ღ Capítulo 11 ღ

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Con dificultad, Viktor tragó saliva, juntando toda su fuerza de voluntad. Con sus labios a nada de rozarse, llevó sus manos a las mejillas del moreno, acariciándole con suavidad —Horacio... calma— soltó en un susurro, uniendo su frente con la de él. Muy en su interior deseaba probar sus labios, pero sabía que el de cresta estaba fuera de sí, y no se aprovecharía de él, menos aún bajo la posibilidad de que hubiese sentimientos de por medio.

Esperaría lo que fuese necesario hasta estar ambos seguros de lo que sentían.

Sus respiraciones recién comenzaban a calmarse, y las manos de Horacio soltaron su camisa, quedando simplemente apoyadas sobre el pecho del peligris. Volkov aun con sus manos en las mejillas del arquero, se separó de su rostro, dejando un corto y tierno beso sobre su frente. El suspiro soltado por Horacio denotó que ya estaban tranquilos los dos, volviendo a mirarse por fin.

—¿Estás molesto? — preguntó asustado el de cresta, temiendo haber arruinado las cosas, pero la calmada sonrisa que Volkov le devolvió le dejó en claro que no era así.

—Claro que no, todo está bien— susurró.

Separándose del ruso, le observó detenidamente, se notaba aún temeroso —Entonces... ¿Seguirás cuidando de mí? —

Aquella pregunta hizo dar un vuelco al corazón de Viktor, quien sonriendo dulcemente asintió.

Llevando algo de ropa cómoda, se dirigieron entonces de vuelta al hogar del peligris. A esas alturas ya poco les interesaba la mejora de sus heridas, era para ambos casi una excusa para poder disfrutar de la compañía mutua.

Algo arrepentido por los desastres causados la última vez, Horacio comenzó a ayudar en la casa aquella tarde, cocinando para ambos. Entre risas y pláticas pasaron las horas hasta caer la noche.

Mientras Volkov limpiaba una vez más su herida, dejó volar su curiosidad —Aquella mujer que habló conmigo junto al lago... ¿Quién era? —

— Ella es quien cuidó de mí, se encargó de toda mi crianza apenas... quedé solo. Ella es como una segunda madre para mí— suspiró melancólico, intentando sonreír.

El peligris le miró con pesar, apenado de haberle hecho caer en un tema así. Sin embargo, Horacio se apresuró a tranquilizarle, sabiendo que nada de eso era su culpa.

—Tengo lindos recuerdos de mis padres, de cuando yo era tan solo un cachorro. Siempre fueron cercanos y queridos en la comunidad, eran buenos líderes— jugueteando con sus dedos, continuó en un murmuro —Espero estar haciéndolo bien ahora, no quiero decepcionar a nadie—

—¿Por qué dudarías de ti mismo? Estoy seguro de que lo estás haciendo excelente, y viendo tus habilidades de arquero sé que nadie allí corre peligro— habló con seguridad, contagiando de confianza a Horacio. —¿Qué es lo que más recuerdas de tus padres? —

Aquella pregunta despertó en la memoria del moreno sus recuerdos más dulces y valiosos, acomodándose en el sofá antes de hablar.

—Recuerdo a mi madre con su arco, cazando, protegiendo, demostrando su fuerza... fue ella quien me enseñó a usarlo. Y tengo en mi mente la imagen de mi padre tallando madera, sentado frente al lago; él siempre fue calmado, y sus consejos eran los mejores...—

La voz del de cresta sonaba cada vez más bajito debido a su cansancio, y tras bostezar el peligris se despidió para que pudiese descansar. Le dejó una vez más en el living con una manta, dirigiéndose a su habitación. En el trayecto por el pasillo, dando un último vistazo, no pudo evitar el notar que Horacio seguía despierto, en silencio mirando al techo. Probablemente pensando en todo lo conversado y destapando más recuerdos.

Poco más de media hora había pasado desde aquello. Volkov se encontraba sentado en su cama leyendo, cuando le vio ingresar en forma de lobo. Extrañado le observó mientras subía junto a él, recostándose sobre sus piernas cual cachorro buscando algo de cariño.

—¿Qué haces? — preguntó divertido, aun sabiendo que no obtendría una respuesta verbal. El brillo de inocencia en su bicolor mirada terminó por derrumbar cada muro construido por Viktor, ya no había vuelta atrás.

Fingiendo continuar con su lectura, el peligris llevó una mano al lomo del canino, acariciando su rojizo pelaje. Sus dedos trazaban suaves toques, sintiéndole acurrucarse aún más encima de sus piernas y suspirar fascinado con el afecto recibido.

Le vio de reojo, notando como sus orejas estaban estiradas hacia atrás, y sus ojos completamente cerrados, haciéndole ver aún más adorable a sus ojos. Poco a poco, comenzaba a acostumbrarse a su cálida compañía, y la dulce presencia que embriagaba todos sus sentidos... ¿Cómo podría negar que sentía un agradable calor quemarle por dentro cada vez que le veía?

Sabiendo que Horacio ya estaba dormido, abrió cuidadosamente la carta que había estado ocultando diligentemente desde el mediodía, leyendo con preocupación su contenido. Aún quedaba algo por resolver. Debía enfrentarlo, o soltarlo por completo...

🐺🏹• Cuídame  • Volkacio AU [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora