percibió sus manos limpiar cuidadosamente las heridas de su abdomen, gruñendo silenciosamente debido al dolor que causaba la profundidad de sus lesiones.

En un rápido movimiento le sentó una vez más, pues necesitaba vendar su torso. —Levanta tus brazos— murmuró Horacio. Completamente tenso y nervioso, el peligris oyó sus propios latidos retumbar ante la intromisión del contrario.

Aquellos brazos rodeaban su cuerpo habilidosamente envolviéndole entre los vendajes, y su rostro parecía estar peligrosamente cerca. Viktor volteó al costado rehuyendo de su mirada, hasta que una burlesca risita del moreno captó su atención. —¿Qué haces? No voy a besarte o algo así—

Aún sonriendo divertido, Horacio retiró su prenda exterior, dejando expuesto su llamativo cabello. Las hebras de su pelo eran una mezcla entre blanco y rojizo alternadamente, era lo que parecía ser una cresta que se encontraba hermosamente trenzada, llegando hasta la mitad de su espalda.

—Ten, abrígate— le sacó de su ensoñación, colocando aquella prenda sobre sus anchos hombros cuidadosamente, pues sus destruidos ropajes ya no servían. El suave calor que le envolvió hizo sentir a Volkov protegido, disfrutando de aquella atención.

—Gracias Horacio...no sé cómo pagarte esto— murmuró viendo al de cresta revolotear de un lado a otro, buscando ramas y llevándolas allí para encender una fogata.

—Sólo no vuelvas a ponerte en peligro así— recibió el asentimiento del ruso, quien observaba sus movimientos.

La noche estaba cayendo silenciosamente, dejando ver un manto de estrellas sobre sus cabezas. El fuego ya encendido chisporroteaba enérgicamente. Mientras comían, el moreno observaba en silencio las llamas de la fogata que danzaban frente suyo. El anaranjado reflejo posado sobre su rostro terminó hipnotizando a Viktor, quien detallaba sus presuntuosamente salvajes rasgos, maravillado de las extrañas sensaciones que vibraban en su interior.

—Ya es tarde, vamos a dormir. Mañana te acompaño por el camino de vuelta, pero ahora necesitas descansar— la calidez y preocupación en su voz, hizo a Volkov sentirse tranquilo, poniéndose por completo en sus manos y confiando en sus cuidados.

Bajo la calma de la noche, el peligris intentaba dormitar, distraído observando una vez más aquel rostro, que ahora dormido lucía casi inofensivo. Por su mente daban vueltas miles de preguntas que no se atrevería a replicar en voz alta. ¿Quién era aquel solitario hombre que estaba cuidando de él? ¿Tendría familia? ¿Qué hacía viviendo en mitad de la nada? ¿Podría llegar a conocerle en profundidad, o no volvería a verle jamás?

—No soy una escultura de museo, duérmete— su corazón se aceleró ante las palabras de Horacio, quien aún con los ojos cerrados había percibido su mirada posada en él.
—S-si...lo siento, buenas noches— se disculpó volteándose para dormir, y calmándose al oír una vez más la risita del de cresta.