ღ Capítulo 14 ღ

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Bajo el calor de las mantas, Viktor comenzaba a despertar. Inspirando con fuerza llenó sus pulmones con el aroma de Horacio, quien justamente no estaba allí a su lado. Le había oído susurrar aquella mañana que se había organizado una asamblea de carácter urgente en la comunidad, y por obvias razones debía estar allí. Extrañándole y pensando que regresaría antes, Volkov se levantó de la cama, estirando las mantas ordenadamente y encontrándose con que el de cresta le había dejado el desayuno preparado antes de irse, frutas y jugo, perfecto para esa tibia mañana.

Sentado afuera desayunó, observando el hermoso paisaje que le rodeaba. Suspiró con fuerza, sabiendo que debía volver a su realidad y buscar un nuevo trabajo.

—¿Qué tanto estás pensando? — habló el moreno, llegando por fin a casa y ubicándose a su lado. Con parsimonia retiró de su hombro aquel arco que siempre le acompañaba, dando una sincera sonrisa al peligris. Mirando hacia el lago, Volkov le dio vueltas a todo. Intentaba encontrar las palabras correctas para no preocupar a Horacio.

—Sólo... estaba pensando que debo encontrar un nuevo empleo, y no soy muy fanático de las experiencias nuevas— murmuró haciendo una mueca, comenzaba a descubrir lo bien que se sentía tener a quien confiarle sus inquietudes. Sintió al de cresta acercarse aún más, reduciendo la distancia a nada. Su mano tomó el mentón del ruso, moviendo su rostro para que le mirase. El suave brillo en sus ojos bicolores le atrapó, agitando el palpitar de su corazón.

Anhelaba probar su boca una vez más, rozando con algo de timidez sus labios. Adoraba la forma en que su mente se nublaba cada vez que le tenía así de cerca, y sabía que era mutuo. Perdidos en su burbuja, fueron interrumpidos por el sonido de alguien aclarando su garganta frente suyo. Dos hombres de mediana edad estaban allí de pie —Disculpen la interrupción— espetó uno de ellos con solemnidad.

La rapidez con la que se separaron y Horacio se puso de pie fue mayor a la velocidad de respuesta del peligris, quien aún sentado en el suelo les observaba confundido, y les vio alejarse un par de pasos evitando perturbarle.

Los hombres murmuraban con preocupación, causando justo el efecto contrario en el ruso. Tras un corto intercambio de palabras e ideas, aquellos dos hombres se retiraron del lugar, despidiéndose antes. Agradeció internamente que ninguno mencionara algo respecto a lo que acababan de ver, pero igualmente su rostro ardía de vergüenza. Probablemente debían ser más cuidadosos, aunque parecía ser que a nadie en realidad le molestaba.

Observó a Horacio quedarse allí de pie, dando vueltas inquieto, cual animal enjaulado. Se veía concentrado, nuevamente el aura de liderazgo y madurez brillaba a su alrededor, su rostro serio contrastaba con el lado suave y revoltoso que había conocido de él. Decidido, Viktor se levantó, caminando hasta donde se encontraba el moreno. No sabía qué hacer o decir, pues en ese lugar no tenía poder alguno, ni siquiera formaba parte de aquella comunidad.

Le vio quedarse quieto ante su presencia. Frustrado, Horacio suspiró cabizbajo, elevando entonces su mirada. ­—¿Me puedes abrazar? — murmuró casi inaudible el de cresta, sintiendo de inmediato los brazos del ruso rodear su cuerpo. Ambos sabían que Horacio no necesitaba ser protegido, tenía la fuerza y habilidad suficiente para sobrevivir. Llevaba años haciéndose cargo de cada situación allí. Pero nada podía ser de más ayuda para él que encontrar el apoyo y el cariño de un compañero.

Las manos de Volkov recorrían con suavidad su espalda, sintiendo el dulce calor que creaba la unión de sus cuerpos. Aquello era medicina pura, un calmante para todos sus males, o al menos, eso les hacía sentir.

—Vik... ? — Murmuró sin soltarle, captando la atención del nombrado.

—¿Si? — Su tono de voz tan suave y mano que continuaba repartiendo caricias, instaron a Horacio a continuar.

—Si algo llega a ocurrir... ¿Puedo matar a los de ese laboratorio? —

Los ojos del peligris se abrieron en sorpresa ante sus palabras, tomándole de los hombros para verle a la cara. Mirando al suelo, el de cresta continuó en murmullos. —Antes sólo teníamos problemas con los de la comunidad aledaña, nuestros esfuerzos estaban puestos en defendernos de sus constantes intentos por dominar este territorio, pero... ahora resulta que esas personas de la investigación están intentando cazarnos. — Sonaba cansado, harto de no encontrar algo de paz.

—Siendo sincero, es poco lo que me importan ellos — respondió el ruso —pero si alguno de ellos pierde la vida aquí, es probable que envíen aún más gente a la zona — el rostro de aflicción que Horacio tenía le preocupó, verdaderamente quería ser de ayuda para él.

Posando una de sus manos en la mejilla del moreno y acariciándole con el pulgar, Volkov susurró cerca suyo, tratando de calmarle —déjame intentar algo ¿Si? Podría funcionar. —

—Está bien...— asintió el arquero, formando una pequeña sonrisa.

—Me gusta verte sonreír— confesó Viktor, logrando sonrojarle.

Horacio, cayendo en aquel jugueteo, rozó sus labios aún sin besarle, murmurando en un contraataque: —Pues, a mí me gustas tú... Y con o sin sonrisa a mí me gusta verte. — Ambos rieron nerviosamente, un tanto avergonzados de verbalizar lo que sentían.

—Me gustaría ir a cenar contigo, Horacio—

—¿A dónde? — preguntó extrañado.

—P-pues... puedo hacer una reservación en algún restaurante—

—Te refieres a... ¿Ir a la ciudad? — La mueca de rechazo que el moreno hizo, dejó preocupado Volkov, pues él no conocía la incomodidad de ser mirado como un bicho raro.

El ruso, suspirando con visible desilusión, dejó ir la idea —No, no importa, podemos hacer alguna otra cosa— murmuró intentando sonreír. Sin embargo, Horacio deseaba hacerle feliz con aquello, aún si debía soportar aquel suplicio. Lo haría por él.

—Acepto. Este viernes vayamos a cenar, pero advierto que no tengo trajes ni camisas— El arquero fue capaz de volver a ver el brillo en sus grisáceos ojos.

Se notaba la emoción en la actitud de Volkov —¡Yo me encargo de eso! — prometió alegre.

—¿Vik? ehm... Esto es... ¿Es una cita? — nervioso balbuceó, jugueteando con sus dedos y haciendo reír bajito al peligris mientras asentía.

—Es una cita—

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