ღ Capítulo 29 ღ [Final]

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Se sentía mucho mejor, y bastante más tranquilo, pues había estado poniendo todos sus esfuerzos en sanar de a poco las heridas de su pasado, siendo ayudado por aquella mujer de mayor edad, y sobretodo por el apoyo indirecto del peligris. A veces el arquero cuando veía a Volkov trabajando en trasplantar más florecillas, se sentaba en silencio cerca suyo intercambiando miradas y tímidas sonrisas, que eran suficientes para alegrarles por el resto del día.

El arquero empezó a dejarle fruta picada y agua fresca, siendo ésta su manera de demostrar que pese a no estar del todo bien, no había dejado preocuparse de Volkov. Le quería, y eso no lo podía ocultar. A medida que el tiempo pasaba, Horacio recogía con más confianza los pequeños regalos que Viktor dejaba para él, desde bolsitas con galletas preparadas por él mismo, hasta cartas con hermosas palabras que le escribía personalmente, de modo que se sentían más cercanos.

Ésto ayudó al de cresta a animarse y escribirle algo de vuelta. Le contaría la verdad, lo que había vivido, aunque no fuese algo lindo. Quería dejarle claro que el problema no era el peligris, sino sus propios miedos, y lo que más deseaba era disculparse. Sabía que no sería capaz de contar aquel suceso hablando, pues el dolor de sus recuerdos probablemente no le dejaría hacerlo. Por ello había escogido hacerlo mediante una carta. Incluso mientras la escribía, sus lágrimas resbalaban por sus mejillas. Sin ser consciente de que al desahogarse así, estaba liberándose más y más de las cargas de su pasado, soltando el peso de sus dolores, y dejando el espacio libre en su interior para alojar todo el cariño que sentía por el peligris.

Impaciente esperó por la llegada de un nuevo día, apenas había podido dormir por lo ansioso que estaba de verle y poder hacer entrega de aquella carta. Su corazón dio un vuelco apenas le vio caminar entre la vegetación con su ya conocido cajón de flores y sus herramientas de jardinería.

Horacio podía escuchar sus propios latidos retumbar en sus oídos, nervioso e inquieto. Jugueteaba con sus dedos mientras suspiraba intentando calmarse, acortando la distancia entre ambos hombres.

Estaba allí Viktor arrodillado removiendo la tierra con parsimonia. La suave sonrisa en sus labios se hizo notar apenas percibió la presencia del moreno a poca distancia, y al ver que éste estaba de pie frente a él con un sobre en sus manos, se levantó, limpiando sus rodillas. Ninguno estaba seguro de qué decir, pero sus miradas eran capaces de expresar mucho más.

Tragando saliva, nervioso, Horacio se animó a hablar, tendiendo la carta para Viktor —Y-yo escribí esto para tí...— deseaba pedir perdón, o agradecerle todo lo que estaba haciendo, pero no salían más palabras de su boca.

Con sumo cuidado, el peligris tomó en sus manos el sobre, ampliando su sonrisa. En su interior quemaba la ferviente emoción, deseaba rodearle entre sus brazos y abrazarle con fuerza, pero evitando arruinar aquel emocionante avance, se contuvo.

—¿Cómo has estado, Horacio?— titubeó nervioso Volkov, frotando su propio cuello con la mano. Era posible ver el brillo de sus ojos lo feliz que estaba de tenerle cerca, y lo mucho que le extrañaba.

Con un suspiro, el de cresta respondió entonces —P-pues...mejor— una corta sonrisa más parecida a mueca fue gestualizada, continuando —Y las cosas han estado tranquilas aquí— comenzaba a soltarse, hablando más fluidamente.

—Los del laboratorio... Ehm ¿No les han molestado?— preguntó el peligris, dando un paso que acortó la distancia entre ellos, aliviado de ver que Horacio no se alejaba de él.

Con el ceño fruncido el de cresta analizó la pregunta, negando ante ésta —Ahora que lo pienso...no, no han vuelto aquí desde aquella vez ¿Qué fue lo que hiciste?—

—Nada, nada... Tal vez sólo les cayó una extraña denuncia anónima con todas las pruebas necesarias para inculparles de la furtiva caza ilegal de especies en peligro de extinción que estaban intentando llevar a cabo sin permiso gubernamental—

Respondió Viktor casual, balanceándose sobre sus pies, y haciendo reír por primera vez en mucho tiempo a Horacio. Sus corazones palpitaban inquietos de alegría —G-gracias Vik... por esto y por todo— murmuró bajito, dirigiendo su mirada hacia las cientos de flores que allí habían.

Vió la mano del peligris elevarse con cierta inseguridad, dejando una suave caricia en su mejilla, sus bicolores ojos se cerraron ante su toque, posando su propia mano sobre la de él.

—Por favor lee la carta — suplicó en un susurro —si después de eso crees que pudieses perdonarme, por favor ven mañana por la tarde, te estaré esperando junto al lago— con sus ojos aguados sonrió apenado al peligris, despidiéndose entonces.

Aquella noche para Horacio se hizo eterna, su estómago era un revoltijo, y su mente un manojo de nervios. No sabía cómo se iba a tomar Viktor la información entregada en la carta, o si vendría al día siguiente. Tenía miedo de perderle, el mismo miedo que le hizo comprender lo mucho que deseaba alejarse de su falso sentido de libertad para estar al lado de aquel hombre de grisáceos ojos por voluntad propia, y entregarle todo de sí.

A la mañana siguiente, el moreno daba vueltas intentando relajarse. No estaba seguro de si quería que llegase la hora acordada para ver al ruso, o si prefería que no, en caso de que decidiera no aparecerse tras leer la carta. Como fuese, no podía detener el tiempo, y ya era hora. De pie junto al lago, Horacio miraba el agua moverse, perdido en sus pensamientos. Suspiraba despacio, sintiendo que los minutos no pasaban, hasta que oyó sus pasos acercarse.

Con una enorme sonrisa volteó a verle, allí estaba aquel peligris que le robaba el aliento. Horacio corrió a su encuentro, deteniéndose justo frente a él. Sin saber qué decir, rodeó con sus brazos a Viktor, ocultando su rostro en el cuello de él.

—Llevas perfume...— murmuró el arquero, enterrando su nariz allí para olisquear mejor, y haciendo reír al ruso con su actitud. Ninguno de los dos estaba dispuesto a soltar al otro de aquel abrazo. Era allí junto al otro donde querían estar. Los minutos pasaban, y el calor de sus cuerpos les envolvía en un ambiente dulce y hogareño, fundidos en el suave cariño que ninguno pensaba ocultar. —Vik... ¿Tienes aún el anillo?— balbuceó Horacio, casi haciendo pucheros.

Los ojos del peligris brillaron cargados de emoción, asintiendo enérgicamente, mientras sacaba de su bolsillo la dorada joya y la posaba sobre la palma de su propia mano, esperando sin presiones a que el de cresta la tomara libremente. —Puedes conservarlo contigo, no es necesario que lo uses ni que sientas la obligación de aceptarlo. Sólo quería hacerte algún regalo que te gustase, porque...porque tú me gustas— confesó el ruso en un hilo de voz.

Con algo de torpeza, Horacio deshizo su trenza ante un curioso Volkov que no comprendía lo que estaba haciendo, y tomando el moreno entre sus dedos aquel anillo, enredó su cabello alrededor de la joya en una hermosa y compleja trenza, llevándola como un elegante adorno.

La sonrisa del ruso se hizo más grande, recibiendo los labios de Horacio que se unían a los suyos en un tierno beso, sintiendo aquellos tibios y dulces belfos atraparle en un suave vaivén, entre ligeros suspiros y risitas.

—Yo también traje algo para tí— dijo el de cresta, dejando a la vista un hermoso anillo de madera, finamente tallado a mano por él, pues quería experimentar por sí mismo lo que era regalar algo así. A petición de Volkov, puso el anillo en su dedo anular.

Mientras hacía esto, Horacio volvió a mirarle a los ojos, encontrando en ellos el recuerdo de cada sonrisa que compartieron, de cada muestra de afecto, de la complicidad que tenían, y de lo verdaderamente seguro y feliz que se sentía a su lado.

Entonces, las palabras que en su momento fueron dichas por el peligris tomaron sentido para Horacio: "Cuando te deleitas en la compañía de otro, escoges voluntariamente compartir tu tiempo con esa persona, y eliges usar tu libertad para hacerlo, en ello radica el encanto de esto".

Deseaban unir sus caminos y ser más fuertes juntos, luchar contra sus miedos, aprender juntos, compartir y expandir sus momentos de felicidad de la mano con el otro. Sería un largo camino, pues debían seguir alimentando su cariño y dejarlo madurar.

Lo harían a su manera, sin apuros, sin presiones...

Con un tierno beso, prometieron en sus corazones cuidarse mutuamente, escogiendo con total convicción ser compañeros de vida...

🐺🏹• Cuídame  • Volkacio AU [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora